Yihad global, inteligencia y comunicación estratégica
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Yihad global, inteligencia y comunicación estratégica

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Ante el atentado de Niza, coincidiendo con el día nacional de Francia, y la reciente celebración del segundo aniversario del autoproclamado Estado Islámico, es un momento apropiado para hacer balance del califato que mantiene alerta a la comunidad internacional. Las cifras del nuevo actor regional se pueden resumir en una población de diez millones de habitantes, un presupuesto multimillonario, un espacio que ha difuminado las fronteras de Irak y Siria, un ejército de entre 30.000 y 80.000 voluntarios–muchos de ellos jóvenes-, y el desarrollo de una actividad gubernamental y administrativa que abarca las labores de justicia, sanidad, comercio y orden público. El alcance de estas cifras, que son aproximadas, confirma que nos queda mucho para comprender la realidad profunda de lo que el Daesh significa.

Aplicando criterios de inteligencia y comunicación estratégica, el califato ha demostrado que sabe lo que quiere, que tiene una agenda y que pone los medios para lograrlo, a pesar de sus muchas dificultades. Convendría, para empezar, quitarnos esa imagen de terrorista, mezcla entre hooligan fanfarrón y fanático religioso, propio de un perfil sociológico marginal. Los hechos confirman que, en frente, hay un contrincante muy bien capacitado, que ha demostrado que conoce bien a sus adversarios y que tiene iniciativa y moral de victoria, tres ingredientes que conviene tomar en serio a la hora de abordar un conflicto de estas características.

En términos de influencia y en un teatro de operaciones geoestratégico, habría que poner buena nota al ISIS en cuanto al dominio de los tres espacios: el físico, el virtual y el de la opinión. No está mal para un califato con dos años de actividad, teniendo en cuenta el enorme potencial de una coalición internacional, liderada por Estados Unidos -con y sin Rusia-, desde el punto de vista tecnológico, logístico y de capacidades ofensivas.

No sirve aplicar nuestra forma de ver el mundo. Comprender el fenómeno del Estado Islámico desde sus propios puntos de vista, sus motivaciones más profundas, sería conveniente para informar bien a los ciudadanos y tomar las decisiones políticas adecuadas. Creo que la clave de su éxito no son las acciones terroristas y su difusión propagandística, o unos recursos financieros fruto de la extorsión, el secuestro y los negocios artísticos o petroleros, sino el reclutamiento.

¿Qué significa reclutamiento? Unos hacen la guerra porque buscan un objetivo político, concretado en la toma de Bagdag; otros, respondiendo al ideal salafista y a la lucha teológica anunciada del fin del mundo; otros, con motivaciones victimistas e históricas, vienen desde fuera para lograr hacer realidad esa gran comunidad árabe con influencia global; otros, principalmente jóvenes, impulsados por la conversión, buscan alternativas, formas de aventura extrema o la inmolación; y por último, está esa gran masa anónima que combate como si fuera un trabajo, pues, sencillamente, hay que dar de comer a la familia y el ISIS da oportunidades de empleo como mercenarios. Desde la óptica del reclutamiento, ver al Daesh como un “todo” es una enorme torpeza.

Comprendamos sus mensajes: el objetivo de la yihad global hoy no es Occidente sino los propios musulmanes. El Estado Islámico es una Al-Qaeda exitosa que ha sabido pasar de “organización y base de datos” a una victoria simbólica. Tras dos años, resulta anecdótico si se gana o se pierde una población, si los drones hacen diana contra una estructura logística o si las SOP´s hacen desaparecer a un jefe local y a una decena de guerrilleros.

La respuesta implica un enfoque global. Señalo cuatro. La primera propuesta podría ser comenzar a cambiar la expresión “derrotar” al Estado Islámico por “contenerlo”. En segundo lugar, convencerse de que la única forma de poder lograr expulsarlo del territorio es mediante la intervención armada. La acción militar de la coalición, con tropas sobre el terreno, es una necesidad que los gobiernos no podrán ocultar y que la opinión pública tendrá que apoyar. Cuanto más tarde, más coste. Las fuerzas iraquíes –cuestión delicada- no tienen la capacidad, como ocurre con los intentos de Arabia Saudí de acabar con la insurgencia en Yemen.

En tercer lugar, señalar que la percepción de éxito debe ir de la mano de la legitimidad, lo que implica una mayor coordinación y soluciones globales de largo plazo (diplomacia, inversiones, cooperación). Y, por último, hay que favorecer tres escenarios todos complejos: ayudar a Irán y a Arabia Saudí a llegar a acuerdos, apoyar a grupos afines y mentalizarse de que Al-Asad es parte de la solución. Sin ellos no es posible ahogar al califato. Los enfrentamientos entre todos estos actores son una oportunidad perfecta para el Daesh, que ocupa y da forma a los vacíos de poder. Tras dos años, la yihad está globalizada, pero la coalición que lucha contra ella no.



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