El fin de una "ausencia"
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El fin de una "ausencia"

Rafael Moreno Izquierdo. Foto: Silvia Varela.
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3.500 niños salieron de España con destino a la URSS para huir de los horrores de la Guerra Civil. Era para poco tiempo. Solo hasta que el Gobierno recuperara el control. Pasaron dos décadas hasta que el primero de ellos pudo regresar. Corría el año 1956 cuando el Crimea se asomó a las costas españolas con los primeros exiliados a bordo. Era el principio del fin de una diáspora que aún duraría cuatro años más de repatriaciones tras aquella primera expedición.

En total regresaron 2.600, algunos eran sin duda agentes infiltrados enviados por el Kremlin, la mayoría no. 1.500 eran parte de los que se habían ido siendo niños y volvían como adultos deseosos del idílico país que les habían contado o que recordaban de algún sueño de tiempos mejores, el resto eran líderes militares y políticos del PC que habían antepuesto el sentimiento a la ideología, el anhelo del país perdido a las convicciones de cómo debería ser ese país. Pero algo los unía a todos, no habían vivido ningún éxodo, habían sufrido una “ausencia”, como relata Cecilio Aguirre, uno de los protagonistas, una ausencia que por fin se terminaba. Navegaban de una dictadura a otra, pero esta vez el buque atracaría en casa.

La historia de aquel regreso, de cómo se gestó, de los primeros años de aquellos otrora niños en su añorada España, de sus vivencias rescatadas de las cartas que escribieron, de los informes policiales surgidos de los interrogatorios que les practicaron al llegar, ha sido recogida por Rafael Moreno Izquierdo en su libro Los niños de Rusia, un volumen que explica por primera vez qué fue de aquellos niños por cuya partida han corrido cientos de ríos de tinta pero por cuya vuelta nadie pareció interesarse nunca.

Dos mundos distintos

El choque cultural fue tremendo. Mujeres con carrera universitaria y sin condicionantes religiosos regresaban a un mundo empañado por una religión y una tradición que les reservaba un segundo plano teñido de luto y con las ideas cubiertas por pañuelos anudados bajo la barbilla. Mujeres que volvían solas con sus hijos porque la dictadura comunista no permitía salir a los maridos de aquellas que habían formado familia allí. Muchas no lo soportaron y tuvieron que volver a irse. Y los hombres, ellos sí podían traer a sus esposas rusas, pero ni aun así era fácil. Hombres educados en una realidad industrial y científica en pleno desarrollo nuclear, para los que el trabajo era un derecho, volvían a un país rural donde había que luchar por el más mísero de los empleos. En la URSS se habían criado en una economía planificada donde el pan llegaba tarde pero llegaba a todos, en España el pan lo había todos los días pero muy pocos podían pagarlo.

La dictadura franquista los había aceptado de vuelta y debía velar porque se integraran como fuera. No iba a hacer de ellos un instrumento político a su favor, pero tampoco iba a permitir que se usara en su contra.

Moreno es periodista, trabajó para EFE en Nueva York y Washington durante 20 años y fue corresponsal de guerra en Centroamérica, los Balcanes, Oriente Próximo y el Gofo Pérsico. Actualmente es profesor titular en la Universidad Complutense y director de comunicación de Santa Bárbara Sistemas (General Dynamics European Land Systems).

CIA: operación Proyecto Niños

Junto a estas historias con nombre y apellidos, las que gusta recordar por empatía, siempre hay otras mayores, universales incluso, que es preciso recordar por defender la empatía de las anteriores. En este caso pasa lo mismo, las historias personales se mezclan en el libro de Moreno con la historia en mayúsculas a través de lo que la CIA llamó Proyecto Niños, una operación que duró cuatro años y terminó con un centenar de agentes de la agencia estadounidense de inteligencia en España. Una operación que facilitó la profesionalización de los integrantes de los servicios de inteligencia españoles y que ofreció, en el momento más tenso de la Guerra Fría con la amenaza nuclear en el aire, la primera información fiable de lo que ocurría dentro de la URSS, de cómo funcionaba, de cómo eran las fábricas, de dónde estaban... No era una cuestión de colaboracionismo voluntario, que lo habría, igual que habría agentes dobles estudiando los métodos de la CIA que luego regresaban a la URSS “arrepentidos” de haber intentado volver a casa. Era una cuestión de normalizarse, de demostrar que ese pacto con el franquismo de dejar la ideología atrás a cambio de poder volver a la patria quedaba cumplido por su parte. No más secretos, no más miedo a las consecuencias.

Y esa historia con mayúsculas también afecta a la España de entonces, a un Gobierno en plena reinvención hacia el capitalismo que tras haber apoyado su economía en la agricultura se había dado cuenta de que sin industria no iba a ninguna parte y de que debía poner toda la carne en el asador para ponerse al nivel de su entorno. Y en ese empuje a la industria los ingenieros, peritos, médicos, científicos, físicos y demás repatriados formados en la URSS eran un regalo que no podían dejar pasar, pese al miedo inicial de que todos fueran infiltrados y pese a la continua propaganda del régimen contra el Comunismo.

En resumen, decenas de cartas personales, declaraciones, entrevistas, cuatro años de interrogatorios de la CIA con más de 2.000 informes que Moreno ha sumado a los realizados por la Policía española y por el PC para “revisar”, como dice el autor, un momento olvidado de la historia en Los niños de Rusia.



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