El Ejército del Aire afronta el incierto panorama económico derivado de la pandemia del Covid-19 con poco margen de maniobra para nuevos recortes. En los próximos años, la Fuerza Aérea debe hacer frente a programas de modernización urgentes e inaplazables para mantener su actual capacidad de proyección y disuasión durante la próxima década. Y es que las necesidades no han hecho más que acumularse después de la anterior crisis, marcada por el desplome de las inversiones y la pérdida de capacidades.
Esta tendencia empezó a cambiar en 2018 con la aprobación de un programa de modernización de los cazas de combate Eurofighter y el pedido de un nuevo lote de helicópteros multipropósito NH90. De cara a este 2020, llegará precisamente el primer NH90, bautizado como Lobo, y entrará en servicio el dron Predator B, que ya ha realizado los primeros vuelos de prueba en la base de Talavera La Real (Badajoz). Además, los modernos aviones de transporte A400M, de los que ya hay en servicio ocho aparatos en la base de Zaragoza, cogerán el relevo a final de año a los vetustos C-130 Hercules.
Sin embargo, todavía quedan importantes programas por acometer. Sobre todo, preocupa el estado de las flotas de vigilancia y patrulla marítima, los cazas de combate F-18 y los entrenadores. En estos casos, habrá que tomar decisiones en cuestión de meses. La Fuerza Aérea tampoco renuncia a recuperar capacidades que se llevó la crisis, como el reabastecimiento en vuelo, el transporte estratégico o la guerra electrónica.