El panorama mundial al final de año es todavía más convulso del que teníamos al comenzar. La situación en Siria complica la ya difícil situación en Oriente Medio. La guerra en Ucrania continúa en un aparente punto muerto que está produciendo efectos de fatiga en ambos lados de las trincheras. En Asia, mientras China e India siguen jugando sus bazas, la crisis política en Corea del Sur, iniciada por un escándalo relacionado con la esposa del presidente, afecta a un país que es pieza clave para la estabilidad regional. África presenta multitud de desafíos. La política internacional de la nueva Administración norteamericana será determinante para la evolución de la seguridad internacional.
En Europa, tras las elecciones al Parlamento, se ha conseguido no sin dificultades, conformar una Comisión que tiene ante sí retos importantes. Las lecturas de sus resultados realizadas en clave interna en algunos países, especialmente Francia y Alemania, han complicado la situación. Tanto desde la Comisión como desde los países miembros se tendrá que abordar la creciente desafección entre la clase política y los ciudadanos, y el clima de confrontación entre las diferentes tendencias que el nuevo primer ministro francés ha señalado como principal reto que tiene que resolver. Es un problema no exclusivo de Francia, que lleva a una situación de inestabilidad política que muchos analistas señalan como el principal riesgo para Europa.
La OTAN, que en 2024 cumplió 75 años, sigue siendo la principal garantía para la defensa colectiva. No parece que su papel vaya a cambiar en el futuro inmediato, aunque, previsiblemente, aumentarán las presiones para que los europeos asumamos cada vez mayores responsabilidades, en un ámbito donde las posiciones nacionales siguen siendo determinantes. La UE ha avanzado en la búsqueda de ese objetivo, dentro de los márgenes que el ordenamiento jurídico permite. El nuevo comisario de Defensa, encargado de la elaboración de un libro blanco que se presentará en 2025, tiene una tarea compleja y debe moverse en un difícil juego de equilibrios entre los objetivos de la Comisión, los intereses nacionales y las necesidades de la situación estratégica. Como base para su actuación los informes Draghi y Niinisto han presentado el diagnóstico de la enfermedad y un buen número de propuestas para resolverla.
La posición de España en Europa
España sigue enzarzada en cuestiones internas. A pesar de ser la nación más antigua de Europa seguimos en busca de nuestra propia identidad. Los problemas internos hacen que nuestro papel internacional quede relegado a un segundo plano. Los asuntos de seguridad y defensa no parecen prioritarios. La última Directiva de Defensa Nacional es de 2020, y la Estrategia de Seguridad Nacional de finales de 2021. Ambas, como referencia política de primer nivel, merecerían una revisión ante la nueva situación que tiene cambios relevantes sobre la que vivíamos cuando se redactaron.
Nuestras relaciones con aliados tradicionales, como Estados Unidos o Israel e Iberoamérica, se han complicado y afectan a cuestiones de calado más allá del impacto sobre la evolución que pueden tener sobre unos cuantos programas estratégicos. A nivel europeo un papel español más sólido podría compensar las debilidades que se producen por la situación en Francia y Alemania. Un acercamiento a Italia podría ser beneficioso tanto para ambos países como para la construcción europea. No parece que vaya a ser posible por razones políticas coyunturales. España puede ser también, como potencia intermedia, un país atractivo para los “pequeños”. Una idea planteada por Madariaga en los años 30, que depende de tener visión estratégica.
Las catástrofes naturales nos han vuelto a azotar con virulencia. El papel de las Fuerzas Armadas, en conjunto, en apoyo de la población afectada ha sido muy destacado, aunque se haya difuminado intencionadamente o no. La imagen del “primer soldado de España” dando la cara sin esconderse es un ejemplo que hay que poner en valor. El apoyo a las autoridades del Estado ante catástrofes es un papel esencial, pero no es la principal tarea de nuestros Ejércitos que siguen empeñados en operaciones. El liderazgo del Ejército de Tierra en Eslovaquia, la participación del Ejército del Aire en el ejercicio Pacific Skies, o el despliegue de la Armada en la operación Atalanta son solo algunos ejemplos del buen número de actividades operativas que realizan.
Es precisamente desde el ámbito militar donde, desde el punto de vista conceptual, se ha cerrado el año con la presentación de la visión Armada 2050. Un documento en el que se enlazan objetivos estratégicos, capacidades militares y necesidades tecnológicas y donde se considera a la industria “como una extensión de las capacidades clave … con la mayor autonomía estratégica posible”.
Reorganización de la secretaria de Estado de Defensa
Es la estrategia industrial la que ha llevado a la última modificación orgánica de la estructura de la Secretaria de Estado de Defensa y a la creación de la nueva Dirección General de Estrategia e Innovación de la Industria de Defensa (Digeid). Sin entrar en los detalles del cambio en nuestro modelo de adquisiciones, habrá que dar un voto de confianza a sus responsables para conseguir un sector más competitivo y orientado a proporcionar los sistemas que los operativos necesiten, en tiempo y forma y con un nivel tecnológico y unos costes adecuados. Un fin último que no debe olvidarse.
Ante el reto de la inmediatez que se exige a la industria de defensa la falta de presupuestos es una limitación. La senda de crecimiento para alcanzar los niveles de inversión en defensa que necesitamos, y a los que nos hemos comprometido, no deja de ser una declaración de intenciones mientras no se consolide. Para que la industria pueda dar la respuesta que se pide se necesitan recursos suficientes y estables, y una mayor coordinación de las estrategias operativas, tecnológicas e industriales. Este es uno de los aspectos donde se incide en el último informe CARD, que anuncia una serie de proyectos conjuntos para mejorar la coordinación de la demanda. Llama la atención la modesta presencia de España. Como también es llamativo el mensaje subliminal de que autonomía estratégica equivale a una autarquía propia de tiempos pasados.
El desarrollo de la estrategia industrial de defensa europea está en curso. Desde la Unión se reconoce que el sector es esencial para la seguridad y para reforzar la competitividad. Como se ha manifestado desde la asociación de industrias de defensa europeas el papel del nuevo comisario debe facilitar la actividad industrial, incentivar la cooperación y promover el acceso a fuentes de financiación. Su papel debe centrarse en mejorar la eficiencia de la industria para obtener oportunamente capacidades militares de calidad que permitan a los operativos alejarse de soluciones que ahora encuentran fuera de Europa.
Si la industria tiene que mejorar su capacidad de respuesta de forma sostenida en el tiempo y proporcionar tecnología de vanguardia, es importante reforzar la cadena de suministro y velar porque las grandes tractoras contribuyen al desarrollo del tejido industrial en los diferentes niveles. Las alianzas que estas forjen en los grandes programas deben favorecer la colaboración entre socios europeos. Una idea de nuestra Estrategia Industrial de Defensa que tiene recorrido.
Los organismos europeos tienen un papel fundamental para avanzar en la construcción de la defensa común incluyendo el componente industrial, pero son últimamente los países los que tienen que demostrar su voluntad de avanzar hacia una mayor colaboración. La industria seguirá el comportamiento de sus clientes.
Una pujante industria española
La industria española en ese camino tiene un papel importante. La ministra de Defensa, en uno de los múltiples foros de los últimos meses, ha pedido que actúe sin complejos en el mercado internacional. Ya lo está haciendo. No sólo las grandes han cosechado éxitos importantes en 2024. El conjunto del sector sigue pujante en proyectos promovidos desde Europa. Nuestras empresas privadas han materializado operaciones muy relevantes en mercados tan alejados como Nueva Zelanda, tan complejos como Turquía o tan restrictivos como Francia, proporcionando productos o tecnologías de vanguardia. El apoyo público a la internacionalización ha sido significativo. Hace falta también facilitar la actividad en el interior donde, con frecuencia, la industria encuentra numerosas trabas administrativas que tienen origen en una regulación y en una burocracia excesivas que no responden a la realidad actual.
La nueva ley de industria debe reconocer el papel estratégico del sector, como hizo el presidente del Gobierno ante los directivos que reunió en marzo. El desarrollo de la ley debería llevar a una revisión de la actual Estrategia Industrial de Defensa y a una reflexión sobre la evolución de algunos sectores donde ya se producen movimientos a nivel europeo. Una reflexión que debe incluir extraer lecciones del pasado, como recomendó uno de los premiados por Tedae haciendo referencia a la integración de CASA en Airbus. En un plano puramente español se han producido durante el último año algunos movimientos internos que parecen más orientados por intereses políticos y particulares que por una verdadera reflexión estratégica. Puede que estemos viviendo un proceso de vuelta a la “estatalización”, directa o indirecta, de un sector que sigue dominado por la iniciativa privada sobre la base de un buen número de pequeñas empresas con capacidad tecnológica real.
Ciertamente España necesita una industria de defensa que sea capaz de responder con realismo a las necesidades de nuestra defensa, considerando un marco europeo del que no podemos ser ajenos y para contribuir a que Europa no quede relegada a un papel secundario en un escenario internacional cada vez más complejo. Terminamos un año complejo y difícil que abre muchas cuestiones para 2025.