Aunque muchos no querían creerlo, Donald Trump, a pesar de todos los obstáculos que se ha encontrado en su camino, incluyendo los que él solo se había puesto, ha vuelto, y no solo él, sino todo el aparato republicano que dominará las dos cámaras al menos dos años. Sin que su anterior mandato se caracterizara por un incremento muy significativo del presupuesto de defensa, no cabe duda de que vamos a ver una apuesta clara por incrementar los sueldos militares, la preparación de las tropas y, sobre todo, por modernizar y ampliar las ya extraordinarias capacidades actuales. El tradicional aislacionismo norteamericano se ha basado en los republicanos, en ser con diferencia la mayor potencia militar del planeta, precisamente para evitar cualquier guerra que amenace a sus intereses. Si no nos adecuamos a este ritmo los europeos, vamos a perder el tren tecnológico.
Su economía, con reducciones de impuestos y relajación de normas medioambientales, con la sobreexplotación de los recursos energéticos, con aranceles para proteger a su industria y ganadería, va a experimentar un notable crecimiento en gran parte a costa de todos los demás y esto implica que este esfuerzo militar debemos hacerlo en un entorno de menor competitividad.
Durante cincuenta años, Estados Unidos tenía un interés particular en defender Europa del comunismo, y no recató en medios para equipar a las fuerzas armadas europeas con el material más moderno que se ha conocido, realizó un despliegue militar sin precedentes y construyó un poderoso paraguas nuclear. Gracias a ese interés americano, sobradamente financiado, Europa decidió ahorrarse una gran parte del gasto en defensa, en definitiva, externalizamos una gran parte de nuestra seguridad en los Estados Unidos. Pero esta decisión no era gratuita, sino que implicó limitar nuestra autonomía política de la que solo Francia se pudo liberar a cambio de un esfuerzo militar ímprobo durante décadas, mientras que los demás seguimos a pies juntillas los dictados de Washington.
Cuando se desmoronó la URSS y la amenaza comunista desapareció, las dos partes comenzaron a perder interés en este vínculo. Europa, sin una amenaza directa, comenzó a trabajar en una defensa autónoma al margen del socio atlántico y a librarse de paso de las servidumbres políticas, mientras que Estados Unidos reorganizaba su despliegue en el mundo, más enfocados a Extremo y Medio Oriente. Comenzaba a la vez el desmantelamiento de la capacidad industrial y militar occidental, un error del que nos hemos dado cuenta muy tarde.
Durante todo este tiempo, la tecnología norteamericana ha sido cada vez más importante, especialmente aquella que marca la gran diferencia con los potenciales enemigos. A pesar del final de la guerra fría, continuó con los desarrollos de aviones como el F-22 y F-35 y lanzó nuevos programas disruptivos mientras que Europa languidecía alrededor de unos pocos programas que absorbieron casi todos los recursos. Con la guerra de Ucrania, Europa depende más de Estados Unidos que antes, y esta es una realidad que debemos admitir y de la que debemos sacar ventaja.
Trump como hombre de empresa, entiende todo como un negocio, con una prestación y un precio. Dejando fuera de la ecuación otros aspectos de orden moral o político, especialmente si implican que su país tenga que pagar la diferencia. Estados Unidos no está en contra de la seguridad europea, lo que no quiere es pagarla. Sus votantes observan la calidad de vida y de protección de Europa y no entienden porque no podemos encargarnos de nuestra propia seguridad.
También como hombre de empresa sabe que sus exportaciones de material de defensa son una extraordinaria herramienta para discriminar a los muy amigos de los pocos amigos, y los que tenemos riesgos a la seguridad mayores, como es nuestro país, no podemos caer en la ensoñación de que podemos ser un país fuerte militarmente al margen o contra los Estados Unidos.
El caso de España
España, como decía, es de los países más interesados en fortalecer este vínculo, y la poca sintonía política entre los dos gobiernos no va a ayudar, lo que convertirá a esta relación en algo mucho más complejo si no entendemos que debemos dejar al lado cuestiones ideológicas para centrarnos en la seguridad de España, que nos interesa a los dos países.
Existe una razón de peso para avanzar en esta dirección. El interés de Trump por fortalecer su relación estratégica con Marruecos es evidente y no va a escatimar recursos para que nuestro vecino del sur adquiera altas capacidades militares para taponar los intereses rusos en la región con sus dos aliados fuertes como Argelia, con el que tenemos una relaciones digamos deterioradas, y el general Haftar, que nos cerró el grifo del mayor campo petrolífero que opera Repsol. Siempre he defendido que Marruecos debe ser nuestro gran aliado, pero siempre y cuando España tenga una clara superioridad militar regional, lo que cada vez está más en discusión. Esta situación solo es posible si podemos acceder a sistemas norteamericanos como el F-35, el sistema antimisiles Thaad o misiles de crucero y esta será una buena oportunidad para llegar a un buen entendimiento con Trump, fortalecernos militarmente frente a nuestros vecinos y de paso conseguir un paquete de transferencia de tecnología que sería vital para nuestra industria de Defensa.
Con Trump, Europa debe acelerar su fortalecimiento militar y en consecuencia industrial, pero una industria europea fuerte necesita acceder al mercado americano estableciéndose allí. La política de América First no la inventó Trump, así que el fortalecimiento europeo pasa por una mayor implantación en Norteamérica.
España tiene varias experiencias tremendamente exitosas en su relación con Estados Unidos. Nuestra Armada es mucho más poderosa que la gran mayoría de nuestro entorno gracias a la alianza con la US Navy y de Navantia e Indra con Lockheed Martín, una relación que deberíamos fortalecer de cara a algunos de los programas que deberemos desarrollar en los próximos años.
En el ámbito del Ejército de Tierra la permeabilidad es mucho mayor. Los carros M1 Abrams del US Army, llevan los cañones M256 diseñados por Rheinmetall, el vehículo sobre cadenas americano Bradley es de BAE Systems, Reino Unido, y el vehículo sobre ruedas Stryker es el Piraña europeo. Disponer de la cabecera de GDELS en España es una pieza fundamental de este rompecabezas. Fue una pieza fundamental para resolver los problemas del S-80 y es la puerta indispensable para otras empresas españolas que dependen de Estados Unidos para justificar su tremendo esfuerzo. Navantia y Airbus también tienen muy fuertes intereses en que se fortalezca esta relación e Indra, que aterrizó en Estados Unidos con el programa Harrier II Plus, tiene en el mercado estadounidense un objetivo ineludible en su ambicioso plan de crecimiento. Todas estas alianzas forjadas en una época de excelentes relaciones deben cultivarse más ahora con Trump.
La política industrial española necesita de más relación con Estados Unidos, de presupuestos que no pongan en peligro los programas y los retos empresariales emprendidos y, sobre todo, de una voluntad de continuar el esfuerzo creciente. Es muy posible que con Trump la guerra de Ucrania termine y exista una cierta distensión, será un espejismo; si no mantenemos el esfuerzo en el tiempo con independencia de coyunturas, los peligros volverán y no podemos dejar que otra vez, como siempre, lleguen sin que estemos preparados. Ninguna industria importante puede depender de solo su propio país, por mucho que invierta en ella, necesita exportar, y para ello necesita productos y aliados, y Estados Unidos ha sido y será una de nuestras principales palancas para crecer, así que conviene cuidar y proteger los vínculos porque los necesitamos y ellos necesitan entender que tenemos mucho que aportarles.