Después de mucho tiempo, tenemos otra Estrategia Industrial. Bueno, en realidad es la primera, ya que la anterior se definía como “propuestas”. No obstante, ambas nacen en momentos poco adecuados, esto es, al final de las legislaturas, sin tiempo para ponerlas en marcha y dejando la pelota en el tejado de quien venga después. No sólo eso, sino que además el siguiente lo verá como papel mojado y después de cuatro años de legislatura se encontrará en disposición de hacer su propia Estrategia, con lo que volveremos al “cuatrienio de la marmota”. Creo que ni la industria, ni las Fuerzas Armadas, ni la sociedad se merecen esto. Pero, ¿realmente es esta la Estrategia que se necesita?
Vayamos por partes. Si se comparan los objetivos expresados por la propuesta de hace cuatro años con los que plantea la actual, las diferencias son mínimas: alinear intereses, proteger la industria, satisfacer las necesidades de Defensa, incrementar la soberanía en el ámbito industrial –aspecto sobre el que volveré más adelante-, etc. En realidad, el único cambio es que ahora se han definido unas capacidades críticas, de las cuales ya comenté mi parecer en otro artículo en este mismo medio. Es un cambio sustancial, pero no modifica la esencia de la Estrategia.
Por lo que respecta a su elaboración, parece que se vuelve a la “endogamia administrativa”, en otras palabras, la publica la Secretaría de Estado de Defensa, sin que se plantee en el texto quiénes han sido las personas que la han elaborado. ¿Es importante? Por supuesto. Si se ha realizado por personas del ámbito exclusivo de las FAS, de la SEDEF y de otras instituciones y empresas del ámbito de la defensa, los sesgos introducidos son muy diferentes que si se incluye en su realización a personas que no dependen de estas instituciones, como ocurre en estrategias que plantean otros países, las cuales, por cierto, suelen incluir quién ha participado en su elaboración.
Pasemos al contenido. Desde mi punto de vista habría sido necesario un análisis previo de la situación. Pero no un análisis al uso, de reuniones en un mes para que se vuelva a decir lo de siempre y volvamos a plantear lo mismo. Me refiero a un análisis riguroso, con datos, un estudio de fondo, crítico con la situación, que plantee diversas alternativas a un mismo problema, que permita un debate amplio. Esto no se cumple en un mes y casi ni en un año. Algo se hizo en la propuesta de hace cuatro años, pero el momento no fue el adecuado y cuando se realizaron los dos análisis que conozco –puede haber más-, uno quedó en una muy limitada aplicación y el otro fue tan al final de la legislatura que sirvió para reconocer problemas que se solucionaron como siempre: renegociando.
En segundo lugar, me parece adecuado el criterio de agregación utilizado en ejes, aunque en algunos casos es algo repetitivo, particularmente en lo relativo a los aspectos internacionales, que deberían ser el hilo conductor de la Estrategia y seguir una trayectoria horizontal y no vertical, y menos llevándolo al último de los puntos. No obstante, el esquema seguido en el planteamiento de los siete ejes estratégicos obvia la posibilidad de efectos de feedback, tan necesarios para poder conocer qué relaciones se pueden establecer entre ellos. La retroalimentación existente entre los diversos ámbitos es patente. Ello exige el planteamiento de un esquema bastante más sofisticado que el propuesto, en el que tengan cabida tanto efectos en cascada como efectos bottom-up.
En este mismo sentido, los tres objetivos planteados son absolutamente lógicos y se llevan discutiendo años. Tan sólo un comentario. Anteriormente mencioné el tema de la soberanía industrial y sigo planteándome hasta qué punto somos conscientes de que la soberanía es una entelequia. Las empresas más importantes del sector están participadas por capital extranjero; una parte de los sistemas que utilizan las FAS son de factura no española, con las servidumbres de uso que ello supone –v.g. el sistema AEGIS- y la participación en los consorcios internacionales impone limitaciones de toda índole tanto en los procesos de producción como en los productos finales. En fin, la globalización diluye el margen de maniobra de los países en términos de soberanía industrial, más aún al reconocer la imposibilidad de la autosuficiencia.
Otro aspecto que me ha llamado poderosamente la atención es el que se refiere a las metas e indicadores. Se plantean un conjunto de objetivos cuantitativos para el año 2025 relativos a inversiones, facturación, actividad exportadora, inversión en I+D, porcentaje de contenido nacional de la facturación, porcentaje de participación de las PYME, empleo cualificado, productividad y fragmentación y masa crítica. Pues bien, no aparece en ningún sitio ni cómo se han definido las variables, ni qué criterios se han utilizado para plantear esas cifras, ni un análisis de en qué posición se encuentra cada una de las variables mencionadas y cómo de lejos está el objetivo que se traza, es decir, cuál es el nivel de esfuerzo que se requiere para lograr esos objetivos.
Este aspecto resulta de particular importancia debido a la necesidad de un análisis previo pormenorizado con herramientas analíticas adecuadas. Pongamos un ejemplo. Uno de los aspectos que se persigue es un aumento de la productividad media del sector por empleado del 30% hasta 2025, “referenciado al valor añadido, con especial atención en los valores obtenidos para las PRIME y las PYME”. ¿Cómo se ha llegado a ese valor? ¿Se han considerado las amplísimas diferencias que existen en las productividades de ambos colectivos de empresas? ¿Cuál es la productividad actual? ¿Se ha realizado algún análisis de fronteras de productividad para conocer la situación actual y las posibilidades de máximos en el tiempo? ¿Se ha tenido en cuenta la estructura de productividades entre los diversos sub-sectores que conforman el sector industrial de defensa? Al igual que estas preguntas cabría plantearse una pléyade de ellas relativas a cada indicador. En este caso la transparencia de la Estrategia no es adecuada.
En otros aspectos la Estrategia me ha sorprendido gratamente. Particularmente en la necesidad de desarrollar una capacidad de inteligencia competitiva –algo que se debería haber hecho a priori y no a posteriori de la Estrategia-, realizar análisis industriales con amplia información o la creación de un sistema de prospectiva industrial con estudios que apoyen la toma de decisiones.
Un apunte sobre el proteccionismo. En la Estrategia se dice que la tendencia de la UE en este ámbito se orienta hacia la reducción del proteccionismo de la industria de defensa de los países que conforman la Unión. Realmente eso es lo que dicen los papeles, pero la Estrategia apunta claramente lo contrario –como la mayor parte de las que se realizan por otros países-, al utilizar argumentos como “el fomento de las cadenas de suministro basadas en las PYME nacionales”, o “diseñar estrategias de contratación que favorezcan más eficientemente a este tipo de empresas”, en referencia también a las PYME. El famoso argumento de la industria naciente del siglo XVIII sigue de moda.
Para concluir y, aunque en este breve espacio no es posible desgranar todo lo que contiene la Estrategia, hay partes que están bien expuestas y otras que, lamentablemente, adolecen de coherencia interna. En cualquier caso, si se va a poner en marcha, la tarea primordial pasa por, al menos, dos aspectos: un análisis más profundo y menos “institucional” de la industria de defensa española, junto con la priorización de los argumentos, algo que no trasciende de la lectura, y una aproximación al coste de estas medidas, ya que una política sin presupuesto no es una política, y la Estrategia marca líneas de política industrial.