El jefe de la Dirección de Industria de Defensa de Turquía, Ismail Demir, ha reconocido que la industria de defensa de su país perderá miles de millones de dólares tras su salida del programa del avión de combate F-35, echado por Estados Unidos como represalia a la compra del sistema de misiles ruso S-400. Sin embargo, Demir se ha mostrado convencido de que el sector nacional emergerá más fuerte como resultado de este acontecimiento.
El F-35, desarrollado principalmente por Lockheed Martin, es el producto de un proyecto liderado por EEUU al que también se unieron en la primera década de este siglo Gran Bretaña, Italia, Holanda, Australia, Dinamarca, Noruega, Canadá y Turquía. Hasta el anuncio de la salida de este último país del proyecto, realizada la semana pasada por el Departamento de Defensa estadounidense, había ocho firmas turcas involucradas directamente en el proyecto. En total, los cientos de referencias encargadas a estas empresas, entre las que se incluyen pantallas de cabina y trenes de aterrizaje, equivalían a contratos por un valor estimado en 9.000 millones de dólares a lo largo del programa, según cálculos del Pentágono recogidos por la agencia Reuters.
De ahí que Demir haya admitido que la decisión de Washington supone un revés para estas compañías. Pero, sin embargo, asegura que solo se tratará de unas pérdidas temporales, añade la citada agencia. De hecho, afirmó el pasado jueves, estas empresas podrían emerger aún más fuertes a largo plazo. Sin embargo, la fuente cita la opinión de analistas explicando que la medida supone un gran golpe para las compañías que habían trabajado en la producción de los aviones durante una década y que también limitará el acceso de Turquía a nuevas tecnologías de defensa. Estas empresas difícilmente pueden buscar clientes alternativos a unos productos tan específicos.
Las compañías directamente afectadas son Roketsan, Havelsan, Alp Aviation, Ayesas, Kale Aerospace, Tubitak-SAGE, Turkish Aerospace Industries (TAI), y la filial turca de la compañía neerlandesa Fokker Elmo.
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, confirmó a mediados de 2017 que su país había encargado a Rusia sistemas de misiles antiaéreos S-400, por un precio de en torno a 2.500 millones de dólares tras años de infructuosos intentos de dotarse con sistemas similares fabricados en Estados Unidos. Desde ese momento los aliados occidentales de la OTAN han estado presionando sin resultados a Ankara para que dé marcha atrás en esta adquisición, de la que alegan que puede plantear serios problemas por no tratarse de un sistema militar compatible por los utilizados en la Alianza Atlántica. Según sus argumentos, esta circunstancia supondría una amenaza para los aviones de combate fabricados por EEUU.
En este contexto, Estados Unidos ya advirtió a Turquía de que si no daba marcha atrás en sus planes “dará como resultado una reevaluación de su participación en el programa [de avión de combate de quinta generación] F-35, en el que tenía previsto adquirir un centenar de aparatos.
Hace un año Lockheed Martin llegó a entregar simbólicamente a Ankara sus dos primeras unidades del caza de quinta generación, pero lo hizo sin la publicidad acostumbrada en este tipo de acontecimientos y sin que, de hecho, saliesen los aviones de Estados Unidos, donde debían pasar varios meses más para el entrenamiento de pilotos turcos. Finalmente, los aviones no volaron hacia Turquía y, si no se producen cambios, no van a hacerlo en ningún momento.