Resulta inevitable en estos momentos no verse influido por la guerra contra el coronavirus que estamos viviendo. Una guerra que estamos empezando y que ganaremos con coraje, fuerza y fe. También con esfuerzo y sacrificios, que no parece vayan a ser pocos. Como pasa en todas las guerras. Incluida esta contra un ser de dimensiones microscópicas. No entraremos en mayores disquisiciones, pero ha resultado evidente la fragilidad de nuestro mundo, lo que debe obligar a una reflexión cuando la lucha termine. En cualquier caso, la situación nos sirve de pretexto para realizar algunas consideraciones que pueden venir al caso.
Algunas empresas de defensa han ofrecido sus capacidades al servicio de los organismos públicos y privados más directamente empeñados en el combate. Se trata, a nuestro juicio, de un ejemplo de responsabilidad social corporativa muy loable. En términos menos modernos, es una muestra de los valores de servicio público que están en el fondo de la actividad de cualquier empresa, y muy especialmente de las que dedican su actividad a proporcionar recursos a las instituciones de seguridad y defensa. Más allá de obtener un beneficio a corto plazo se priman los valores sobre los intereses.
Esa vocación de servicio no es un caso aislado. Desde otros sectores se están produciendo reacciones similares. Se antepone la necesidad de responder a la crisis al beneficio económico que es, por otra parte, necesario y loable, si se obtiene con honradez y sentido de responsabilidad. Pero la relación entre empresas e instituciones en el mundo de la defensa y la seguridad va un poquito más allá. Porque se basa en una relación de confianza mutua para que cuando vengan mal dadas cada uno ocupe su lugar en formación. Por eso la capacidad industrial se considera “una capacidad más” que hay que cuidar y preservar.
La cultura del pelotazo, o del beneficio inmediato, no encaja demasiado en la vocación de un sector que busca relaciones y objetivos a largo plazo sobre la base de algunos pilares básicos. En primer lugar, una necesaria capacidad tecnológica e industrial para garantizar que se proporcionan los medios necesarios con el máximo nivel de excelencia y, además, poder soportar las operaciones. Un segundo pilar esencial es contar con profesionales solventes, que garanticen el cumplimiento de las obligaciones contractuales pero también morales, conozcan y comprendan adecuadamente el entorno de actuación de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y de Fuerzas Armadas, y estén en disposición de mantener una relación fluida sin resquemores. Finalmente, y evidentemente no menos importante, tener visión estratégica para establecer objetivos a largo plazo con el convencimiento de que los resultados a corto son, normalmente, flor de un día por muy espectaculares que puedan ser.
Capacidad, solvencia y estrategia son fundamentales en un sector que presenta unas peculiaridades diferenciales. Son también las bases para responder en caso necesario en apoyo de unos clientes muy especiales. Sin necesidad de recibir su llamada y aunque no se obtengan beneficios inmediatos. Es el valor del servicio frente al poder del dinero.