El concepto de sistema nacional de innovación se desarrolló a finales de los 80 y primeros de los 90. Fue adoptado por diversos organismos internacionales como la OCDE, el FMI, etc. y se viene utilizando como un instrumento útil para el análisis de la organización de la innovación en los países. Posteriormente se amplió el concepto a los sistemas regionales y sectoriales de innovación, lo cual da una idea de la amplitud y complementariedad de estos marcos analíticos.
Históricamente, y hasta la década de los 80, el sistema de innovación de defensa –si se puede hablar así de él-, era un sistema cerrado, en el que el famoso triángulo de acero de Eisenhower se constituía en el núcleo básico, y en el que el grado de apertura a agentes –básicamente empresas-, de fuera del sistema era muy reducido. Los ministerios de defensa controlaban entonces las tecnologías a través tanto de su financiación, cómo por desempeñar un papel fundamental de cliente único o de mayor importancia.
Sin embargo, debido a la mayor amplitud y crecimiento potencial de los mercados civiles cada vez más, los productos y tecnologías de uso dual han ido ganando terreno a los de uso estrictamente militar. Con ello han cambiado dos aspectos fundamentales. El primero de ellos es la irrupción de pymes en el mercado militar. El segundo, la pérdida de poder de negociación de los ministerios de defensa, al dejar de ser clientes únicos o clientes con elevada capacidad de compra. Si a ello se une, para las empresas tradicionales de defensa, la necesidad de exportación de los sistemas militares a fin de conseguir unos costes unitarios suficientemente bajos para ser competitivos, el resultado es un importante cambio de paradigma.
Estos cambios podrían concluir aquí y dejar una situación de statu quo durante cierto período de tiempo, posiblemente décadas, al igual que ocurrió con el modelo anterior. No obstante, la nueva situación que abre la política europea de defensa en su ámbito industrial –sin llegar a plantear aún el futuro ejército europeo, que a día de hoy es una idea más que otra cosa-, vuelve a modificar el panorama del sistema de innovación y de las relaciones que es muy probable que se den entre los agentes dentro de él.
En primer lugar, la colaboración en el desarrollo de nuevas tecnologías implica a las grandes empresas tradicionales con un ingrediente adicional, a saber, muchas de estas tecnologías –ciber, por ejemplo-, no requieren de grandes instalaciones y son fundamentales, irrenunciables. Por ello muchas PYME podrán aportar soluciones relevantes y útiles a los ministerios de defensa. Sin embargo, las empresas de mayor tamaño intentarán capitalizar esos resultados a través de absorciones de estas pequeñas empresas.
En segundo lugar, los sistemas más tradicionales –aviones de combate, transporte, fragatas, carros de combate, etc.-, seguirán siendo necesarios como forma de disuasión, por lo que los grandes plataformistas e integradores de sistemas continuarán marcando las pautas del mercado.
Como tercer aspecto, la morfología de la industria de los diversos países va a cambiar. Aunque éstos retengan ciertos nichos como forma de reforzar la soberanía interna en tecnologías y empresas, la lógica de los mercados llevará a un sistema de monopolios regionales, incluso naturales y de oligopolios a nivel europeo, posiblemente mayores que los actuales.
Por último, aparece un agente nuevo, la Comisión Europea que desempeña el papel de financiador de actividades tecnológicas e innovadoras. Con ello suple parcialmente el papel de los Estados estimulando varias cosas: un cierto incremento del gasto y de la inversión en defensa; una mayor colaboración empresarial en el desarrollo de innovaciones y una transformación de las relaciones de poder en el seno de la UE.
Todos estos ingredientes implican ciertas transformaciones en el sistema de innovación actual. Dichas transformaciones, más allá de los aspectos tecnológicos conllevan innovaciones organizativas de importante calado. Éstas permean el conjunto del sistema modificando el papel de los ministerios de defensa, ya que pasarán a un plano inferior al dejar de ser los grandes financiadores de las actividades tecnológicas de las empresas, se verán obligados a incrementar su actividad de lobby en Bruselas, a negociar más intensamente con empresas de distintos sectores, con formas de hacer negocios muy diferentes y tendrán que realizar importantes innovaciones en sus estructuras organizativas a fin de hacer frente a la nueva situación.
Desde la perspectiva de la demanda, los países habrán de plantearse si el desarrollo de un sistema se tiene que realizar a través de la industria del país o de manera cooperativa con varios países, de forma que la demanda agregada o, el casi olvidado concepto de poolling demand, volverá a estar de moda. Adicionalmente, los sistemas de planeamiento militares sufrirán cambios derivados de la financiación previsible o de si hay o no cooperación entre países, ya que esto modifica el tipo de sistemas que se pueden adquirir.
En definitiva, la situación generará un sistema de innovación híbrido, con características similares al modelo cerrado pero con una apertura tanto de los ministerios de defensa, como de las grandes empresas del sector, hacia nuevas formas de operar, incorporar tecnologías y gestionar el conjunto del proceso. ¿Se encuentra España preparada para estos importantes cambios? ¿Qué posición ocupará en el sistema de innovación europeo en el ámbito de la defensa? ¿Tienen el Ministerio de Defensa y las empresas unas estrategias adecuadas para luchar por mantener o mejorar su posición en el contexto europeo a largo plazo? La respuesta a estas cuestiones requiere de tiempo, pero sobre todo de compromiso de Estado y de proactividad de los actores implicados.