Para responder a la pregunta del enunciado, debemos seguir una línea cronológica que arranca en 1949 cuando se crea la Organización del Atlántico Norte, la OTAN, como alianza defensiva frente a la intención de la Unión Soviética, y posteriormente del Pacto de Varsovia, de anexionarse Europa. Es lo que hemos venido en denominar OTAN 1.0, que se extendió en el tiempo hasta 1989, con la caída del Muro de Berlín, y en la que todo era predecible y conocido: combate de unidades acorazadas y mecanizadas en suelo europeo y necesidad de asegurar el vínculo trasatlántico con Estados Unidos. Para evitar llegar a desencadenar este conflicto, existía la indispensable disuasión nuclear y todo ello en conjunto, nos hacía vivir en Europa en la llamada Guerra fría.
En esa época, se produjeron falsas alarmas e incidentes de todo tipo. A título de ejemplo, nos remontamos casi 40 años hasta el hecho conocido ocurrido el 26 de septiembre de 1983 cuando los sistemas de alerta temprana de la Unión Soviética 'detectaron' un ataque con misiles desde Estados Unidos indicando que varios misiles habían sido lanzados. En ese momento, y de acuerdo con el protocolo que regía para la fuerza nuclear soviética, se tenía que haber iniciado un contrataque nuclear tomado las represalias correspondientes. Sin embargo, el oficial de guardia del sistema de alerta temprana soviético, teniente coronel Stanislav Petrov, a la vista de lo que le indicaban los sistemas, le pareció extraño y tomó la decisión de no informar a sus superiores en la cadena de mando descartando este ataque al considerarlo como una falsa alarma del sistema, lo que posteriormente fue por cierto, plenamente confirmado.
Esta decisión personal constituyó una violación del protocolo de respuesta y una absoluta negligencia en el cumplimiento de su deber, lo que pagó caro interrumpiendo su carrera militar; sin embargo, su decisión salvó al mundo de un desastre nuclear de consecuencias inimaginables.
Saltando en el tiempo, llegamos a agosto de 2019, cuando tras varias denuncias de incumplimiento, se denunció y quedó sin efecto el tratado de prohibición de armas nucleares de alcance intermedio (INF), firmado en 1987 por Estados Unidos y la Unión Soviética. Por este tratado INF se eliminaban y prohibían completamente los misiles lanzados desde tierra con un alcance de entre 500 y 5.500 km, lo que es lo mismo que decir toda Europa desde Rusia hasta el Atlántico. Este tratado había sido por lo tanto clave para nuestra seguridad durante muchos años. En la actualidad, no existen límites para la producción y despliegue de estos misiles de alcance intermedio.
Antes incluso de ese momento, en el ámbito de la Alianza Atlántica habíamos desempolvado los expedientes nucleares que habíamos guardado tras la caída del muro, y habíamos recordamos y vuelto a traer a la actualidad que la OTAN es una alianza defensiva nuclear mientras existan armas nucleares. Tras la denuncia y el fracaso del tratado de armas nucleares de alcance intermedio, en febrero de 2021 se prorrogó y ratificó la validez del tratado firmado en 2010 por Medvédev y Obama, START III / New START, de limitación de armas nucleares intercontinentales, la verdadera amenaza de una guerra nuclear; si no se hubiera ratificado, se habría producido el desmoronamiento de la cúpula de todo el sistema de paraguas nuclear. Aun así, el mundo era otro, tras la denuncia del tratado INF que prohibía los misiles nucleares
de alcance intermedio, es decir Europa. La etapa de distensión iniciada en 1989 con el fin de la guerra fría se tambaleó en 2014 con la anexión de Crimea y parte del Donbass por Rusia y se cerró definitivamente el 24 de febrero de 2022 con la invasión de Ucrania por Rusia.
Como último hito de esta línea cronológica, tras un año de la guerra en Ucrania, el pasado 21 de febrero de 2023, escuchamos a Putin decir que dejaba el tratado START III / New START en suspensión o sin efecto, y que Rusia iba a desarrollar y probar nuevos misiles intercontinentales con cabezas nucleares. Si este inquietante camino se confirma, si desaparecidos todos los acuerdos sólo nos quedara la imprescindible disuasión, se consagraría el retorno a la guerra fría nuclear, es decir a la OTAN 1.0. que describíamos al principio, en la que ante un posible fallo de los sistemas de alarma, a lo mejor no existe hoy día una persona tan fría, formada y decidida como el teniente coronel Petrov...
Hemos recorrido un largo y tortuoso camino para no llegar a ninguna parte y volver al principio. Esperemos que no sea así y podamos seguir evolucionando hacia un futuro en paz diferente de aquella guerra fría que soñábamos que había pasado, un futuro en el que nuestros conciudadanos ni piensen ni se preocupen por una posible amenaza nuclear.
El mundo que hemos conocido en las últimas tres generaciones ha muerto, y no sabemos muy bien qué está por venir. Por ello necesitamos una Unión Europea más fuerte, una Unión más solidaria que nunca a través del artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea y más resuelta que nunca a defender la paz en Europa y el orden internacional; una Unión que con sus luces y sus sombras, sus limitaciones y sus defectos, apoya sin restricciones a Ucrania. Y por supuesto, también necesitamos a la OTAN, clave de la seguridad en Europa, como quedó reflejado en el nuevo concepto estratégico de Madrid, punta de lanza en la respuesta a Rusia por su guerra de agresión a Ucrania y además, proveedora del paraguas nuclear para prácticamente todos los países de Europa, incluida España, otra razón añadida para alimentar y cuidar el vínculo trasatlántico así como la complementariedad entre la OTAN y la Unión Europea.