(Especial CEEAG para Infodefensa) El pasado 19 de enero 2020 se firmó el Acuerdo de Berlín por la paz en dicha ciudad. No es el primer intento de poner fin a la crisis Libia, pues durante el año 2016 y tras cinco años de conflicto, se estableció un acuerdo para formar un gobierno reconocido por la ONU, fue así como Fayez al Sarraj quedó a cargo del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) con base en Trípoli, el que es importante de recordar, nunca fue sometido a votación popular. El general Khalifa Haftar, a cargo del Ejército Nacional Libio (LNA) con base en la ciudad del noreste Tobruk, desconoció el nuevo gobierno y hasta la fecha ambos se han enfrentado militarmente sin tregua alguna.
En abril de 2019, Haftar inició una ofensiva militar para tomar Trípoli, donde está la base del GNA. Actualmente, sus fuerzas ocupan alrededor del 80% del territorio libio, y rodean dos grandes ciudades de importancia como la capital y Misrata, además de controlar las zonas y puertos con acceso a los mayores recursos energéticos.
Los últimos nueve años de guerra civil han transformado a la región en una muy peligrosa fuente de amenazas migratorias, terrorismo islámico, acompañado de fuertes intereses económicos europeos, que cruzan ambos bandos involucrados. En el futuro, la oportunidad de explotar nuevas fuentes de energía limpia (por el gas natural de las costas mediterráneas) diversificando la rusodependiente matriz energética europea, hace para este continente, que Libia sea tanto una amenaza, como una oportunidad.
Si quisiésemos hacer un diagnóstico politológico sobre la situación de Libia, desde una perspectiva occidental, deberíamos afirmar que es, bajo todas las variables, un estado fallido. Lo paradojal de dicha afirmación reside en que el problema libio, es anterior a la inviabilidad del estado y se encuentra, precisamente, en su construcción nacional. Con una historia de más de 2.000 años, conviven en sus territorios más de 130 tribus y clanes que han vivido bajo la administración de distintos pueblos e imperios: egipcios, fenicios, persas, griegos, romanos, otomanos, italianos, británicos y franceses.
Es en el siglo XX y con la creación de las Naciones Unidas, y la conocida política de descolonización impulsada por dicho organismo que Libia en 1951, por primera vez en su historia se establece como país autónomo e independiente: el Reino de Libia bajo el control del rey Muhammad Idris al Sanusí: Idris I. El naciente estado, podría haberse consolidado, de no haber sido por un importante acontecimiento: el descubrimiento de enormes yacimiento de petróleo en territorio libio, transformándolo en el país más rico de África y en el noveno país del mundo con más reservas de petróleo. De ahí que, la corrupción, el caudillismo, los intereses extranjeros y la falta de Estado generarían las bases para la revolución liderada por Muhammad Gadafi en septiembre de 1969, quien gobernaría durante 42 años hasta ser derrocado y muerto durante la primavera árabe el 2011.
Libia es un complejo universo de culturas, clanes y tribus que coexisten desde los inicios de la humanidad. Solo por nombrar algunas, encontramos a las tribus Saádi;, Masamir, Zuwaya, Magharha, Fezzana, Awad Sulaiman, Farjan, Warfara; Zintan, Tuareg y un largo etcétera. A la muerte de Muhammad Gadafi, quien gobernó dictatorialmente con mano dura y sin observar ninguna normativa internacional relativa a los DD.HH., Libia se vio nuevamente enfrentada a la atomización tribal, junto a la destrucción de las instituciones que sostenían la estructura del estado durante el anterior gobierno. Hoy, quienes luchan por el poder, son fruto de una generación formada en dictadura, donde a pesar de constituir una sociedad islámica moderada con mayoría sunní, fue formada a partir de la teoría de la Democracia de masas, donde Gadafi, borró siglos de historia libia para reducirlo a la historia oficial del tristemente famoso Libro Verde.
El ejército nacional desapareció junto con la caída de Gadafi y fue sustituido por milicias formadas por distintos líderes que fueron apareciendo, generando un nuevo negocio: el tráfico de armas para fortalecer las milicias y la contratación de mercenarios de diversos países a fin de robustecer a los diferentes señores de la guerra que afloraron en el escenario libio.
Es especialmente grave la ocupación del sur de Libia por milicias sudanesas, que en su mayoría pertenecen a tribus Tebu y Tuareg. Las que, tras años de lucha, lograron en Jartum la caída del poder del general Omar al Bashir, el año pasado, y han debido reinventarse. De estas milicias destacan el Movimiento Liberación Sudanés/Ejército Minni Minawi (SLM/AMN, por sus siglas en inglés), Movimiento Liberación Sudanés /Ejército Abdel Wahid (SLM/A-AW, por sus siglas en inglés) y el Movimiento por la Justicia e Igualdad (JEM por sus siglas en inglés). Todo lo anterior, sin olvidar las milicias sirias desplegadas las últimas semanas por Turquía y los mercenarios rusos del grupo Wagner.
La falta de autoridad ha creado un descontrol en sus fronteras, facilitando, la emigración clandestina y la dimensión criminal de quienes la controlan, además de otro negocio millonario a partir del tráfico de personas que buscan cruzar el Mediterráneo en condiciones precarias y peligrosas, generando la preocupación y endurecimiento de las políticas migratorias de los países de la U.E. Hoy Libia es, sin duda, la principal ruta de inmigración ilegal a Europa.
Como complemento al cuadro anteriormente descrito, está la aparición de milicias de organizaciones islámicas, como puede ser la Hermandad Musulmana (con mayor presencia en territorio egipcio), las cuales encuentran en la situación libia, un escenario favorable para su crecimiento. Al respecto el pasado 24 de enero, el mandatario turco Recep Tayyip Erdogan, junto con la canciller alemana, Ángela Merkel, en el marco de una visita de ésta última a Estambul, manifestaron: "El caos que reina en Libia corre el riesgo de tener efectos en todo el Mediterráneo si no se logra imponer la calma rápidamente”, más adelante indicaron: "Hay que acelerar la resolución (del conflicto) si no queremos que grupos terroristas como el Estado Islámico o Al Qaeda levanten la cabeza (...), nuestro objetivo principal es poner fin a esta crisis".
Es sorprendente evidenciar que la producción petrolera es lo único que no ha dejado de funcionar. Antes de la caída de Gadafi, Libia producía 1,6 millones de barriles de petróleos diarios y ahora 1,2 millones de barriles. El dinero proveniente del petróleo sirve para pagar los costos del enfrentamiento para ambas partes y permiten la compra de armas y la contratación de mercenarios y financiamiento de las milicias. Es importante recalcar que junto con la Empresa Nacional de Petróleo (NOC por sus siglas en inglés) los grandes inversionistas de la industria son el grupo francés Total y el grupo italiano ENI.
El acuerdo de Berlín fue firmado por 16 estados y organizaciones comprometiéndose a elaborar planes para coordinar los esfuerzos internacionales de monitoreo del alto el fuego y aplicación efectiva del embargo de armas decretado por la ONU. Una semana después, la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (Unsmil) denunció en un comunicado de prensa el día 25 de enero, las "continuas violaciones flagrantes" del embargo de armas, pese al acuerdo suscrito en la conferencia internacional de Berlín del 19 de enero pasado. Aunque la Unsmil no indicó qué países han violado el embargo, estableció que "varios de los que participaron en la Conferencia de Berlín" fueron parte en esas actividades. La denuncia indica que en los últimos días, "numerosos vuelos de carga y otros vuelos se han observado aterrizando en los aeropuertos libios en las partes occidental y oriental del país proporcionando a las partes armas avanzadas, vehículos blindados, asesores y combatientes". Más adelante la declaración concluye que “esta frágil tregua se ve ahora amenazada por la transferencia continua de combatientes extranjeros, armas, municiones y sistemas avanzados a las partes" en conflicto.
Desde la perspectiva política, uno de los puntos principales del acuerdo de Berlín establece una apuesta por la diplomacia y el diálogo. El texto subraya que "no puede haber una solución militar para Libia" y apuesta por la "vía pacífica". Los hechos están demostrando lo difícil de cumplir estos buenos deseos.
La Unión Europea apela a un dialogo político que conduzca a una salida democrática, pero obvia lo evidente: la milenaria cultura tribal y de clanes de la sociedad libia es incompatible con la democracia occidental.
Más aún, no es posible comparar bajo estándares occidentales la legitimidad o legalidad entre el Gobierno de Fayez al Sarraj o del movimiento liderado por el general Khalifa Haftar.
Los diferentes actores internacionales han tomado posición en apoyo a los bandos en conflicto en función de sus propios intereses estratégicos, al más puro estilo de la guerra fría. Es así, como el gobierno de Al Serraj es reconocido por las Naciones Unidas, la Unión Europea (aunque hay algunos países miembros que apoyan al otro bando), Qatar y Turquía. Con este último país, la GNA firmó recientemente un acuerdo sobre los límites de aguas territoriales que le permitirían a Turquía acceder a las reservas de gas libias.
Por otro lado, entre los países que apoyan al general Haftar se encuentran Rusia, Francia, Estados Unidos, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Jordania.
Es evidente que, detrás de todas estas alianzas, se encuentran los intereses particulares por el bien general del pueblo libio, intereses sobre la posición estratégica de Libia frente a Europa, económicos del petróleo y el gas natural, el lucrativo negocio del tráfico de personas, la posición política de grupos musulmanes con tendencias chiitas por sobre los suní y el potencial espacio que todo lo anterior abre a terrorismo islámico.
Así las cosas y bajo las actuales condiciones descritas, es posible colegir que la Conferencia de Berlín pareciera equivocarse en limitar la solución a una sola estrategia. La salida del conflicto no pareciese ser únicamente política y da la impresión que una solución definitiva debería contener la variable militar. Libia está sumida en una guerra civil y, para terminar sus nueve años de lucha, necesita que a partir de algún triunfo se construya la necesaria legitimidad que logre aunar clanes, tribus y distintas facciones, bajo una figura de unidad con características autoritarias. Se estima que solo así tendrá paz, condición sine qua non para reconstruir una nación primero y un estado después.
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