El pasado mes de noviembre, durante la celebración de la Feria Internacional de la Defensa y Seguridad (Feindef 21), el jefe del Estado Mayor del Ejército (JEME), general del ejército Amador Enseñat y Berea, esbozó las líneas básicas a tener en cuenta para afrontar las demandas exigidas y las posibles amenazas a las que el Ejército tendrá que hacer frente en el futuro.
Las reflexiones, abundantes en tecnología e innovación, dejaron entrever la importancia del combatiente y su liderazgo. Aprovechamos la circunstancia para entender un poco más este concepto. Mission command, una nueva vieja idea sobre liderazgo.
La idea es fácil de comprender, algo más difícil es explicarla con palabras y tremendamente difícil llevarla a la práctica en toda su concepción, pero como dice el mantra ingenieril sobre la calidad, la perfección no existe, aunque no por ello hay que dejar de intentarlo. Lo mismo podemos hacer con el mission command.
La filosofía de mando, más que otra cosa, encuentra en el mando intermedio una discreta libertad, flexibilidad, no en la interpretación de las órdenes, sino en la mejor manera de darle cumplimiento. No es una disciplina fácilmente enseñable. Es un estilo, un ademán de ejercer el liderazgo en base a la autonomía que tiene un soldado para tomar la mejor decisión en un momento difícil.
Cuando se habla del mission command, todas las miradas se dirigen al periodo de las guerras francoprusianas y el último tercio del siglo XIX como fuente original donde aparece por vez primera este modo de actuar. Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo. Esta célebre frase de Helmuth von Moltke y que en sus diferentes versiones ha sido atribuida a numerosos militares y estadistas célebres, incluso al boxeador Mike Tyson (haciéndola más explícita) escenifica claramente el hueco que hay que cubrir entre las órdenes recibidas y la realidad del campo de batalla, o dicho de otro de modo, una cosa es la teoría y otra la práctica.
Ahondando en esto, recurrimos ahora a Napoleón para reproducir lo que opinaba él sobre los planes de campaña: “Solo hay dos tipos de planes de campaña, los buenos y los malos. Los buenos fracasan casi siempre debido a las circunstancias imprevistas, que a menudo proporcionan el éxito a los malos”. La importancia del mission command recae precisamente en hacer frente a esas circunstancias imprevistas de las que habla Napoleón precisamente con conocimiento de causa.
Esta ebullición y cambios en la manera de entender una nueva forma de hacer la guerra surge por las innovaciones tecnológicas derivadas de la Revolución Industrial, que fue capaz de armar ejércitos inmensos con armas de fuego cada vez más potentes fabricándolas en cantidades industriales.
Moltke entiende que no es viable derrotar ejércitos de este calibre en una batalla. La maniobra se hace imposible y la evolución de la contienda es más rápida de lo que el mando superior lo es de trasladar sus órdenes al campo de batalla o de actualizar la doctrina a la modernidad cambiante. Sugiere Moltke esta otra manera de entender la disposición de las órdenes: que el mando superior, en lugar de entrar en detalles, establezca la idea general de la maniobra y asigne objetivos a los mandos subordinados y ser éstos, gozando de mayor autonomía, los que se encarguen de los detalles.
“La guerra en movimiento” es la manera acertada de entender la contienda en ese momento. Moltke evitaba el choque directo contra el enemigo y utilizaba maniobras envolventes, compartimentó la fuerza en varios ejércitos más maniobrables y puso a cargo de ellos a generales subordinados plenamente autónomos y es esta doctrina la que inspira al estado mayor alemán en los años treinta a definir la doctrina Truppenführung que describe las ideas de defensa de retardo o la blietzkrieg, guerra relámpago, que tantos éxitos dio al Ejército alemán en los inicios de la II Guerra Mundial y que vuelven a constatar esa idea de guerra en movimiento.
No es entendible el mission command sin el liderazgo de los hombres. Se circunscribe esta doctrina entre los mando intermedios, que son precisamente los escalones donde de manera más explícita el jefe tiene que demostrar su liderazgo, acompañando sus órdenes con su ejemplo, no diciendo sino haciendo. Es entonces donde el mission command consigue formar equipos cohesionados basados en la confianza, crea una atmósfera de entendimiento compartido y la iniciativa pedida no rebasa la disciplina inherente al militar.
Este marco contextual e histórico, brevemente planteado, es desde donde la perspectiva del mission command cobra sentido. Si traemos esta idea, que nunca se ha ido, y que ha evolucionado hasta nuestros días, a la actualidad de nuestro ejército, lo que dispone el general Enseñat es: «que los escalones subordinados asuman iniciativas y responsabilidades teniendo como frontispicio el cumplimiento de la misión y por último, velocidad de operaciones, tanto en la toma de decisiones como en la ejecución de las mismas».
Mando estratégico, operacional y táctico
En un principio no deja de constatar una serie de aspectos completamente vigentes y que ya Moltke de manera ímplicita aludía. Los tres mandos: estratégico, operacional y táctico, que de manera muy resumida podemos sintetizar en lo siguiente.
Mando estratégico: identificación de objetivos militares; secuencia de las actividades bélicas; definición de las reglas de enfrentamiento; identificación de riesgos; desarrollo de planes globales; suministrar fuerzas acorde a la planificación...
Mando operacional: sirve de enlace entre el escalón superior, el estratégico, y el inferior, el táctico; planificación, conducción y sostenimiento de operaciones y campañas militares; apoyo a los objetivos estratégicos desde el teatro de operaciones...
Mando táctico: el que se encuentra ante la inmediatez de la acción. Disposición ordenada de lo mandado; maniobra de los elementos de combate entre sí y respecto del enemigo; consecución de los objetivos de combate...
“La velocidad de operaciones, tanto en la toma de decisiones como en su ejecución”, alude aquí el general al famoso ciclo OSDA del que ya hemos hablado en alguna ocasión: observar, situarse, decidir y actuar. Completar este ciclo antes que el enemigo te da la prerrogativa de la iniciativa, lo cual es una ventaja considerable. Pero qué implicaciones tendrá esto en el futuro, es decir, el mission command surge ante la necesidad de saber cómo actuar en el campo de batalla cuando la evolución tecnológica va más rápido que la doctrina imperante.
La configuración actual de los ejércitos modernos, aún poniéndole voluntad, hace que la implementación del mission command sea limitada, de ahí el esfuerzo de la transversalidad, no exenta de problemas en una organización jerarquizada. La interacción de los sistemas de armas, los sistemas de mando y control actuales, comunicaciones... Todo ello facilita que los estados mayores se involucren en una batalla a miles de kilómetros visualizando la acción por pantallas vía satélite, haciendo en muchos casos que la libertad de acción reivindicada en estos párrafos no sea del todo la deseada.
El futuro
Pero ... ¿y en el futuro? Estamos en la antesala de los ejércitos de drones, la inteligencia artificial y los ordenadores cuánticos ¿Cuánto margen de maniobra le queda a un mando humano para la iniciativa? Peor todavía ¿Qué hacer cuando al recibir una orden superior contradiga lo que sugiera un complejo sistema de armas basado en inteligencia artificial, redes neuronales, o inmersos ya en metodologías cuánticas?
El reto futuro es el siguiente: ¿cómo aplicar el mission command a las máquinas o al binomio hombre-máquina? Estados Unidos desarrolló tres estrategias de compensación diseñadas para obtener ventaja estratégica frente a sus enemigos. La primera de ellas hace referencia al armamento nuclear, la segunda a los sistemas furtivos y armas guiadas, y la tercera, la que nos interesa, orientada al uso de la inteligencia artificial y sistemas autónomos en el campo de batalla.
En el desarrollo de esta última estrategia abordaron el problema planteado ofreciendo diferentes niveles de autonomía en el trato con las máquinas. Así pues, en el nivel más bajo de autonomía dado a una máquina sería el de command by directive, (comando por directiva). Se resume en un humano-una máquina donde la potestad la tiene el hombre que dirige a la máquina. La libertad de acción reside en el hombre no en la máquina.
Command by plan (comando por plan). Proporciona a la máquina un nivel medio de autonomía, estamos hablando por ejemplo de la programación de rutas para convoyes, de vigilancia o de reconocimiento. Es un modelo en el que la libertad de acción del mando humano todavía no se ve comprometida.
Command by intent (comando por intención). Es el nivel más alto de autonomía que se le otorga a la máquina. No se le dice qué hacer, se la instruye para que aprenda, de tal manera que la máquina puede desarrollar la misión encomendada según estime. Tan solo hay que indicarle dónde tiene que desarrollar la acción. En este caso la libertad de acción otorgada por el mission command al mando humano queda muy limitada por no decir extinta. La evolución futurista de todo esto es, por ejemplo, la guerra total de drones.
La tendencia para el futuro inmediato parece que dibuja, con estos niveles diferentes de autonomía de las máquinas, dotar al mando de mayor seguridad y precisión en su ejercicio de libertad construyendo equipos bien cohesionados hombre-máquina. Dotar las órdenes del mando tomadas en el ejercicio de su libertad de mayor refutación y crear un binomio de entendimiento entre el hombre y la máquina.
Sin embargo, si vamos un poco más allá, descubriremos que el futuro será de las máquinas y el reto estará en salvaguardar al hombre, sus decisiones y su libertad de acción, no ya ante un mando supremo sino ante la máquina en cuestión.