La actual Estrategia de Seguridad Nacional de 2017, identifica claramente los riesgos que para la seguridad pueden derivarse de las pandemias. Eso significa que al menos éramos conscientes del riesgo de que esto podría ocurrir, lo que hace más injustificable la ausencia de una respuesta detallada y correctamente planeada. Las estrategias de seguridad de los países deben estar basadas en el viejo proverbio ingles “prepárate para lo peor y espera lo mejor” y no al contrario.
Como señala este documento maestro en materia de seguridad nacional, en los últimos veinte años se han identificado al menos seis alertas sanitarias globales, todas ellas con un grave impacto desde la gripe por virus A/H5N1 al Zika con unas zonas de origen perfectamente delimitadas.
España, además de recibir casi ochenta millones de turistas al año, cuenta con algunos de los aeropuertos de mayor tráfico a nivel mundial, un clima que favorece cada vez más la extensión de vectores de enfermedad, con una población envejecida y siendo frontera con África de donde llega el 90% de la inmigración irregular, en particular de lugares donde se encuentran los mayores reservorios de virus del mundo. Esto convierte a nuestro país especialmente sensible a los efectos directos y colaterales de una pandemia.
Es decir, España había realizado una aproximación consciente al riesgo, pero sólo se había quedado en un enunciado vacío de contenido y desarrollo, sin que se hayan impulsado los programas de inversiones, ni los planes, ni la organización para hacer frente a un riesgo que, a efectos de nuestra Estrategia de Seguridad, era más palpable que otras amenazas. Y lo que más preocupa es si estaremos igual de preparados para el resto de las amenazas que se incluyen en la Estrategia.
Por el contrario, otros países habían desarrollado recientemente su estrategia de “Bio-seguridad nacional” como el Reino Unido y los Estados Unidos, que definen con amplitud y detalle la amenaza, la respuesta, y la organización de los recursos frente a la crisis. Una lectura muy recomendable para los responsables de planificar las acciones para protegernos de este tipo de amenazas a nuestra seguridad.
La dispersión de la respuesta entre diversos organismos, la no correcta evaluación del riesgo y de las medidas necesarias para su prevención, la ausencia de protocolos de acción y la inexistencia de una reserva estratégica, que incluya material pre-posicionado como medicamentos, equipos de protección, camillas, etc., nos han conducido a esta situación de casi colapso del sistema sanitario. Las amenazas a veces son inevitables, pero son predecibles y, por tanto, la respuesta debería haber estado ya escrita hace tiempo; la consecuencia ha sido la improvisación. En definitiva, con los antecedentes anteriores y siendo conscientes de que las pandemias son una realidad que nos ha acompañado a lo largo de la historia, nadie había escrito un plan de cómo tratar una epidemia que pudiera afectar a 300.000 personas.
La seguridad no es competencia en exclusiva de las Fuerzas Armadas sino del gobierno en su conjunto, pero no cabe duda de que quién está mejor preparado para dirigir y manejar una situación de crisis son las fuerzas armadas, ya sea por su mentalidad, estructura, dependencia directa del gobierno central, por los medios materiales -aunque esto merece un comentario aparte-, y por su presencia en todo el territorio con siete brigadas, más mandos, más regimientos, más agrupaciones de apoyo logístico, más tercios, etc... Una organización de 120.000 efectivos preparados para afrontar situaciones de stress y de riesgo y plenamente capaz de asumir muchas más misiones de las que actualmente está desarrollando en la colaboración con las autoridades civiles.
La respuesta sanitaria es fundamental pero no es única ante las pandemias, como se ha podido ver. La principal línea de prevención en la extensión del virus se basa en la imposición de la fuerza, necesaria para que el aislamiento sea efectivo; que se mantenga la integridad de nuestras infraestructuras criticas y la de nuestros sistemas informáticos; sin estos tres pilares de defensa, la guerra contra el virus estaría perdida.
Los continuos recortes en medios de nuestras fuerzas armadas, con los presupuestos más bajos de la OTAN, con las inversiones más bajas de Europa, sin medios apenas para el mantenimiento de vehículos, sin gasolina, nos han llevado a una situación en la que, a duras penas, puede movilizar al 5% de sus efectivos en la calle, eso teniendo en cuenta que tenemos 3.500 hombres y mujeres alistados para abordar emergencias en la UME. En este sentido, cabe preguntarse, ¿Cuál está siendo la colaboración que realizan las Fuerzas Armadas ante esta situación?
Como cualquier otra institución del estado y más teniendo en cuenta sus medios y capacidad de despliegue, su misión básica es auxiliar en la desinfección, en el transporte de enfermos, colaborar en la logística sanitaria y el despliegue en la vigilancia de infraestructuras básicas. La UME con su extensa presencia en la geografía española y especialmente preparada en medios y fines para emergencias sanitarias como ésta, no es suficiente respuesta; 3.500 efectivos no son capaces de atender las múltiples necesidades que deberían cubrirse. De haberse mantenido un nivel de inversión y de sostenimiento aceptable, hoy podríamos tener a las fuerzas armadas mucho más activas en la colaboración para paliar esta enfermedad. Sólo recordar que Defensa ha perdido en los últimos veinte años unas 4.000 camas hospitalarias y ha cerrado la gran mayoría de sus hospitales por su incapacidad presupuestaria para mantenerlos.
Sin embargo, con el nivel de estrés y de permanencia en la calle de las fuerzas de seguridad, será necesario un despliegue mayor de las fuerzas armadas para colaborar en el mantenimiento de la cuarentena, en la vigilancia en puertos y aeropuertos, fronteras, y también en inteligencia. Los ataques informáticos a nuestro sistema sanitario desde el extranjero, o el aprovechamiento que determinados productores de material sanitario en el exterior están haciendo de la crisis, subastando el material entre países y comunidades autónomas, son también cometidos en los que los medios de inteligencia y ciberdefensa deberían intervenir de forma inmediata. No queramos ni pensar que ocurría si en estos momentos se cayera la red de información de sanidad o los sistemas de los gobiernos nacional y autonómicos.
La sociedad no entendería que ante la mayor amenaza a nuestra seguridad desde 1939, las fuerzas armadas no estén desplegadas de forma extensiva en las calles, infraestructuras y fronteras, y, a ello, deben dedicarse los esfuerzos de las próximas semanas, ya que hay mucho más en juego que la propia epidemia a medio y largo plazo.
A ello se une la tremenda capacidad de las empresas españolas que suministran a Defensa uniformes, material sanitario, cocinas de campaña etc.; tampoco existía un plan de movilización, y ha sido la recurrente improvisación y buena voluntad la que está funcionando, cuando ante una situación como ésta, deberían haber sido intervenidas y dirigir sus medios y capacidades manu militari a atender las necesidades de la crisis.
También hay que esperar riesgos para la seguridad post covid-19. Esta enfermedad se inició en un mercado de animales en una ciudad perdida de China, seguramente comenzó con uno o varios casos locales. Pensar que el virus desaparecerá de la faz humana simplemente por medidas de aislamiento, no es creíble. Es posible que esto ocurra en los países desarrollados, pero en grandes regiones de Asia, África y América Latina, esta posibilidad es muy remota. Esto significa que conviviremos los próximos años con un virus con más contagiados de los que había en Wuhan a comienzos de año.
Es cierto que esperamos contar pronto con vacunas y medicamentos, pero debemos relativizar su efectividad. Cada año la gripe, a pesar de vacunas y tratamientos mata al casi a dos millones de personas. Los precios de los tratamientos y de las vacunas harán imposible su extensión a todos los habitantes de la Tierra hasta por lo menos dentro de diez años, y nadie garantiza que cada estación el virus no mute y sean necesarias más investigación y producción.
Esto significa que nos debemos preparar para unos años en los que los países deberán adoptar medidas extraordinarias que serán muy distintas a las que hemos venido adoptando en estos años. Al igual que los atentados del 11-S todavía hoy nos continúan cambiando la forma de viajar veinte años después, el Covid-19 nos afectará el resto de nuestras vidas.
Los países tendrán que revisar sus controles de fronteras y detener a cualquier precio la inmigración irregular, el depósito del virus en las zonas más subdesarrolladas será una amenaza sin precedentes visto que el virus no respeta ni climas ni estaciones. Y todavía viene lo peor: el 80% de la pobreza mundial se sitúa por debajo del trópico de cáncer, es decir en lugares con climas muy cálidos o que se encaminan hacia el invierno. La dispersión del virus puede ser letal en estas zonas en los próximos meses.
Esto significa que durante muchos años los controles de viajes cambiarán nuestras vidas; deberemos acreditar dónde hemos estado, muchos países establecerán sistemas de visados para controlar ex ante a los visitantes, incluso dentro de la Unión Europea los controles internos permanecerán, visto que esta crisis nos ha dejado ver las debilidades de nuestra Unión, compitiendo los socios por robarse los medicamentos o los equipos unos a otros.
El tráfico de mercancías también se resentirá con el aumento de controles en puertos y aduanas.
Toda esta dispersión de la inseguridad implica la generación de desigualdades, ya que mientras en los países desarrollados la gente volverá a hacer su vida con un sistema sanitario capaz de responder a las enfermedades, cientos de millones de personas en las zonas subdesarrolladas verán como mueren sus familiares y amigos, resignados a que nada se puede hacer. Y ya sabemos que estas circunstancias acentúan los ultranacionalismos, los populismos, las dictaduras, las amenazas; en definitiva, el virus va a cambiar nuestras estructuras políticas mundiales, afectará a nuestra economía con la ralentización de viajes, lo que para España será terrible a corto y medio plazo, y estaremos sometidos a una importante presión para mantener la paz y la seguridad mundiales.
El rápido incremento de los presupuestos de defensa, la dotación de mas medios personales y materiales serán imprescindibles para atender a un nuevo entorno de inseguridad post Covid-19, que cambiará nuestras vidas por décadas. Ya hemos visto en esta crisis el precio de no estar preparados adecuadamente. Pero a pesar de su letalidad, otras muchas amenazas de mayor gravedad persisten y no hay razón para pensar que algún día podrían activarse y ser demoledoras para nuestra sociedad. Por ello, parece razonable que además del papel, los recursos y su organización, soporten la Estrategia de Seguridad.