La guerra de Ucrania ha puesto en tela de juicio, aunque no todos los partidos están de acuerdo, una de las características de la política española: el paternalismo en materia de defensa. La invasión de un país democrático europeo ha dejado claro que la sensación de seguridad gratuita y adquirida por nacimiento que se vendía a la ciudadanía no era real y que conseguirla tiene un coste más allá del electoral. La OTAN cuantificó ese coste hace tiempo: el 2% del PIB (unos 26.000 millones de euros en el caso de España), el doble de lo que invierte ahora mismo (13.100 millones, el 1,01% del PIB).
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha admitido en la cumbre de Madrid que es así, que la OTAN tiene razón y que España llegará a esa cifra en 2029. Lo cierto es que ese reconocimiento de Sánchez no es nuevo, el mismo 2% ya lo había prometido Mariano Rajoy en 2017, pero no dio ningún paso. El propio Sánchez lleva desde su llegada a la presidencia prometiendo a Bruselas y a la OTAN que llegarán a ese 2% que se le reclama a España para cumplir con su parte de la defensa común, pero tampoco pasó de las palabras. Lo que ha cambiado ahora es Ucrania. La guerra ha modificado la opinión pública y el coste en votos de aumentar el gasto en defensa y desvelarle a la gente que no vive tan segura como creía ya no es tan caro, aunque haya partidos, dentro y fuera del Gobierno, que lo intenten rentabilizar. Aquí estará el quid de la cuestión, Sánchez no podrá hacerlo solo, habrá que ver quién lo apoya.
La realidad es que España es ahora mismo el penúltimo país en inversión de la OTAN, solo Luxemburgo gasta menos en defensa, y el objetivo es pasar al Top Ten de la Alianza. Motivos no le faltan, el principal es que es un país de frontera con el flanco sur, uno de los puntos más calientes tácticamente del planeta, con inestabilidad política, económicamente deprimido, con altas tasas de integrismo religioso, con un problema endémico de terrorismo y que dentro de 20 años concentrará la mayor población del mundo.
Economía y soberanía
Pero los motivos de España van mucho más allá y afectan a los ámbitos político y económico además de al militar. Una defensa fuerte es garantía de seguridad ciudadana pero también de relevancia internacional, de capacidades diplomáticas, de riqueza interior, de generación de empleo, de autonomía política, industrial… Pero eso también tiene un coste, un coste que pasa por comprar lo que se necesite dentro de casa y no fuera, y aquí el beneficio es doble, por un lado fomentas la economía y por otro la soberanía, ser fuertes en lo económico y por ende en lo social y no depender de terceros en lo táctico es de primero de estrategia.
Desde el punto de vista económico, macrocifras aparte, es importante hablar de empleo para tomar conciencia de lo que estamos hablando. En el ámbito industrial del sector trabajan actualmente unas 300.000 personas en todo el país, la mayoría en empleos de alta cualificación, mientras que en las Fuerzas Armadas, aparte del personal civil, hay 120.000 militares en activo y otros 15.000 en la reserva. La cifra total incluido el personal civil se acerca al medio millón de empleos repartidos por casi todas las provincias del país. De hecho, muchas empresas están ubicadas en la denominada España despoblada suponiendo un revulsivo para la zona, de la misma manera que lo hacen las instalaciones militares que están fuera de las ciudades. Un dato, las industrias de Tedae (patronal del sector) aportaron al PIB 16.500 millones de euros en 2020, el 1,5% del total.
Desde el punto de vista de soberanía España depende de la capacidad tecnológica de su industria y de sus posibilidades de mantenerla en un ámbito como el europeo, que es hacia el que se camina. La unión europea de defensa está más cerca que nunca pero cada país seguirá luchando por mantener su autonomía estratégica (tecnologías propias, capacidad de desarrollo, fabricación...). Los fondos europeos pasan por la unión de empresas de varios países, eso es ineludible, pero en esas alianzas habrá empresas que lideren e impongan su tecnología y otras que no. España debe aspirar a que sus empresas estén en los puestos de liderazgo de esas UTE y no en los secundarios y para eso tiene cuatro ases preparados.
El póker español
El gigante por antonomasia, y que ya es paneuropeo aunque la base de su división de defensa está en España (la antigua CASA), es Airbus, líder en los dominios del Aire y el Espacio (precisamente como se llama desde esta misma semana la fuerza aérea española: Ejército del Aire y el Espacio). Sánchez, por cierto, anunció hace escasos días una gran inversión en este sector, el Perte Aeroespacial, dotado de más de 4.500 millones para empujar el sector y crear, entre otras cosas, una Agencia Espacial Española cuya sede ya está en puja por una decena de ciudades que la ven como un gran motor económico.
En el resto de los dominios, Navantia es el gran as naval y en Tierra manda Santa Bárbara Sistemas, las antiguas fábricas de armas nacionales. En tecnología de la información la empresa es Indra, más española que nunca tras la incorporación esta semana a su consejo de Sapa (motores). Hay más empresas, pero estas son las que lideran el sector con mucha diferencia: el póker de ases español.
El norte ya ha mostrado sus cartas
La cumbre de la OTAN en Madrid ha servido para mostrar que el problema de la seguridad es global, como todo lo demás, y que, por mucho que nuestro complejo de superioridad nos haga sentir a salvo, las cosas no son así. Ejemplos de países que han tenido que envainársela ha habido varios estos días, los más sonados son los de Suecia y Finlandia que, pese a sus siglos de neutralidad, han decido unirse a la Alianza en busca precisamente de esa seguridad que vendían y no existía, otro es la pacifista Alemania, que ha tenido que dejar a un lado el complejo de su época nazi para aumentar su presupuesto en defensa. Y todos han apoyado a su industria. El norte que tanto admiramos en lo social, en lo verde y en lo diplomático ya ha mostrado sus cartas. España, si juega, lleva póker.