Tres noticias muy recientes provenientes de México han estremecido a América Latina y al mundo en general: la liberación a sangre y fuego de Ovidio Guzmán, el hijo del Chapo en Culiacán (Sinaloa), el asesinato a mansalva de la familia Le Bron en la localidad de La Mora (Sonora) y el ataque narco con vehículos blindados y armas pesadas al poblado Villa La Unión (Coahuila). Son los hechos más evidentes y rotundos, que la política antidrogas iniciada por el presidente Andrés López Obrador es, al menos en términos estadísticos, un fracaso. 2019 concluirá como el año más sangriento de la historia reciente del país. 17.600 homicidios sólo en el primer semestre. Y el pasado 1 de diciembre, mientras AMLO celebraba un año de llegada al poder, se asesinaban en el país a 127 personas.
Los tres episodios descritos tienen además extraordinaria carga simbólica. Dejan en claro que todo el norte de México (los estados de Sinaloa, Sonora, Coahuila y Tamaulipas) se está transformando en un punto de relevancia geopolítica por estar cayendo en aquello que se denomina estado fallido. Es decir, la imposibilidad de controlar el territorio, de ejercer la autoridad y de proveer servicios públicos en un ambiente de relativa tranquilidad.
Se está instalando entonces un espectro fantasmal impensado. Que ante la imposibilidad del gobierno federal de mantener el orden y el sentido palpable de ingobernabilidad, se abra la posibilidad de una balcanización del país. Surge la pregunta, ¿está el México de AMLO en condiciones de detener esta eventualidad?
Son demasiadas sus vulnerabilidades. Internas y externas. También hay reminiscencias históricas. Y una obvia carencia de unidad geográfica.
Entre las internas figuran la falta de liderazgo político a nivel federal, la polarización entre los estados y al interior de cada uno de ellos, el síndrome catalán (existencia de estados que más aportan al PIB y que no ven grandes ventajas en seguir manteniendo a los que menos aportan), fragmentación política y muchos otros. En círculos políticos mexicanos se ha empezado a hablar ya de una “disociación fiscal de los estados del norte”.
Entre las vulnerabilidades externas está el deseo del presidente Donald Trump de declarar a los carteles de la droga mexicana como grupos terroristas. Si eso ocurre, traerá bruscos cambios geopolíticos.
La idea de una posible balcanización se apoya en ciertas reminiscencias históricas. Yucatán y Tabasco, por ejemplo, se escindieron del México federal a mediados del siglo XIX y se reintegraron años después, mientras que Chiapas fue parte de la República de Centroamérica, luego independiente y más tarde fue presa de disputas entre Guatemala y México siendo anexado por este último recién en 1882. Muy interesante es también el caso de la Nueva Vizcaya, una entidad que se mantuvo alejada de las contiendas independentistas y sólo en 1824 fue integrada al resto del país y dividida en las provincias Chihuahua y Durango. En 1840 existió una efímera República del Río Grande (capital Laredo) en lo que hoy se conoce como estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila. Esta última idea no prosperó por el auge de Texas, pero con cierta frecuencia se vuelve la atención sobre su significado y sobre lo que pudo ser. Con frecuencia se recuerda su efecto fertilizante, como el gran historiador británico Hugh Trevor-Roper llamaba a las ideas que permanecen en lugares recónditos de la política.
De hecho, los casos de Nueva Vizcaya y de Río Grande son constantemente estudiados, principalmente en EEUU. Mackinder los visualizó como el gran hinterland de los estados del sur, motivado seguramente por las ricas Cuencas de Burgos y de Sabina, unos territorios abundantes en minerales, donde últimamente ha sido descubierto shale gas.
Finalmente, el país carece de unidad geográfica. Dos cordilleras que cruzan de norte a sur, más otras regionales y con mesetas y valles accidentados, hacen que la presencia estatal no sea homogénea. El norte del país ha entrado en una perspectiva difícil de imaginar. Hasta ahora.
*El autor escribió De Lucky Luciano al Chapo Guzmán, los actores malévolos de las relaciones internacionales, Instituto Gutierrez Mellado, Madrid, 2018.