Tan solo tres meses después de la firma del armisticio entre Francia y Alemania el 22 de junio de 1940, el historiador Marc Bloch publicó su visión de las causas que habían llevado a la derrota francesa. “La extraña derrota” no se había debido, en su opinión, a la superioridad militar alemana. Según el historiador, judío alsaciano y fundador de los Annales d'histoire économique et sociale, las causas eran mucho más profundas. Firme defensor de la idea de que los Estados deben estar al servicio de las personas, achacaba la derrota a una descomposición de las instituciones francesas de la época y a una clase política que había olvidado su vocación de servicio y provocado una debilidad colectiva que a su vez era “la suma de numerosas debilidades individuales”. Una especie de J´accuse al estilo de Zola.
La idea de que el proceso de descomposición del sistema político francés era la causa de la derrota de una nación, que contaba con un régimen político democrático, ante otra con régimen totalitario, aunque surgido de las urnas, fue recogida en 1941 por Manuel Chaves Nogales en su obra “La agonía de Francia”. El sevillano responsabilizaba al Frente Popular de haber provocado el enfrentamiento social entre los franceses y la pérdida de fe en su modelo político. En palabras de Chaves lo que había ocurrido en Francia demostraba que “los regímenes totalitarios no marcan una superioridad sobre las democracias más que cuando estas se hallan interiormente podridas”.
Cincuenta millones de muertos después, Europa tuvo que hacer frente a otra amenaza totalitaria. El ideólogo de la contención, Kennan, recordó en su famoso memorándum la necesidad de reconstruir Europa en el plano económico y también sobre la base de unos modelos políticos sustentados en el imperio de la ley, como elemento esencial para hacer frente a la amenaza soviética. En su expansión hacia el este la URSS había tomado el control en algunos países europeos aprovechando las fallas de los sistemas internos y manipulando los resultados electorales para imponer gobiernos que eliminaron las libertades y dejaron sin efecto los principios de Montesquieu.
La base ideológica frente al totalitarismo sobre la que debía fundarse la nueva Europa la reflejó, entre otros, Paul Henry Spaak, presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas y posteriormente Secretario General de la OTAN. Para el socialista belga Europa necesitaba gobiernos responsables al servicio de los ciudadanos, y no al servicio de un partido. En los momentos que vivía, y tras una experiencia dramática, consideraba esencial conseguir el fortalecimiento político, moral y social de los países de Europa Occidental.
La Unión Europea y, sobre todo, la Alianza Atlántica fueron actores decisivos para que décadas después el modelo democrático occidental se impusiera al modelo totalitario. Como recuerda Michael Howard no fue el poder militar el que ganó la guerra fría. La capacidad militar facilitó la victoria, pero fueron la solidez de nuestro modelo político y la voluntad de la sociedad las que vencieron.
Años después la fortaleza de nuestro modelo está en cuestión. Como lo está la Alianza Atlántica. Durante la última reunión de ministros de Defensa de la OTAN se ha producido una reunión entre el secretario general Jens Stoltenberg y el presidente ucraniano en la que se ha puesto de manifiesto la preocupación por la solidez de la respuesta común. En el entorno global que vivimos se ha señalado que la OTAN no se puede permitir que su unidad se vea minada por procesos que debilitan la situación interna de sus miembros. Se apunta a Turquía, Bulgaria, Polonia o Hungría. Pero la preocupación puede alcanzar también a otros países. Desde la Alianza se recuerda que la desestabilización política es un elemento que debilita al conjunto. Seguramente durante la reunión del Consejo Atlántico en formato de ministros de Asuntos Exteriores previsto para finales de este mes podamos ver alguna alusión en este sentido.
La OTAN necesitar reafirmarse y para ello la estabilidad interna y el compromiso de los países miembros son básicos. Como lo es para la Unión Europea. En el plano multinacional se está haciendo un esfuerzo importante para potenciar capacidades operativas. Puede ser insuficiente si nos olvidamos del respeto a los principios básicos como la separación de poderes, la igualdad o la solidaridad.
En el plano puramente militar España es uno de los principales contribuyentes en el esfuerzo operativo de la Alianza. Contribuimos con el 6% del total del presupuesto de la organización. Estamos, parece, en el camino de alcanzar el compromiso financiero que se nos exige, aunque todavía nos queda recorrido. La Alianza y la defensa europea necesitan una España fuerte en lo militar y sobre todo en el plano político y social. Hemos cumplido en el exterior con el principio de solidaridad aliada, como también, en el plano interior, nos obliga la Constitución en sus artículos 2 y 138. Sin embargo, los previsibles cambios que se han anunciado recientemente en materia de transferencias pueden llevar a una pérdida de capacidad del Estado español, que atendiendo a posibilidades financieras algunos expertos cifran en un 20%. Si eso es así los ingresos del Estado para financiar políticas públicas básicas como es la de defensa se pueden ver afectados. Por otra parte, el peso del esfuerzo recaería además de forma desigual entre los españoles.
Si aceptamos que la UE y la OTAN deben mantener la solidez que requiere el panorama de seguridad internacional que vivimos, es preciso reafirmar con hechos la obligación de España con nuestros aliados. No nos podemos permitir una España débil que presente dudas sobre nuestro compromiso con los principios y valores sobre los que se cimenta el modelo político occidental que triunfó ante los totalitarismos y cuya estabilidad se ve acosada por amenazas internas y externas.