¿Tiene sentido un programa de nueva generación de aviones de combate tripulados? (I)
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¿Tiene sentido un programa de nueva generación de aviones de combate tripulados? (I)

Nuevo aspecto del avión de combate de sexta generación de la iniciativa GCAP. Imagen. BAE Systems
Aspecto del caza de sexta generación del programa GCAP de Reino Unido, Italia y Japón
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Pete Maverick debe entrenar a unos pilotos al límite, enseñarles a realizar maniobras para las que el avión sí está preparado, pero el cuerpo y la mente del piloto, no. Deben volar a ras del suelo evitando baterías SAM, para destruir una unidad de enriquecimiento de uranio. Es muy posible que incluso saliendo todo bien, la Marina de los Estados Unidos pierda a sus mejores pilotos.

Más allá de la espectacularidad de las maniobras, ¿no hubiera sido más fácil?: a) enviar un caza no tripulado dirigido desde un tercer lugar; b) poner un robot en la cabina y realizar maniobras y procesar información en un tiempo tan corto que solo Einstein sería capaz, y en el peor de los casos perder un robot; o c) enviar un misil a mach 3 que tardaría apenas un minuto en recorrer 62 kilómetros de distancia. Toda la tecnología necesaria para hacer esta revolución ya existe, y todavía estamos pensando en reemplazar al Eurofighter con un avión tripulado que operará hasta el final del siglo XXI.

Si volvemos al mundo real, Ucrania es invadida y apenas dispone de unos pocos aviones viejos y mal mantenidos; enfrente una potencia con 2.000 aviones de tercera y cuarta generación y con más de 4.000 helicópteros de combate. Las pérdidas rusas, según fuentes ucranianas, 332 aviones de combate y 352 helicópteros, aunque fueran la mitad, son cifras terroríficas. Hoy, Rusia ataca cientos de objetivos en Ucrania con misiles supersónicos y drones, sin apenas pérdidas y con una gran eficacia y ahorros significativos. Los sistemas de defensa antiaérea donados a Ucrania son tan sofisticados que nadie se atrevería a volar a cinco mil metros sobre terreno enemigo, ya que en apenas doce segundos un misil podría derribarlo. Incluso los drones, son piezas fáciles de derribar, y el éxito de los misiles de largo alcance es bastante limitado.

Con el estado de la tecnología, el cerebro artificial de un robot puede evaluar en menos tiempo una cantidad mil veces superior a la de la mente humana y actuar en consecuencia tomando la mejor decisión para cumplir la misión. Además, su estructura física puede soportar maniobras para las que el cuerpo humano no está preparado y un avión no tripulado puede actuar con más precisión y eficacia que uno tripulado, al no estar sometido a circunstancias de stress, pánico o un error de juicio. Y nada de esto es ciencia ficción.

Visto lo anterior, ¿tiene sentido embarcarse en un programa de 100.000 millones de euros de un nuevo avión de combate tripulado que incorporará apenas un ramillete de nuevas capacidades en la plataforma principal? La respuesta a esta pregunta es sin duda una de las más estratégicas y trascendentales de la historia de la industria aeroespacial y de defensa de la historia.

En 1963, el secretario de Defensa McNamara en la presentación del presupuesto de Defensa al Congreso se hacía la misma pregunta. ¿Necesitaba la fuerza aérea bombarderos estratégicos B-52, cuando se disponía de los misiles ICBM que proporcionaban más seguridad y eficacia para las fuerzas estratégicas de los Estados Unidos?

Señalaba en su intervención que las fuerzas de bombarderos tripuladas, incluso aun estando dispersas y parcialmente en alerta permanente, no encajaban en la nueva estrategia de la guerra. Los bombarderos tripulados en el aire eran bastante vulnerables para sorprender con un ataque aéreo, lo que implicaría que el uso de los B-52 debería realizarse en una fase muy temprana del conflicto e incluso antes de que comiencen las primeras hostilidades, ya que tanto en tierra como sobre el campo enemigo, serían tremendamente vulnerables. Concluía afirmando que: «el sentido común nos aconseja no cerrarnos nosotros mismos a que esta idea del uso de los bombarderos tripulados es inmutable». Recordemos, año 1963.

La era de los aviones de combate tripulados es la historia de la aviación militar, pero a medida que avanza la tecnología, la cuestión de si su tiempo está llegando a su fin se ha convertido en un tema de intenso debate. La evolución de los vehículos aéreos no tripulados (UAV) y la creciente sofisticación de la inteligencia artificial (IA) están remodelando el futuro de la guerra aérea. Si bien los aviones de combate tripulados han sido durante mucho tiempo la columna vertebral de las fuerzas aéreas en todo el mundo, hay varios factores que impulsan la especulación sobre su posible obsolescencia y sobre la necesidad de dar un paso de gigante en diversas direcciones.

Uno de los principales argumentos a favor de los aviones no tripulados es su capacidad para operar en entornos que pueden resultar demasiado peligrosos o desafiantes para los pilotos humanos. Los UCAV se pueden desplegar para misiones de reconocimiento, vigilancia e incluso de combate, sin poner en riesgo la vida del personal y asumiendo órdenes que nunca se darían a un ser humano. Esta capacidad ha llevado al desarrollo de drones sigilosos, que operan a gran altitud y capaces de realizar misiones de larga duración con una mínima intervención humana, lo que constituye una amenaza de un enorme potencial para el enemigo.

Otro factor a su favor es que el desarrollo y la fabricación de sistemas aéreos no tripulados son actividades rentables y pueden producirse en una línea de montaje más rápida y eficiente, lo que reduce sustancialmente el tiempo en un factor de 10:1 en comparación con los procesos de fabricación de aviones de combate tripulados. Además permite, dados su menores costes unitarios, diversificar la tipología de sistemas en función de muy diferentes misiones.

Los avances en inteligencia artificial y autonomía refuerzan aún más los argumentos a favor de los sistemas no tripulados. Los algoritmos de aprendizaje automático permiten a los vehículos aéreos no tripulados analizar grandes cantidades de datos en tiempo real, identificar objetivos y tomar decisiones en fracciones de segundo sin supervisión humana. A medida que la IA continúe mejorando, las plataformas no tripuladas serán más capaces de superar a los pilotos humanos en términos de tiempos de reacción y toma de decisiones tácticas.

Otro factor a tener en cuenta es que la rentabilidad de los aviones no tripulados es un factor importante que impulsa su proliferación. Los aviones de combate tripulados son máquinas increíblemente complejas y costosas que requieren amplios recursos de mantenimiento y capacitación. Por el contrario, los UAV pueden producirse a una fracción del coste anterior y operarse con un apoyo logístico reducido. Esta ventaja de costes hace que los sistemas no tripulados sean atractivos para los militares que se enfrentan a limitaciones presupuestarias o que buscan maximizar sus capacidades operativas.

Sin embargo, el debate sobre el futuro de los aviones de combate tripulados está lejos de estar resuelto.

Los defensores de los aviones tripulados argumentan que los pilotos humanos ofrecen ventajas únicas que las máquinas no pueden replicar fácilmente. La capacidad de ejercitar el juicio, adaptarse a situaciones que cambian rápidamente y aplicar la intuición y la creatividad en escenarios complejos, son atributos que los pilotos humanos aportan al campo de batalla. Los aviones tripulados también proporcionan un nivel de flexibilidad y adaptabilidad que puede resultar difícil de alcanzar para los sistemas no tripulados.

Además, las preocupaciones sobre la ciberseguridad y la susceptibilidad de los sistemas no tripulados a ataques de piratería o interferencia, plantean dudas sobre su confiabilidad y resistencia en un entorno de guerra en el multiespacio. Si bien las aeronaves tripuladas no son inmunes a las amenazas cibernéticas, los pilotos humanos pueden mitigar potencialmente los efectos de la guerra electrónica mediante el control y la toma de decisiones manuales, si es que esto es posible en una avión de sexta generación cuyos sistemas deberán disponer de plena independencia del exterior, si fuera necesario. Lo único que una máquina no puede hacer es adoptar decisiones que vayan contra su lógica, y quizás en esta singularidad se encuentre el mayor alegato en favor de los sistemas tripulados.

Finalmente se encuentran las razones éticas, ¿debemos dejar a una máquina pensar y actuar sin intervención humana, considerando las consecuencias que se derivan en el entorno de la guerra? Si al final todo depende de una acción humana, muchas de las ventajas potenciales se verán decapitadas.

En febrero de 2020, en una conversación informal entre Elon Musk y el teniente general John Thompson en el simposio sobre Air Warfare en Orlando, el primero declaró: «la era del avión de combate ha pasado; será en la guerra de drones dónde se situará el futuro».

La razón que argumentaba Musk es que los pilotos deben ser capaces de ejecutar complejas maniobras a velocidades superiores a mach 1, operando equipos altamente sofisticados que generan una cantidad de información incapaz de ser procesada por la mente humana con la agilidad que requiere el entorno y en esto coincidían tanto el excéntrico empresario como los responsables de la USAF. Desde la guerra de Irak de 1990, el flujo de información alrededor de una contienda se ha multiplicado por 50, de manera que nosotros mismos en nuestro afán por la máxima inteligencia estamos abocando a los sistemas a privarlos del elemento humano.

Hace cuatro años, la Fuerza Aérea y Lockheed Martin se asociaron en una demostración de equipos tripulados y no tripulados utilizando aviones F-16. Según el fabricante, el dron experimental reaccionó de forma autónoma a un entorno de amenaza dinámico durante una misión de ataque aire-tierra con gran éxito. Este tipo de pruebas se están repitiendo con enorme frecuencia en los institutos de desarrollo de la USAF y de los contratistas con novedosas lecciones que son incorporadas a las potenciales soluciones de futuro y que marcan la tendencia hacia la combinación de sistemas en un futuro cercano.

El programa más relevante en esta línea de la colaboración es Skyborg de la Fuerza Aérea norteamericana que persigue la obtención de un avión leal con inteligencia artificial que pueda acompañar a los aviones de combate para ayudar en una variedad de misiones. También podría actuar como puerta de enlace de comunicaciones para permitir que plataformas con diferentes programas de intercambio de datos se comuniquen e interactúen.

Pero a pesar de todo esto. Incluso una vez que la tecnología haya madurado para decirle a un avión adónde ir, cómo reaccionar ante un entorno cambiante y qué acciones son apropiadas, todavía llevará tiempo convertir la cultura muy humana de los pilotos de combate de la Fuerza Aérea en una que acepte a los drones como iguales o superiores.

Frente a las dudas que plantea la dicotomía entre sistema tripulado y no tripulado, ha surgido otra cuestión recientemente, que es la rápida obsolescencia de los sistemas autónomos de bajo coste. Hoy en día los avances en sistemas antidrones, ante la magnitud de la amenaza, son impresionantes. Los drones de bajo coste, como los usados en Ucrania, serán fácilmente detectables y derribados, al no disponer de los sistemas de autodefensa de las que disponen los aviones de combate. Incluso los enjambres de drones tendrán una vida efímera, salvo en escenarios muy específicos de urban warfare o contra unidades de infantería sin protección.

Si debemos hablar de futuro, no hablaremos de drones de bajo coste sino de auténticas plataformas aéreas que incluirían las mismas tecnologías de auto protección y de baja señal que los F-35 o los futuros aviones de sexta generación, y esto lejos de ser más barato, será mucho más costoso.

¿Existirá entonces un avión de sexta generación tripulado?

La respuesta es que sí, siempre que no se trate de un nuevo avión de mejores capacidades sino de una revolución del concepto de la plataforma y del sistema en el que se integra, pero tengo la seguridad de que no habrá una séptima generación. La razón por la que el salto no se produce ahora es filosófico: la creencia de que serán necesarios años para verificar que todo el paquete de nuevas tecnologías funciona correctamente.

Pero incluso un avión de sexta generación no necesitará ser una nueva plataforma, incluso algunos discuten que el concepto de «generaciones» sea sostenible en el tiempo ya que los aviones están sometidos a continuas evoluciones con actualizaciones de software, modificaciones de sistemas, integración de nuevas armas etc. que anulan el supuesto efecto de salto tecnológico.

La velocidad de la transformación asusta a los ingenieros. Es posible que empeñarse en un gran paquete de nueva generación que llevará veinte años de desarrollo pueda conducirnos a algo inútil y atrasado. De ahí que exista una tendencia a desarrollar plataformas que pueden diseñarse y construirse en pequeñas series, máximo cien unidades, buscando constantes modificaciones y retrofits. Un error por quedarse cortos o lejos puede ser terrible para la superioridad aérea y para la industria. De alguna forma se trataría de una arquitectura tipo Lego que pueda montarse y desmontarse parcialmente.

La idea de BAE para estos aviones se llama Combat Air Continuum. Es un plan a 25 años que comenzará a corto plazo con una mezcla de plataformas de quinta y sexta generación, con el apoyo de drones leales que serán los escoltas robóticos autónomos que recibirán órdenes de sus líderes humanos. Estos drones extenderán la vida útil de los aviones más antiguos y mejorarán las capacidades de la sexta generación. También creo que el primer avión de sexta generación será no tripulado.

A largo plazo, BAE prevé una tercera época del combate aéreo, donde las fuerzas aéreas occidentales tendrán cazas con capacidades de sexta generación totalmente desarrolladas y aumentadas por aviones de combate autónomos. Aquí entrarían los cazas de séptima generación que, en un futuro no demasiado lejano, finalmente dejarían de lado a los pilotos humanos en favor de pilotos artificiales.

Es una idea similar a la que tiene Estados Unidos, que ahora mismo lidera la carrera aeronáutica con sus F-22 y F-35 de quinta generación y que lleva varios años trabajando en secreto en su programa de sexta generación, que denomina Next Generation Air Dominance, que tiene como objetivo crear un grupo de sistemas que incluye aviones tripulados, drones no tripulados y sistemas de armas avanzados integrados en una red coordinada. El Pentágono piensa que la flexibilidad, el sigilo y la integración de todas estas tecnologías para que actúen como enjambres inteligentes serán las claves para conseguir la superioridad aérea.

En las próximas décadas, un componente fundamental del combate aéreo del futuro será la integración de enjambres de drones. Estos drones autónomos y semiautónomos, operarán en conjunto con aviones tripulados, proporcionando un efecto multiplicador de la fuerza aérea. Serán capaces de llevar a cabo una amplia gama de misiones, desde el reconocimiento y la guerra electrónica hasta los ataques directos aire-tierra y el combate aire-aire.

Los enjambres de drones estarán diseñados para abrumar a las defensas enemigas, proporcionar inteligencia en tiempo real y ejecutar ataques coordinados con precisión. Su capacidad para operar de forma autónoma o en sincronía con aviones tripulados redefinirá la dinámica del combate aéreo. A medida que avance el desarrollo de algoritmos de inteligencia artificial y de aprendizaje automático, estos drones podrán tomar decisiones rápidas y adaptarse a las condiciones del campo de batalla y convertirse en elementos determinantes.

El Departamento de Defensa norteamericano está apostando por los enjambres de drones desechables con su programa Replicator, un ambicioso proyecto para construir un ejército autónomo masivo compuesto por grandes enjambres de drones de combate por tierra, mar y aire. El objetivo de Replicator es contar con una fuerza incontestable de muy bajo coste. Estos enjambres permitirán, controlar cualquier zona y dominio, atacando o defendiéndose con un abrumador número de máquinas que podrán actuar de forma independiente o coordinada gracias a sistemas de inteligencia artificial.



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