Guerra del futuro: Una visión desde Rusia
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Guerra del futuro: Una visión desde Rusia

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(Especial CEEAG para Infodefensa) El regreso de la rivalidad de las grandes potencias ha hecho que las preguntas sobre el futuro de la guerra sean más urgentes. La decidida posición de Rusia en Ucrania y Siria, el uso de un tipo de operaciones denominadas híbridas y su creciente dependencia de las capacidades cibernéticas han sido tema dominante en los análisis sobre la evolución de la guerra. Sin embargo, los esfuerzos de los analistas en Moscú y Occidente para comprender el pensamiento del otro sobre el futuro de la guerra, en comparación con esfuerzos similares durante la Guerra Fría, se han quedado cortos.

Un artículo del general Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, publicado en 2013, sobre el uso de medios de guerra no militares y no lineales, llegó a ser visto como una explicación universal para la conducta política y militar de Rusia, siendo incluso denominado Doctrina Gerasimov, sin embargo, el texto no era un esbozo de una estrategia híbrida, sino una primera llamada al estamento político y militar ruso para elaborar un enfoque integral de las guerras futuras basado en las interpretaciones de los conflictos modernos y la evaluación de sus propias vulnerabilidades.

Orígenes del pensamiento ruso

En Rusia, la teoría y la práctica de la guerra futura es definida por tres grupos, cada uno de ellos aporta sus propios prejuicios, fortalezas y debilidades a la tarea: el estamento militar, actor con la mayor capacidad de influir en las decisiones; empresas tecnológicas, empresas privadas e instituciones estatales, cuyo trabajo es motor del cambio, pero que rara vez participa en discusiones públicas; e instituciones civiles, que incluyen centros académicos y científicos, think tanks y consultorías, con gran apertura hacia aportes nacionales e internacionales, pero con un bajo grado de participación en la toma de decisiones.

En temas relacionados con la Guerra Fría y sus conceptos de disuasión y contención, todavía existe un intercambio frecuente de ideas entre expertos militares y civiles. Sin embargo, en lo atingente a la guerra moderna la experiencia civil no es abundante y gran parte del trabajo público en “cosas no nucleares” está fuertemente influenciado por la narrativa oficial diseñada por profesionales militares, uno de los grupos antes mencionados.

Tras la desintegración de la Unión Soviética, el futuro de la guerra se percibía a través del antiterrorismo y la guerra asimétrica, visualizándose como inconcebible una guerra nuclear entre Rusia y Estados Unidos, permaneciendo el carácter defensivo general de su doctrina militar, pero enfocada en amenazas no convencionales y sus formas de respuesta.

Luego de la primera guerra del Golfo (1990-1991) y, posteriormente, del bombardeo de Yugoslavia (1999), la creciente sofisticación de las fuerzas militares de Occidente y el estado de sus propias fuerzas preocupó a Moscú, lo que impulsó reformas orientadas a cerrar esa brecha. En 2008, después de la guerra ruso-georgiana, empezó a considerarse el regreso de la rivalidad de las grandes potencias y, a partir de 2010, se aprecian declaraciones para la preparación de Rusia para los conflictos armados híbridos y el uso de modos de acción indirectos y asimétricos.

Luego de la toma de Crimea por parte de Rusia, la guerra en el este de Ucrania y el lanzamiento de la campaña militar en Siria, surgió un consenso en Moscú y, posiblemente, también en las capitales occidentales, sobre que el riesgo de un gran conflicto entre Rusia y Estados Unidos, en su calidad de potencias nucleares equivalentes, había aumentado notablemente y, aunque el estamento militar ruso no niega que los actores no estatales involucrados en la guerra asimétrica puedan tener voluntad propia, en el contexto de la guerra futura, los grupos terroristas y otros actores no estatales son vistos como agentes a través de los cuales actúan potencias adversarias (proxies).

La superioridad tecnológica y militar estadounidense, junto con la OTAN, se considera el único desafío serio para Rusia en este momento y, por lo tanto, es el foco de la planificación militar.

Rusia y la estabilidad estratégica

La exacerbación de las tensiones entre Rusia y Occidente en 2014 cambió el enfoque de la discusión sobre la posibilidad de un conflicto militar directo entre las potencias pares desde la interrogante de si el arsenal nuclear era un elemento disuasivo suficiente, hacia la pregunta de si se utilizarían armas nucleares en caso de que se produjera un conflicto de este tipo en el nivel convencional.

Sin perjuicio de lo anterior, la doctrina publicada en 2014, y su enmienda de 2018, dejó en claro que la contención nuclear mutua y la paridad estratégica no habían perdido su relevancia, llegando el presidente Putin a expresar, abiertamente, que tener la ventaja en una carrera armamentista es una forma efectiva de garantizar la paz.

Junto con lo anterior, se ha argumentado que el eventual estallido de una guerra entre Rusia y Occidente, no será por la acumulación o la aparición de un nuevo tipo de armamento, sino que por un cambio de motivación en las elites políticas, sumándose a esta serie de posturas una contradicción entre los expertos militares clave, que creen que la superioridad militar-tecnológica servirá como un elemento disuasivo y como una condición previa para la paz, y la mayoría de los expertos civiles, que sostienen que el desarrollo tecnológico es peligroso y puede conducir a una guerra. Estas contradicciones reflejan el hecho de que no existe una narrativa rusa única y coherente sobre la guerra futura.

Con todo, el argumento ruso contemporáneo sugiere que, si las elites están decididas a lanzar una guerra, hay poco que pueda disuadirlas, incluidas las armas nucleares.

Las revoluciones de colores y las guerras de información

Aunque lejos de las fronteras rusas, la crisis en Libia tuvo un profundo impacto en la visión de Rusia para las guerras del futuro, siendo considerado un ejemplo de las revoluciones de colores (un conflicto originado en un movimiento de protesta financiado y dirigido por un enemigo extranjero para que sirviera de pretexto para una intervención y una guerra posterior), fenómeno cuyas técnicas probablemente se emplearán en cualquier conflicto futuro y a las que Rusia se creía vulnerable. La principal preocupación no era tanto un ataque militar directo, improbable dadas las capacidades militares de Rusia, sino que la ingeniería de las protestas populares de Occidente para crear un pretexto para una ofensiva contra Rusia.

El conflicto libio también le dio a Moscú razones para argumentar que las operaciones militares para futuros conflictos contemplarían acciones ofensivas que se desarrollarían a través de todos los dominios: tierra, mar, aire, cibernética e involucraría la participación no solo de ejércitos oficiales, sino también de mercenarios y milicias.

En Occidente, este enfoque es frecuentemente definido como guerra híbrida y es visto como una innovación rusa; pero debe tenerse en cuenta que este término es igualmente aplicado por los rusos a las propias prácticas militares de Occidente de los últimos años.

Mientras que algunos rusos argumentan que el enfrentamiento directo no militar en forma de guerra cibernética y de información es un tipo separado de conflicto del futuro, otros creen que es complementario a un enfrentamiento militar directo.

Por ahora, Rusia no parece ver las capacidades cibernéticas como un arma de primer nivel igual a las armas nucleares, pero sí reconoce que son armas efectivas de segundo nivel, capaces de desconectar ciudades enteras de las redes eléctricas, desactivando plantas nucleares, robando información clasificada, etc. Por lo tanto, se consideran relevantes para cualquier debate sobre conflictos futuros.

Aprendiendo de Siria y Ucrania

Los actores clave en el debate ruso sobre el futuro de la guerra presumen que, a pesar del colapso del régimen de control de armas y el desarrollo de armas aún más destructivas, las principales potencias nucleares seguirán intentando evitar un conflicto nuclear entre ellas. Al mismo tiempo, los conflictos militares en Ucrania y Siria han llevado a los tomadores de decisión rusos a concluir que la acción militar indirecta (uso de proxies) y la acción no militar directa (ofensivas cibernéticas, guerra de información) se convertirán en las formas más frecuentes de competencia. El enfrentamiento no militar indirecto (uso de revoluciones de colores) continuará sirviendo como pretexto para acciones militares intervencionistas.

Los conflictos en Georgia y Ucrania pusieron fin al debate sobre el adversario más probable en la guerra del futuro: será una potencia equivalente, probablemente Occidente. El uso de fuerzas no regulares, incluidos los contratistas militares privados, se ha convertido en rutina y es visto como un componente crítico de la guerra futura.

Hoy, el liderazgo ruso afirma que aprendió las amargas lecciones de las guerras del pasado y dominó la dinámica de la carrera armamentista. El presidente Putin anunció planes para nuevos armamentos destinados a darle a Rusia una ventaja de 5 a 7 años en una carrera armamentista. Sin embargo, estas armas tendrían un alto precio para la lenta economía rusa y es poco probable que Rusia alcance la paridad militar y, mucho menos, la superioridad sobre Occidente.

Un problema aún mayor es que Rusia contempla las luchas futuras basadas en su percepción actual de aliados y adversarios, sin considerar cómo puede cambiar el mundo. La creencia rusa en la necesidad de estar preparados para la guerra del futuro -lo que implica una guerra con Occidente- proviene de la pobre relación actual de Moscú con Occidente y la hostilidad percibida desde este último. Sin embargo, la evaluación crítica y la discusión pública de estos temas han faltado en un momento en que están surgiendo otras potencias, particularmente China.

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