Diversos países latinoamericanos se encuentra inmersos en una sucesión de protestas con un trasfondo propio pero que en general representan un panorama de incertidumbre político y de debilitamiento del sentido de pertenencia de los pueblos con -y hacia- sus instituciones.
En Colombia, el paro efectuado el 21 y 27 de noviembre del año en curso ha puesto de manifiesto la desazón social y política de los gremios y la ciudadanía en general frente a las directrices y proyectos presentados por el presidente de esta nación Iván Duque, en referencia a la serie de reformas laboral, pensional y tributaria, así como también a la omisión al cumplimiento de los acuerdos de paz, los cuales a percepción de una parte de la población han venido siendo dilatados incidiendo en los hechos violentos y asesinatos sistemáticos de líderes sociales, defensores de derechos humanos, ambientalistas tanto a nivel local como regional en todo el territorio nacional.
Esta desazón nacional va mas allá de las dificultades tributarias y laborales; la misma está intrínsecamente relacionada con el resquebrajamiento progresivo de las instituciones, no siendo solo fracasos del gobierno en turno sino del estado como tal, lo cual ha llevado a que la ciudadanía busque como mecanismo de participación directa la protesta para poder visibilizar su desconcierto y exponer su opinión, es decir, que la protesta es la única vía para que los sectores de la población que se sienten alienados puedan exhibirse y dar impulso a la transformación.
Dicha transformación exige una hoja de ruta apoyada en el liderazgo, en la autoridad, para que tenga eco en los distintos miembros de la sociedad, pero se encuentra desdibujada, carente de sentido debido a los planteamientos fallidos del actual gobierno, en la no participación y apoyo de las diferentes bancadas partidistas, en la falta de respuesta ante los acontecimientos de violencia que afronta el país y en últimas, a una perceptible ausencia de gobernabilidad.
Lo anterior, sin duda, viene conllevando a una anarquía solapada por parte del gabinete ministerial que se enfoca mas en trabajar y allanar terrenos políticos en aras a las próximas elecciones presidenciales, producto del resultado –a su vez- de las pasadas elecciones regionales, donde el partido de gobierno no tuvo el apoyo popular esperado, reflejo esto de una autoridad ambivalente y falta de liderazgo por parte del mandatario actual que insiste en rechazar los ecos de advertencia de su erróneo proceder y que además ha provocado el descontento de los demás partidos políticos.
Las distintas manifestaciones que se han realizado a lo largo del año daban preaviso a los cambios apreciables de las estructuras sociales que pretende cambiar convenciones y reglas para satisfacer los intereses de los grupos sociales mejorando la sociedad en su conjunto. Es necesario dar ese salto que el gobierno anterior allano dejando las herramientas, pero que en su efecto ha sido obstaculizado por dirigencias políticas de vieja guardia que pretende eternizar posturas de gobiernos cooptados. Este tipo de posturas han conllevado a la rebeldías políticas y gremiales y a la polarización y la falta de respeto y aprecio a las autoridades militares y civiles. El paro representa, entonces, la única plataforma de unidad.
Irónicamente, son las protestas que el gobierno rechaza las que han obligado a los partidos a rodear al presidente aceptando la mesa de conversación buscando resolver la disyuntiva social que ha punta de arengas y pancartas exige la reconstrucción de una hoja de ruta económicamente viable y socialmente incluyente.