(Especial CEEAG para Infodefensa) En una reciente columna de opinión, el periodista argentino Andrés Oppenheimer reflexiona sobre los dichos del director del FMI para América Latina y el Caribe, Alejandro Werner, respecto de lo complejo que es predecir el impacto de la actual pandemia en la economía, ya que depende de otros factores, entre ellos, el epidemiológico. Pero aun así, pronostica que el año 2020 será aún más negativo de lo estimado, debido, principalmente a la contracción económica de Estados Unidos (de un 5.9%), que afectaría las remesas, el turismo y las exportaciones. Sin embargo, Werner espera que la economía prospere el 2021, sobre todo si se cumple la predicción que la economía china crezca en un 9% el próximo año. Esto es relevante si se considera que el principal comprador de las materias primas latinoamericanas es justamente el país asiático.
Pero este es solo un escenario, porque podría darse una recuperación económica mucho más lenta, sobre todo si se produce un rebrote del coronavirus, a lo que se sumaría el posible cierre de fábricas y la interrupción de las cadenas de producción a nivel global; los efectos en las exportaciones e importaciones producto de la paralización de los puertos; el aumento de precios en algunos productos y servicios debido a la alta demanda; países endeudados sin poder pagar su deuda externa o bien por solicitar nuevos créditos, entre otros.
Ahora bien, además del aspecto económico, hay otros desafíos socio- políticos y estratégicos a los que habrá que poner atención en el corto y mediano plazo. Algunos de ellos son:
Impacto en infraestructura crítica: Los despidos y la reducción salarial producto de la crisis económica actual, no solo están generando cifras importantes de desempleo y pobreza a nivel mundial, sino que podrían –eventualmente- afectar el recurso humano (técnico y profesional especializado) que trabaja en empresas de importancia estratégica (agua, electricidad, tecnología, militar, gas, petróleo, aeropuertos, etc.), produciéndose limitaciones que afecten su rendimiento y vulnerabilidades frente a posibles ataques cibernéticos o de grupos terroristas. De esta forma, el impacto a la seguridad nacional sería sustantivo, sobre todo si se considera una capacidad de respuesta disminuida y poco efectiva.
La vigilancia digital: Países asiáticos como Japón, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria. Son obedientes, confían más en el Estado y la vida cotidiana está organizada estrictamente; no hay cuestionamiento a la recopilación de datos o a la privacidad de los mismos. Específicamente, en China existe un acuerdo entre las autoridades, las compañías de telefonía y los proveedores de internet para mantener vigilados a los ciudadanos. De esta forma, en los países asiáticos, el Big Data y la inteligencia artificial han sido más eficientes que el control de fronteras para contener o mitigar los efectos de coronavirus (Byun Chul-Han, 2020). Por tanto, la vigilancia digital podría ser valorada –y quizás replicada- como un modelo de éxito para enfrentar ciertas amenazas en sociedades democráticas que, al menos hoy, no están dispuestas a ceder en su derecho a la privacidad, pero que, frente a la amenaza de un bien público como la salud, estarían más dispuestas a restringir libertades, controlar y vigilar a sus habitantes con el fin de resguardar la seguridad.
Resurgimiento de protestas y movimientos sociales: Hoy algunos países están levantando lentamente las restricciones y facilitando –parcial o totalmente- la circulación de personas. Todo ello pensando en reactivar la economía lo más pronto posible; sin embargo, cabe preguntarse si esta apertura tendrá efectos socio políticos inmediatos. Por ejemplo, en Hong Kong, se han reiniciado las actividades de protestas ciudadanas contra China aunque con un bajo nivel de violencia; y en el Líbano, se están desarrollando manifestaciones por la compleja crisis económica que vive ese país. Esto es interesante, porque este escenario podría replicarse fácilmente en otros países una vez que disminuyan las medidas de control y prevención. Al respecto, habrá que monitorear las nuevas dinámicas de los movimientos sociales, sus estratégicas y narrativas post Covid-19, así como la respuesta estatal luego del desgaste económico -y político- que ha significado y significaría enfrentar esta pandemia.
Considerando lo anterior, y entendiendo que el mundo después de la pandemia no será el mismo, cabe preguntarse entonces ¿Cómo enfrentar estos desafíos? La respuesta es incierta y sin duda compleja, pero hay una habilidad que podría facilitar este proceso de cambio tan radical: el pensamiento estratégico. Ya que en situaciones dónde la incertidumbre es una condición permanente y de alta intensidad, la práctica de la iniciativa y la anticipación son requerimientos indispensables (Arteaga, 2018).
Por tanto, manejar esta habilidad sería esencial para facilitar los procesos adaptativos que permitan a los Estados y a los sujetos reinventarse, elaborando con ello estrategias que favorezcan -de forma flexible- afrontar esta nueva realidad. De este modo, transformar los efectos negativos derivados de la pandemia en “oportunidades” será un imperativo para enfrentar los múltiples escenarios sociales, económicos y político estratégicos que podrían desarrollarse en el corto y mediano plazo. Adaptarse para sobrevivir, ser proclives al cambio y desarrollar ventajas competitivas, serán las condicionantes a desarrollar en el futuro que se nos avecina.
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