La defensa está de moda. Quizás sea más correcto decir que el debate sobre cuánto hay que invertir en defensa está de moda. Parece que el 2% del PIB ya no es suficiente. Se barajan otras cifras hasta el máximo del 5%. Una cifra que como ha recordado el ministro de Defensa, Boris Pistorius, supondría el 40% del presupuesto federal alemán.
Se pide además una respuesta con urgencia. Cierto es que en Europa y en España llevamos una década debatiendo, pero las prisas no deben hacernos perder la visión sobre cuáles son las razones que deben llevar a un mayor esfuerzo en nuestra defensa y en consecuencia establecer prioridades y estrategias operativas, industriales y tecnológicas coherentes para atender a las necesidades. De ellas debe derivar la cantidad que necesitamos y no al revés.
El debate debe abordar el problema financiero, junto con la necesidad de desarrollar tecnologías de vanguardia para mantener la ventaja operativa y competitiva, mejorar la capacidad de respuesta y el soporte industrial y disponer de una adecuada capacidad de gestión para responder a la finalidad última que no es, ni más ni menos, que reforzar nuestra defensa común y mejorar la operatividad de las Fuerzas Armadas.
Las unidades necesitan disponer de tecnología de vanguardia para mantener la ventaja operativa. Es preciso desarrollar nuevas soluciones tecnológicas con rapidez, identificar e incorporar las existentes y asimilarlas a través de su integración en los procedimientos de empleo. Si no lo hacemos nuestros adversarios tendrán una posición de ventaja.
La pregunta es si estamos desarrollando los programas que necesitamos. La demanda de disponer de tecnología y de sistemas avanzados de forma rápida lleva al dilema de cómo acortar los plazos de los desarrollos cuando en buena parte responden a necesidades planteadas hace algunos años en contextos diferentes del actual. El excesivo detalle o personalización en la definición de requisitos no ayuda. Es necesario mejorar los cauces para que la industria en conjunto pueda ofrecer y mejorar sus soluciones para que estén disponibles en tiempo y forma.
Además de la calidad la realidad nos recuerda que la cantidad importa y hay que encontrar un balance entre ambos factores. Privilegiar la calidad sobre la cantidad tiene sus problemas. La tendencia es ir a programas que desarrollen sistemas más baratos, robustos y fáciles de reponer con un nivel de tecnología suficiente y que pueda escalar de forma rápida. La plataforma ha dejado de ser la protagonista.
La tecnología de vanguardia proporciona ventaja operativa. La capacidad de desarrollarla ofrece además ventaja en un mercado cada vez más competitivo. Los países que están en vanguardia tecnológica combinan una red de actores que incluyen al Estado, entidades financieras, empresas de diferente tamaño, centros tecnológicos y universidades en una relación estrecha.
Tradicionalmente la revolución tecnológica ha seguido un esquema top-down. Ahora se está produciendo un camino inverso y se pide a la administración que impulse iniciativas que llegan desde pymes y emprendedores que tienen una gran agilidad en el desarrollo de soluciones y una gran capacidad de adaptación, pero que necesitan apoyo. Quizás lo más básico sea facilitarles el acceso a las necesidades de los usuarios. Para ello estos últimos deben tener un amplio conocimiento de la realidad de las empresas. Lo que en Estados Unidos han denominado Competitive advantage pathfinders. Una iniciativa que se complementa con la evaluación de soluciones que se apoyan, en caso de ser de interés, para que los desarrolladores puedan superar su valle de la muerte.
La actuación de las grandes empresas es evidentemente muy relevante como incentivadores del desarrollo de un tejido industrial que tienen la responsabilidad de promover, pero que la administración no puede delegar. El papel de los grandes contratistas sobre el conjunto del tejido industrial debe ser supervisado y al mismo tiempo deben tener incentivos para que actúen dando solidez a la cadena de suministro.
Si facilitar el acceso a los desarrolladores de tecnología es importante, también lo es la agilidad en la respuesta industrial y el aumento de la capacidad de producción. Recientemente el DGA francés, Emmanuel Chiva, afirmaba que es el momento de repensar estrategias industriales. Las empresas no están acostumbradas a la rapidez porque hasta ahora no era una prioridad. Se han producido avances en el ritmo y en los volúmenes de producción, fundamentalmente en los sectores de municiones, aviones o misiles. Un esfuerzo que se valora desde la DGA que sin embargo no descarta acudir a industrias civiles en caso necesario.
Disponer de tecnología y capacidad industrial para atender la demanda operativa necesita niveles financieros adecuados, que están relacionados con aspectos que son responsabilidad política. No sólo la cantidad es importante. Es preciso que el dinero esté disponible cuándo y dónde se necesite, con estabilidad y previsibilidad. No se trata sólo de aportar fondos públicos. También hay ahora una mayor voluntad desde el sector financiero privado para apoyar proyectos de defensa que hay que favorecer, vigilando los posibles movimientos especulativos.
La agilidad en la respuesta obliga también a revisar los procesos presupuestarios y de contratación que en buena parte no responden a las necesidades actuales. Este aspecto está directamente relacionado con los sistemas de adquisiciones. Muchos países reconocen que hay que cambiar la cultura actual que acepta como normales largos plazos de maduración y ejecución de los programas. Como resultado no se proporciona a las fuerzas lo que necesitan al ritmo al que lo necesitan. El compromiso y la implicación de gestores e industriales con los combatientes es esencial.
En la gran mayoría de los países europeos la normativa de adquisiciones se estableció en un contexto muy diferente: crisis financiera internacional, presupuestos de defensa en decadencia o amenazas de media baja intensidad, entre otros. La racionalidad en el empleo de los dineros llevaba además a favorecer la concentración de la industria sobre un reducido número de contratistas principales. Ahora la realidad es distinta. Las organizaciones de adquisiciones viven bajo el síndrome del banco pintado y luchan con una normativa obsoleta que les dificulta acceder a nuevas empresas más allá de los grandes contratistas tradicionales. A las empresas pequeñas que desarrollan con agilidad tecnología y soluciones de vanguardia les es difícil acceder al proceloso mundo de la administración.
En España, como en buena parte de los países europeos, podemos fijar una cifra, pero eso no resuelve el problema de nuestra defensa. Tenemos que entender por qué necesitamos hacer el esfuerzo y desarrollar una estrategia adecuada a nuestros intereses, de acuerdo con nuestras necesidades, capacidades y fortalezas y con visión a largo plazo.