El 19 de octubre, el profesor de secundaria Samuel Paty fue decapitado por un joven checheno de 18 años al sur de Paris, por haber mostrado (en el contexto de una clase de moral y cívica) una caricatura del Profeta Mahoma. Posteriormente, el 29 de octubre, el tunecino, Brahim Aioussaoi, atacó a varios fieles en la Basílica Nuestra Señora de la Asunción, la Catedral de Niza, manifestando motivos religiosos.
Ambos hechos fueron catalogados como atentados terroristas islámicos por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dando paso con ello a la defensa del secularismo, la libertad y la democracia, señalando el endurecimiento de leyes para controlar cualquier amenaza de extremismo, incluyendo en ello, un mayor control de las escuelas, organizaciones deportivas, así como el funcionamiento y financiamiento de las mezquitas, impidiendo con ello que clérigos formados en el exterior estén a cargo de la comunidad islámica francesa.
Esto ha generado tensión con el presidente de Turquía, quien, como respuesta, ha llamado a boicotear los productos franceses, aludiendo que el islamismo se encuentra oprimido en Francia, intentando con ello, convertirse en su defensor, posicionándose así como líder dentro del mundo musulmán.
Estos hechos, nos llevan a reflexionar sobre la unión de dos mundos: la política y la religión. Lo que podría entenderse como una especie de islamismo político, y del cual Recep Tayyip Erdogan es uno de sus mejores representantes.
En la región, tanto Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita consideran, al igual que Francia, que el islamismo político es una amenaza para Medio Oriente, porque Erdogan estaría en busca de llenar el vacío de poder estratégico en la zona y aumentar la influencia turca, utilizando para ello la protección del islamismo como bastión para conseguir fines de corte más bien político.
Por otra parte, como lo señala Jean Marcou -investigador asociado del Instituto francés de estudios de Anatolia-, ambas potencias se han visto enfrentadas en escenarios estratégicos en conflicto, como Nagorno-Karabaj, el Líbano o Malí, sumando además una dimensión geopolítica a esta disputa. Asimismo, señala que luego del Brexit, Francia es el único país de la Unión Europea con capacidad nuclear y que tiene un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Por ello, es un rival de peso para Turquía.
En síntesis: existe una lucha de poderes entre dos actores relevantes en el concierto internacional; la tensión entre ambos está escalando a niveles inciertos, ya que otros países musulmanes podrían sumarse a la campaña de desprestigio del presidente turco; el escenario actual podría verse afectado ahora que Joe Biden ha ganado la elección presidencial en Estados Unidos, ya que históricamente –excepto durante la presidencia de Donald Trump- Washington ha manifestado reparos al actuar turco debido a su ofensiva contra los kurdos en Siria y por haber comprado armamento a Rusia. Por lo que es probable que, en adelante, Ankara concentre sus intereses en Moscú.
Y, para finalizar, señalar que en el año 2022 habrá elecciones presidenciales en Francia y que, en el intertanto, el islamismo político se podría convertir en el icono de una guerra discursiva, económica y política con graves consecuencias para la seguridad internacional.