Una de las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el presidente Trump tras su toma de posesión dispone el diseño y adquisición de un escudo de nueva generación que potencie la defensa de los EEUU contra los modelos más avanzados de misiles balísticos, hipersónicos o de crucero. El sistema está todavía por definir, pero ya ha recibido un nombre emblemático: Iron Dome.
Los lectores de Infodefensa saben bien que, en Israel, ese nombre solo identifica al componente más barato, abundante y de menor alcance de su eficaz sistema de defensa aérea escalonada. Pero, reconozcámoslo, en las páginas de la prensa mundial no especializada las palabras Iron Dome tienen otro valor: el de una verdadera cúpula de hierro, imbatible producto de la tecnología y la voluntad de un pueblo. No, no es mal nombre el que Trump desea plagiar.
La amenaza de los misiles balísticos o de crucero con carga nuclear está ahí, y no es otro de los productos de la fértil imaginación de Donald Trump. Poco a poco, nuevos países se van sumando al club de poseedores de estos letales artefactos. Irán será el siguiente, si no lo ha hecho ya. En el otro lado del mundo, Corea del Norte, sancionada por la ONU por sus programas de armas de destrucción masiva, paga con la sangre de sus soldados el apoyo de Putin para mejorar su arsenal. El escudo urge… pero los EEUU ya tienen un conjunto de sistemas de defensa aérea en profundidad —de largo el mejor del mundo— compuesto por los Thaad y Standard SM-3 en la capa exterior, diversas versiones del Patriot y del Standard en la intermedia y varios modelos de misiles de corto alcance, entre los que se incluyen algunas baterías del propio Iron Dome israelí. ¿Qué es lo que suena diferente en la orden ejecutiva de Trump? Si tuviera que definirlo en dos palabras, yo usaría las de America First.
El sueño de Trump —por ahora no es otra cosa— seguro que traerá innovaciones tecnológicas, sobre todo en su componente espacial, imprescindible para contrarrestar los misiles balísticos de mayor alcance, que vuelan a alturas superiores a los increíbles 1.000 km que tiene por techo el SM-3. Sin embargo, mientras llegan a fructificar las posibles novedades, lo más interesante de este segundo Iron Dome está en su enfoque: la defensa de los Estados Unidos. Todos los sistemas de que hoy disponen las fuerzas armadas norteamericanas tienen una clara vocación expedicionaria. Todos se despliegan —los hemos visto recientemente en Israel— donde hace falta para defender los intereses de Washington. La idea, ahora, es otra: asegurar la fortaleza de América.
Un poco de sentido común
Todo en el presidente Trump es excesivo, tanto sus errores como sus aciertos. Al lado de iniciativas que bordean el ridículo, como puede ser la presión a sus aliados —pero no a sí mismo— para que destinen un 5% del PIB a Defensa o la deportación de los palestinos de la franja de Gaza, podemos esperar de él medidas que quizá otros no se atreverían a tomar pero que sí encajan plenamente en esa “revolución del sentido común” de que presume el republicano.
Así, mientras la mayoría de los líderes de la Alianza Atlántica discuten estos días sobre cuánto dinero se van a gastar en Defensa y luego ya verán lo que compran con ello, Trump es el único que parece capaz —ya veremos si lo es, porque algo parecido lo intentó en su día Ronald Reagan con el programa que la prensa llamó “guerra de las galaxias”— de poner los bueyes donde deben estar, delante del carro: primero decide —y me parece a mí que con bastante acierto— lo que necesita comprar y luego ya verá cuánto le cuesta.
El Planeamiento de la Defensa
Permita el lector desocupado —que alguno habrá— que me extienda un poco más sobre este asunto. Por debajo del nivel político que acapara los titulares, los militares, como tantos buenos ciudadanos, tratamos de hacer nuestros deberes lo mejor que podemos. En tiempo de paz, el más importante de esos deberes es el de prepararnos para la guerra, un objetivo escurridizo —la propia guerra evoluciona incesantemente—para el que tenemos algunos procedimientos prestablecidos desde hace algunas décadas. Entre estos procedimientos está el llamado Planeamiento de la Defensa.
Como, lejos del mundo militar, los términos podrían prestarse a confusión, conviene recordar que la OTAN —y, siguiendo sus aguas, cada uno de los países de la alianza— da ese nombre al proceso cíclico por el que se definen las necesidades militares de la organización. Algo parecido a lo que hacen muchos lectores de Infodefensa con sus opiniones —que a menudo leo— pero realizado en nuestros Estados Mayores con mayor rigor… lo que, por cierto, no necesariamente garantiza que tengamos mayor acierto. ¿Quién no se cree capaz de convocar a bote pronto once jugadores mejores que los que, después de largas horas de estudio, llama Luis de la Fuente? Por la misma razón, ¿qué nos impide mejorar el diseño de la F-110 desde el sillón de nuestro cuarto de estar? Yo también lo hago, y con más frecuencia de la que me gustaría confesar.
Olvide el lector profano la inoportuna digresión y quédese con esta idea: el planeamiento operativo y el de Defensa no son lo mismo… pero están tan relacionados como la carreta y los bueyes que han de tirar de ella. Y la relación es mucho más intensa cuando existe un enemigo como referencia.
Entre los desvaídos recuerdos de mi juventud está la relación de buques de la Armada que España ofrecía a cada una de las campañas marítimas planeadas por la OTAN para enfrentarse al Pacto de Varsovia. La suma de los compromisos simultáneos, incrementada en el porcentaje de los buques inmovilizados durante su ciclo de mantenimiento, debería haber coincidido con el número de fragatas o submarinos de que disponía la Armada. No hace falta decir que algo así jamás ocurrió —ni de lejos— pero al menos la teoría estaba clara y éramos capaces de justificar con cifras nuestras necesidades.
El final de la Guerra Fría
La desaparición del Pacto de Varsovia y la caída de la URSS nos dejaron sin la referencia que tanto convenía a nuestros planes. Pero los partidarios de la Alianza, de la que en su día se dijo que nació para mantener a los rusos fuera de Europa, a los alemanes bajo Europa y a los norteamericanos en Europa, éramos conscientes de que todavía era necesario asegurar el último de esos objetivos. La OTAN tenía que sobrevivir y no le fue difícil encontrar una nueva razón de existir haciendo de apagafuegos en las continuas crisis que se producían en el inestable mundo de la posguerra fría. No siempre con acierto, es verdad. Sin embargo, en defensa de la organización, conviene recordar que en la mayoría de los casos fuimos de la mano de la ONU, un organismo quizá miope, un poco sordo y más sospechoso de parcialidad que el Comité Técnico de Árbitros que dirigió Negreira… pero el único que estaba legitimado para arbitrar los violentos partidos que jugaban los estados soberanos. Con todos sus fallos, la echaremos de menos.
¿Cómo afectó este entorno estratégico al Planeamiento de la Defensa? Hay libros que explican lo ocurrido con todo detalle; pero esto, aunque me esté quedando largo, solo es un artículo. Permita, pues, el lector una aproximación que me parece suficiente para la mayoría: el papel de los planes de operaciones como referencia para definir los objetivos de fuerza de la OTAN fue sustituido por una especie de carta a los Reyes Magos que se llamó Nivel de Ambición. La mecánica era sencilla, y exigía que los líderes políticos aceptaran un compromiso sobre el número de operaciones conjuntas, grandes y pequeñas, que la Alianza debería llevar a cabo simultáneamente. El objetivo de fuerza aliado se obtenía mediante la suma de los medios necesarios para cada una de ellas.
¿Ingenioso? Puede, pero no hace falta cavilar demasiado para darse cuenta de que no es lo mismo prepararse para una posible guerra que gastar euros de verdad para satisfacer una necesidad de papel, tan poco definida que a algunos socios podría parecerles caprichosa. Si no me fallan los recuerdos, el Nivel de Ambición siempre fue papel mojado en un clima político donde lo que se predicaba ya no era la defensa de Europa sino los dividendos de la paz.
Y en estas estábamos cuando llegó la guerra de Ucrania, que nos encontró con los armarios medio vacíos… y las ideas quizá también. Pero de todo esto, seguiremos hablando en la segunda parte de este artículo.