La caravana de migrantes hondureños que partió de la ciudad de San Pedro Sula, centro industrial del país, el pasado mes de octubre ha puesto nuevamente en la mesa de debate la imprecisión de las leyes migratorias en general y la discrepancia a la hora de ejecutarlas, ya que implica tomar una postura entre lo humanitario y las políticas de seguridad. Ese vacío legal entre dichas posturas por lo general se presta para polarizar y generar contiendas entre los diversos sectores de la sociedad. Un claro ejemplo son las pasadas elecciones intermedias (Senado, Cámara y Gobernadores) estadounidenses que han llevado a politizar no solo sus fronteras sino las de sus vecinos, provocando temor en la región ya que ningún estado está preparado para asumir social y económicamente una ola migratoria tan significativa.
Es claro que la política exterior y por consecuencia el plan migratorio estadounidense haya cambiado debido a los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. El cambio no radica en el núcleo político, es decir, en los pilares de la nación, sino en la gestión de control y de predominio internacional como potencia, en otras palabras en las justificaciones y marco político con que se reafirma dichas acciones aumentado drásticamente la tendencia militar y unilateral.
Dichos atentados marcaron un antes y después en la manera de planificar y ejecutar actos terroristas, logrando así desestabilizar la percepción de seguridad y conciencia política. La nación estadounidense, acostumbrada a exportar e impartir sus posturas ideológicas y políticas por medio de las vías militares, justificándolas con la misión de democratizar y construir nación ocupaba cualquier territorio con una imagen para sus connacionales de padre que ejerce disciplinadamente la autoridad con el objetivo de mantener la estabilidad y paz mundial, se llevó un golpe al ego cuando con sus mismas estrategias recibió un mensaje desmitificando al ídolo paterno a través de tan fatídico acto. Este acto terrorista además de precipitar las torres del World Trade Center, derrumbaba psicológicamente la fantasía de inquebrantable seguridad que se respiraba al interior de sus fronteras y que les permitía darle lógica a sus acciones violatorias dentro de un esquema de política exterior sin censura. De manera que la caída del ídolo los dejaba sin protección sufriendo de ahora y en adelante las consecuencias por aprobar y permitir permisivamente las gestiones de dominio, recordando que la nación tiene deudas que saldar y que no se necesita de un ejército para cobrarlas.
El vacío de las torres gemelas fue ocupado con un discurso de autodefensa rampante, impulsando así el endurecimiento del programa migratorio anexado a las políticas antiterroristas, lo cual llevo a que los indocumentados gente del común fueran vistos como potenciales terroristas. Este discurso ha encontrado cuerpo en el presidente Donald Trump que ha elevado el murmullo de gran parte de la población que busca seguir siendo hegemónicos (o la mal llamada supremacía blanca), que les disgusta ser gobernados por minorías, que tratan de desembarcarse de la globalización que mato la clase media y el deseo de desempolvar la xenofobia como método de terror. Estos planteamientos son la base para que el presidente Donald Trump tome rumbo hacia el aislacionismo, siendo patente en las disposiciones ordenadas para el trato con los migrantes y las batallas comerciales con los impuestos y aranceles, buscando así renovar la fantasía del gran protector y midas. Donald Trump quiere ser el nuevo ídolo.
Una historia que se repite
Mientras el presidente Trump militariza la frontera, la caravana sigue su rumbo hacia el norte, recorriendo una vez más los pasos de sus antepasados, que están representados en esta ocasión por los hondureños, pero que personifica y reflejan el panorama sociocultural, económico y político de la región centroamericana que ha sido históricamente el puente entre las grandes civilizaciones de Mesoamérica y los Andes, el refugio ancestral de las migraciones producto de las glaciaciones y el desplazamiento forzado. Un territorio rico en biodiversidad, multiétnico y cultural, foco de un sin fin de señoríos y reinos que fueron desapareciendo con la llegada del periodo colonial cruel y sangriento que dejo heridas perennes e influyeron en el desdibujamiento de la fantasía de una república federal centroamericana que termino en una guerra civil prolongada y cuya triste solución fue la independencia de los distintos estados (El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica).
Estas heridas ideológicas heredadas de la colonia y que se profundizaron en el periodo de la fallida república federativa, entre los sectores ultraconservadores y los progresistas, han marcado la vida política y social de los distintos estados, convirtiéndolas en repúblicas bananeras (siglo XX), políticamente inestables con régimen dictatoriales, empobrecidos, sometidos a la hegemonía de las empresas extranjeras (EEUU) entregando sus campos como polígono militar para el control y dominio político del imperio sobre el continente dejando un rio de sangre netamente mestizo. Los Estados Unidos recibía con los brazos abiertos a todos estos migrantes que eran aliados, socios estratégicos que apoyaron la causa de esta singular guerra fría, impulsando el sueño americano, la tierra que necesitaba mano de obra, un lugar seguro para sus socios, de manera que ante los ojos de la comunidad internacional Estados Unidos era firme con sus aliados.
Esta firmeza se esfumó con la caída de la Unión Soviética, y desde el 2012 silenciosamente se viene trabajando conjuntamente con México un programa para proteger los derechos humanos de la población migrante con lo cual se traería seguridad y desarrollo para la frontera. Ya en marcha se hizo evidente que sus líneas de acción no eran precisamente altruistas y humanitarias sino una estrategia para implementar coacción más allá de sus fronteras apoderándose de las vías de flujo creadas por los migrantes simulando orden y control para luego deportarlo haciendo el trabajo sucio el gobierno mexicano. Ya los centroamericanos no eran aliados sino pandilleros, comunistas y violadores y por lo tanto se podían saltar las reiteradas peticiones de asilo y los informes y análisis de los distintos organismos de derechos humanos y protección civil.
Estos lineamientos que en la actualidad tiene mayor validez para el gobierno de Donald Trump son los que levantan la indignación de una gran parte de la población centroamericana representada en la caravana hondureña, el gran aliado solo tiene ojos para las reservas de petróleo venezolanas y no porta un grano para la reconstrucción del tejido social y económico de estos países destruidos en las décadas de los ochenta producto de la guerra fría, por eso la caravana busca refrescar la memoria de su ex socio con el fin de recordarle que en materia de política exterior los daños colaterales si son multilaterales.