El 80% de las mercancías con las que se comercia a nivel mundial viajan por barco. Cualquier potencia económica aspira a tener influencia en el comercio marítimo y capacidad para controlar las líneas de comunicación. El control de la industria naval civil es importante pero disponer de una capacidad industrial naval en el ámbito militar es un factor de soberanía. La apuesta china por jugar cada vez un mayor papel como actor global se sustenta, en buena parte, en el desarrollo de su Armada mientras que favorece la presencia de capital chino en las sociedades que gestionan algunos de los principales puertos europeos.
La Unión Europea no es ajena a esa situación ni en el ámbito civil ni en el militar. Buena parte de los principales países de la Unión mantienen importantes capacidades en sus respectivas armadas mientras que consideran a sus empresas de construcción naval militar como activos estratégicos. Este sector industrial, que tradicionalmente ha estado controlado por agentes estatales, está pendiente de una reestructuración a nivel europeo que muchos analistas anuncian para un futuro más o menos próximo.
Recientemente la Dirección de Construcciones Navales (DCNS) francesa ha anunciado que cambia su nombre y pasa a denominarse Naval Group. De momento el estado francés mantiene un 64% de su accionariado, permaneciendo el 35% en manos de Thales y un 1% en accionistas privados. Los grandes objetivos planteados al anunciar el cambio de denominación son claros: proporcionar una capacidad industrial que permita ofrecer soberanía a sus clientes y además mejorar la competitividad en un mercado mundial cada vez más complejo.
Aparecen así las ideas de competitividad y soberanía como dos elementos clave que son importantes para Francia, pero también para Europa en su conjunto. La Marine Nationale francesa es el principal cliente de una empresa que está presente en 18 países, con un beneficio neto cercano a los 90 millones de euros en 2016 y que emplea a cerca de 13.000 personas. Pero su futuro no está ni mucho menos asegurado manteniendo la estrategia actual y hay que mirar hacia el futuro. Así algunos analistas indican que detrás del cambio de nombre pudiera estar el inicio de una estrategia de vocación europea de cara a ordenar este sector específico donde se están dando pasos en otras direcciones convergentes.
Los grandes programas de reforma de las armadas europeas plantean en algunos casos, notablemente Holanda y Polonia, no solo modernizar los sistemas sino además fomentar las sinergias regionales a través de programas de formación, adiestramiento y sostenimiento en común. Este factor ha podido ser decisivo para la presencia de TKMS en Noruega y puede también reforzar el papel alemán en Polonia puesto que los dos países tienen constituido, por ejemplo, un mando conjunto de submarinos. Se favorecería así el concepto de mutualización de capacidades que encaja en las iniciativas de la OTAN y, sobre todo, de la UE que parece muy inclinada a favorecer en el futuro iniciativas que potencien la cooperación estructurada en materia de defensa.
En el ámbito naval la colaboración franco británica es importante en algunas capacidades, pero también habrá que observar con atención cómo evolucionan de cara al futuro las posiciones de otros países. Alemania, cuya Armada ha sufrido relativamente poco la crisis de los últimos años, puede jugar un papel local importante. Holanda quiere mantener sus capacidades estratégicas pero tiene abiertas algunas líneas de cooperación regional interesantes. Suecia está reforzando su presencia en Francia y con estrecha relación con Alemania. Pero sobre todo Italia y, por supuesto, España tendrán que posicionarse de cara a una más que probable evolución del sector naval europeo a medio plazo.