"Nadie puede mirar de lado", son las palabras de Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que lejos de parecer un mensaje para otros, parece una crítica a la dejadez europea en todo este tiempo. Un discurso épico, un zarandeo a los burócratas, una advertencia a Europa de que estamos en guerra.
La situación vivida desde finales del año pasado hasta el inicio de la invasión recuerda una viñeta vista hace varios años en clave de humor (agrio en estos momentos) de unos guardias que encarcelan a un delincuente en un calabozo con dos puertas. En la principal se encuentran los guardias bien armados y en la puerta trasera un gran cartel en el que se puede leer: prohibido pasar. A la mañana siguiente el preso no está y todo el mundo se lleva las manos a la cabeza, ¡cómo es posible!
Maniobras rusas en Bielorrusia (no hace falta recordar cómo empezaron los acontecimientos que acabaron con la anexión de Crimea en 2014), el amago de escalada bélica en la frontera de Bielorrusia con Polonia, imágenes por satélite que advertían de la gran cantidad de tropas rusas a lo largo de toda la frontera este de Ucrania, cientos de miles y que iban en aumento, inusual tráfico marítimo de la marina rusa en el Mediterráneo, Tartús en Siria, Georgia, Azerbaiyán…
¡Y de repente el preso no está! Hagamos un ejercicio de retrospectiva. La Unión Europea nunca se destacó por hacer esfuerzos vinculados a la Defensa, por mostrar un talante en cierto modo beligerante ante los posibles agresores, por hacer inversiones en el ámbito militar. Desde 2014, a colación de la cumbre de Gales de la OTAN, el discurso de la autonomía estratégica recoge cierto impulso dialéctico, pero no tiene mayor recorrido. Europa, es decir, la Unión Europea quiere una defensa europea, para los europeos y desde Europa, pero no quiere pagarla, no quiere alterar la evocación de Arcadia feliz inherente al discurso europeísta, pese a tener las fronteras que rodean a Europa patas arriba. El norte de África, la trágica pérdida de vidas humanas en el Mediterráneo, Siria, el Sahel, el este de Europa… el absurdo de todo esto que roza la inmoralidad fue tener vigente una operación Sophia en el Mediterráneo sin barcos que la atendiera. El golpe de realidad llega cuando uno entiende que la Unión Europea no son los Estados Unidos de Europa.
No hay una política de defensa común. No hay objetivos comunes, estrategias comunes, protocolos de actuación comunes, una voz única y real ante la amenaza… La Agencia Europea de la Defensa responde al interés de la Industria de Defensa y no al de la Defensa Europea.
Uno adquiere conciencia de la insignificancia de la Unión Europea en asuntos de política exterior cuando la insignificancia incluye además la política regional y su, en teoría, área de influencia. Entiéndase en tono ácido que la insignificancia en política exterior de la Unión Europea es proporcional al número de veces que se introduce en discursos vacíos términos como autonomía estratégica o poder blando, soft power, (que si uno lo dice en inglés lo elevan a la categoría superior) y que suele ir acompañado del deeply concerned de turno.
Es en este contexto cuando se suceden los análisis de la mayoría de expertos de lo que ocurre, puede ocurrir u ocurrirá. Un análisis que queda supeditado consciente o inconscientemente a la inherencia evocadora de la Arcadia feliz de una Europa sin guerras en lugar de hacerlo en función de lo posible y lo probable que pudiera pasar.
Estudiando en la universidad, una vez en clase de Economía Política, en ambiente distendido, el profesor dijo a la clase que ningún economista resiste cuando va a la contra de las teorías dominantes aunque tenga razón, queda condenado y sentenciado al ostracismo. Lo fácil y lo que se espera de uno es ir con las tendencias, se tenga o no razón. Si uno se mantiene fiel a las teorías dominantes y se equivoca hay una sentencia salvadora de todo mal: nadie lo vio venir.
A la realidad ya comentada se suma la evidente pérdida de liderazgo de occidente y su retirada de un escenario estratégico hacia otro, el Indo-Pacífico que no acaba de ser protagonista, pese a la insistencia de la mayoría; la falta de compromiso con la Primavera Árabe en el norte de África y el aumento de influencia rusa; la cada vez más pérdida de influencia en el Sahel; la incompetencia occidental en Siria o la nefasta retirada de los aliados en Afganistán, por nombrar únicamente los acontecimientos geoestratégicos más cercanos en el tiempo.
Brevemente, en el plano político occidente no mejora. A primeros de año de 2021 la soberanía estadounidense representada en el Capitolio fue asaltada cuasi literalmente por vikingos y en la Unión Europea se acabó por constatar la desunión de la Unión.
En el plano energético, materias primas, y comercio, evidentemente está el gas como protagonista, pero también el petróleo, el deshielo en el Ártico y sus posibilidades, de las que poco se habla, la nueva ruta de la seda o la colonización comercial de China en casi todos los países de la cuenca mediterránea. Mientras, en Europa, el debate está, ya ni siquiera en la apariencia, sino en la apariencia de aparentar si la energía nuclear y el gas se pueden considerar energías verdes, para poder exhortar su afinidad de una manera perfectamente farisea.
Es en este contexto donde se fragua la teoría dominante sobre la guerra en Ucrania, que no fue una sino tres. No puede haber una guerra en Europa porque eso va en contra de toda la realidad superpuesta en la que la Unión Europea ha estado trabajando. Significaría poner en evidencia que sí había que invertir en Defensa, que sí hay que vigilar fronteras.
Rusia con la ingente movilización de tropas no pretende invadir Ucrania, ni tan siquiera que se reconozcan como repúblicas independientes las regiones prorrusas de Ucrania. Sino que exige la no inclusión de Ucrania en la OTAN.
Occidente, como es natural, no puede aceptar la imposición unilateral de un país a otro de lo que puede o no puede hacer éste en el ejercicio de sus libertades y amenaza con sanciones económicas por lo que pudiera pasar. La OTAN reacciona poniendo en alerta sus destacamentos más próximos, los refuerza y el presidente estadounidense Joe Biden advierte enérgicamente que una invasión total o parcial del territorio ucraniano, incluidas las zonas prorrusas, tendrá consecuencias nefastas.
En una reedición de esta primera teoría se empieza a tener en consideración la posibilidad de invasión rusa de la zona del Donbass, pero que con las amenazas de más sanciones económicas y la aceptación de las zonas prorrusas como independientes se podría aceptar dicho status como válido si la guerra no va más allá. Biden rectifica, y retira la consideración de invasión a una ocupación rusa de las zonas rebeldes.
Se inicia la guerra, la que todo el mundo dijo que no se produciría, y la teoría dominante evoluciona: esta guerra solo se circunscribe a Ucrania, Putin pondrá un gobierno títere, se anexionará las regiones prorrusas y posiblemente un corredor terrestre para comunicar con Crimea y cuando esto lo consiga la guerra finalizará. Es cuando se suceden la inmensidad de las sanciones económicas internacionales.
Esta fue, a grandes rasgo, la evolución de la teoría dominante, basada en la distorsión de la realidad dibujada todos estos años por las políticas europeas, aceptando que con sanciones económicas y dándole a Putin un pedazo de lo que por entonces occidente suponía (y aún creo que supone) que ambicionaba volvería Europa a estar en paz.
Estamos en guerra y el que no lo quiera ver allá él. Es una guerra de desestabilización de Rusia contra occidente, cada vez son más los presidentes y primeros ministros que lo dicen y todos indican ya, como si se les hubiese caído la venda de los ojos, que será una guerra dura, que conllevará grandes esfuerzos y que lo pasaremos mal. Estamos en guerra, quiero decir que ya estamos todos en guerra y estamos además en una confrontación bélica al alza de la que no se ha alcanzado el tope ni mucho menos y para la que hay que prepararse y esperar lo peor.
La tendencia dominante sobre la intervención militar de la OTAN en el conflicto sigue siendo y con rotundidad que no intervendrá. Es una afirmación categórica basada en tres premisas:
- En base a la teoría de la realidad desdibujada por Europa en las que se basaban las teorías primeras del conflicto en las que Rusia no iba a invadir Ucrania.
- Ucrania no es un país miembro de la Alianza y por tanto no tiene derecho / no debe / no puede intervenir la OTAN.
- En varias ocasiones el secretario general de la OTAN ha afirmado categóricamente que los efectivos de la OTAN no intervendrán en Ucrania.
Del primero de estos puntos no merece la pena entrar, pues ya se ha tratado esta teoría con anterioridad, pero hagamos igualmente un ejercicio de retrospectiva. Ya en la cumbre de Chicago 2010, en un contexto de bajas inversiones en Defensa, se abre la mano para exprimir al máximo las capacidades de la Defensa Inteligente, la colaboración y vínculos entre socios y países no aliados. “La Defensa Inteligente representa la cultura de la colaboración multinacional como opción eficaz y eficiente para desarrollar capacidades críticas”.
En la cumbre de la OTAN de Gales 2014, con la anexión rusa de Crimea de fondo se hacen las siguientes manifestaciones de carácter oficial: “Nuestra Alianza sigue siendo una fuente esencial de estabilidad en este mundo […]. La OTAN sigue siendo el marco transatlántico para una fuerte defensa colectiva y el foro esencial para las consultas y decisiones de seguridad entre los aliados […]. La mayor responsabilidad de la Alianza es proteger y defender nuestros territorios y nuestras poblaciones contra los ataques […]”.
De manera más directa se concluye:
“Consideramos en los términos más enérgicos la escalada e intervención militar ilegal de Rusia en Ucrania y exigimos que Rusia retire sus tropas de Ucrania […]. Esta violación de soberanía e integridad es un gran desafío para la seguridad euroatlántica. No reconocemos ni reconoceremos la ilegítima anexión de Crimea por parte de Rusia […] Exigimos que Rusia cumpla con el derecho internacional y sus obligaciones y responsabilidades internacionales […]”.
“Las agresiones de Rusia contra Ucrania desafían nuestra visión de un conjunto europeo, libre y en paz. La creciente inestabilidad en nuestro vecindario meridional desde Oriente Medio hasta el Norte de África así como las amenazas transnacionales y multidimensionales, también desafían nuestra seguridad. Todos ellos pueden tener consecuencias a largo plazo para la paz y la seguridad en la región euroatlántica y la estabilidad en todo el mundo”.
La cumbre de Varsovia de 2016 se desarrolló bajo dos pilares centrales: “Fortalecer la disuasión y la defensa de la OTAN y proyectar estabilidad más allá de las fronteras de la OTAN” y se concluye, entre otras medidas, la aprobación de un paquete de asistencia integral para Ucrania.
Atendiendo al segundo punto: “Ucrania no es un país miembro de la OTAN y por tanto no puede intervenir” enseguida se da uno cuenta que es falso. La OTAN puede intervenir perfectamente, otra cosa distinta es lo inconveniente o no de esa intervención y sus consecuencias. Simplemente por enumerar algunos ejemplos: la participación en Bosnia en 1992, incluyendo una exclusión del espacio aéreo; embargo de armas en el Adriático también en 1992; operación Agile Geniepara de protección a las rutas de aproximación en el Mediterráneo Central al litoral del norte de África debido a las tensiones entre Libia y Occidente, 1992; bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia en 1999; intervención en Libia con la operación Unified Protector en 2011; la misión ISAF en Afganistán; la misión contra la piratería en el Índico Sea Guardian; misión de apoyo a Irak en 2014…
Además, en los últimos 25 años, la OTAN ha desarrollado acuerdos de asociación con multitud de países en un amplio espectro de actividades relacionadas con la seguridad y la defensa.
Tan solo queda el punto tres. El más complejo, porque todo el mundo le ha oído decir en repetidas ocasiones al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, que la OTAN “acordó no enviar a Ucrania ni tropas ni aviones”. Aunque también todos le hemos oído decir lo siguiente: “llamamos al presidente Putin a parar la guerra, a que saque sus fuerzas de Ucrania y se comprometa de buena fe en los esfuerzos diplomáticos. La OTAN protegerá y defenderá cada centímetro de nuestro territorio”.
Todo el mundo, también estará de acuerdo, que el fenómeno de la guerra es muy cambiante y lo que se ha dicho días atrás, en los próximos puede cambiar (la teoría dominante ha ido evolucionando a medida que avanzaba la guerra). En esta línea hay muchas variables que a mi juicio hacen cuestionar la primera frase tan categórica del secretario general de la OTAN.
EE.UU y Reino Unido están enviando cantidades ingentes de material bélico a Ucrania, 21 de los 27 países de la UE también lo están haciendo. Desde la lógica de Putin, perfectamente puede el mandatario ruso tomar estas acciones como actos de guerra contra Rusia en cualquier momento ¿Qué hará entonces la OTAN?
En algún momento de este conflicto se tendrán que disponer de corredores humanitarios y alguien tendrá que garantizar esa seguridad para los civiles, o peor, que no se establezcan ¿Cuánto tiempo podrá estar la comunidad internacional y la OTAN en particular sin actuar militarmente ante el incumplimiento de los acuerdos de Ginebra? Una zona de exclusión aérea, tarde o temprano se tendrá que imponer, con todo lo que ello implica evidentemente.
Pero hagamos trampa, ¿por qué no puede intervenir la OTAN desde fuera de Ucrania? Suecia y Finlandia han sido señaladas directamente por Putin; Rusia ha violado el espacio aéreo de Suecia; la OTAN ha activado la NFR respuesta de acción rápida; los países occidentales urgen a sus nacionales a salir de Rusia de inmediato; Rusia ha anunciado la activación de sus armas de disuasión nuclear…
En algún momento la OTAN se tendrá que plantear un bloqueo naval, operaciones de negación de área en el mar de Azov, el mar Negro u operaciones desde el Mediterráneo Oriental. La sexta flota estadounidense está supeditada a la OTAN. En el norte, supongamos operaciones conjuntas de Rusia con Bielorrusia en el Báltico, esto podría suponer el aislamiento de las repúblicas bálticas.
Recientemente (el domingo 6 de marzo) se ha conocido por boca del secretario de Estado estadounidense Antony Blinken, que su país “trabaja activamente” para lograr un acuerdo con Polonia para enviar aviones de guerra a Ucrania. La noticia de que Polonia entregase aviones MIG-29 a Ucrania a cambio de cazas F-16 estadounidenses está sobre la mesa, una medida compleja que además afectaría a Taiwan (y con ello toda una serie de derivadas).
La que fuera presidenta de Letonia Maira Vike-Freiberga en el periodo 1999-2007 dijo: “el señor Putin siempre está poniendo a prueba los límites, como un niño de dos años. Se salió con la suya en Crimea y si siente que puede salirse con la suya aquí también, lo intentará”. Una frase perfectamente válida para los tiempos que nos está tocando vivir. Si siente que puede salirse con la suya, Putin lo intentará y hoy por hoy es Putin quien maneja los tiempos, es Putin quien se está saltando las líneas rojas, y es la comunidad internacional quien le está dejando hacer. Occidente aún no se ha querido dar cuenta que el enemigo de Putin es él.
¿Va a entrar la OTAN en guerra? No lo sé, pero teniendo en cuenta lo posible y lo probable y no cualquier otra teoría, hoy estamos más cerca de que la OTAN entre en guerra que hace 10 días, lo diga quién lo diga y del modo en que lo diga.