(Especial CEEAG para Infodefensa) La actual pandemia –producto del Covid-19- llegó en un momento de alta tensión entre China y estados Unidos, y con actores secundarios como Rusia, Irán y Arabia Saudita queriendo aprovechar el momento para mover sus fichas y favorecer sus propios intereses. Es probables que ninguno de estos actores haya previsto el nivel de expansión y letalidad del virus, y es por eso que los esfuerzos en los últimos meses se han concentrado en detener el contagio y evitar un mayor número de fallecidos. Sin embargo, a pesar de las circunstancias críticas asociadas de este virus, Beijing y Washington persisten en su guerra por el liderazgo mundial ¿Cómo se aprecia el panorama entre estos dos actores en la actualidad?
China logró reaccionar pronta y adecuadamente a la pandemia logrando, al parecer, en poco tiempo contener el virus, sin presentar nuevos focos de contagio, a diferencia de España e Italia. Probablemente, lo que la diferencia de los otros países es, por una parte, su tremenda capacidad tecnológica que permitió, por ejemplo, construir y equipar un hospital en seis días y, por otra parte, su sistema político que facilitó movilizar los recursos de manera rápida para enfrentar la crisis y aplicar una rigurosa cuarentena a sus ciudadanos; situación que no logró replicarse en otros países que hoy cuentan con un gran número de fallecidos.
De esta forma, el régimen chino ha logrado consolidarse en el frente interno –sobre todos al no presentar nuevos casos de contagios-, dando muestras concretas de efectividad en el manejo de la crisis; y, en el escenario internacional, también se ha fortalecido al posicionarse como un actor capaz de responder de manera pronta y efectiva a crisis sanitarias de impacto global, cooperando además con recursos médicos y financieros a países que no han podido gestionar y detener el avance del virus.
Estados Unidos, por su parte, ha sido cuestionado por la comunidad internacional, ya que el presidente norteamericano se ha resistido a tomar medidas más drásticas para contener la pandemia, centrando su esfuerzo en lograr un acuerdo con el Congreso para desarrollar un plan de apoyo y estímulo a la economía (por un valor de 2 billones de dólares). En este contexto, el presidente ha anunciado que el 12 de abril pondrá fin a las medidas sanitarias de contención del virus, ello con el fin de evitar una recesión económica. Lo que no se sabe es cómo reaccionará Estados Unidos ahora que es el país con mayor número de contagiados a nivel mundial ¿Cambiará sus prioridades o mantendrá el proteccionismo económico?
En este escenario, la tensión entre China y Estados Unidos ha recrudecido, sobre todo en el ámbito discursivo. Ambos países se han acusado mutuamente de ser las fuentes originales del virus, ya que Beijing ha declarado que soldados norteamericanos llevaron el virus a Wuhan en el marco de los Juegos Mundiales Militares celebrados en octubre de 2019 en esa ciudad, señalando además que el Covid-19 apareció por primera vez en China, pero ello no necesariamente implica que sean la fuente del virus, desestimando que este se haya originado a raíz de la venta y consumo de animales salvajes.
Por su parte, la Casa Blanca ha señalado que esa información es falsa y que ninguno de los soldados que estuvieron presentes en ese evento deportivo presentó síntomas de la enfermedad. Lo importante es que, independiente de la veracidad de esta información, se mantiene el enfrentamiento mediático entre estas potencias, pero ahora con un tópico nuevo: el coronavirus.
Ahora bien, desde un punto de vista sociológico, es interesante analizar los efectos del Covid-19, ya que, debido a lo contagioso del virus, se han tomado medidas de prevención y control que han derivado en una serie de acciones concretas como cuarentenas (aislamiento), distancia social, uso de mascarillas, guantes, etc., que han generado tensión, desconfianza y, por sobre todo “miedo colectivo”, el que en su etapa más crítica, puede llegar a desencadenar reacciones primarias o primitivas como saqueos, robos, violencia de todo tipo, e inclusive suicidios colectivos y homicidios.
En contextos como este, las órdenes dejan de ser obedecidas, y los individuos solo cuidan de sí mismos, dejando de lado cualquier signo de solidaridad o cooperación. Se quiebra el tejido social y, con ello, la cohesión.
En esta situación juegan un rol clave los medios de comunicación de masas, quienes colaboran en la dispersión del miedo, magnifican los hechos, informan y a la vez desinforman, generando dependencia informativa, fomentando el temor a la pandemia, a la escasez de alimentos, a la muerte y, con ello, potenciando la desconfianza e inseguridad entre los sujetos.
Este miedo y desconfianza también se extrapola a la relación entre los Estados pudiendo, eventualmente, generarse conflictos, ya que los esfuerzos en situaciones de crisis se centran en buscar la mayor certidumbre posible y en proteger a los ciudadanos, aunque ello implique romper o fracturar relaciones políticas y/o económicas con otros Estados, incluso los aliados. Un ejemplo de ello, es lo que sucede en la Unión Europea, ya que Italia y España han pedido ayuda a la UE, pero Alemania y Holanda se resisten, siendo tildados de intransigentes y poco solidarios.
Por tanto, es importante entender hoy cuál es la amenaza. Es claro que el Covid-19 es una amenaza a la vida de las personas; pero en paralelo, es posible observar otra amenaza global a la que hay que poner atención: el miedo.
El miedo a la pobreza y al desempleo, ya que la letalidad del virus ha propiciado el cierre de empresas, pequeñas empresas, y de negocios de menor factura; el miedo al envejecimiento, ya que es justamente esta población la de mayor riesgo y la más vulnerable económicamente en la mayoría de los países a nivel global; el miedo a la alienación social y el rechazo; el miedo a la escasez y la competencia por alimentos y productos de limpieza que hoy son de primera necesidad.
Visto así, el miedo no solo paraliza, sino que también puede activar reacciones violentas que, para sociedades y líderes que no están preparados, puede ser difícil de contener, incluso aún más que el Covid-19.
Por otra parte, recordar que la cooperación entre los Estados y sus líderes es clave no solo para combatir el Covid-19, sino que también para contener otros efectos que produce, entre ellos, el miedo.
En conclusión, de lo descrito se pueden derivar dos aspectos importantes.
Primero, respecto al ámbito geopolítico hay que entender que las pandemias pueden efectivamente cambiar o desestabilizar el equilibrio de poder a nivel mundial, fortaleciendo a algunos actores y debilitando a otros, dependiendo de sus recursos económicos, tecnológicos y políticos. Esa capacidad a futuro puede hacer girar la balanza a favor o en contra. Y hoy, al parecer, China estaría trabajando estratégicamente para que esa balanza gire a su favor.
Segundo, que frente a la gravedad de la pandemia, se hace necesario implantar y asentar la idea, tal como lo plantea Noah Harari, de “actuar globalmente”, tanto en el ámbito internacional como estatal, entendiendo que las decisiones que se tomen hoy moldearan el mundo del futuro y del propio Estado, y que si eso no se hace a consciencia y con un trabajo mancomunado y cooperativo, los efectos pueden ser nefastos.
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