Este 2018 que termina pasa por ser el año de mayor gasto en defensa desde la Guerra Fría. En total supera los 1.670 millones de dólares en estas partidas, según previó al inicio del ejercicio la editora británica IHS Markit, que calculaba un crecimiento del 3,3 por ciento respecto a 2017. Otras entidades, como Deloitte y el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri), han confirmado el dato a lo largo de los últimos meses.
Se vuelve a gastar en defensa tanto como en la época de las superpotencias mientras notables gestos remiten a aquella época. Uno de los principales tiene su campo de juego en Turquía, donde Rusia y Estados Unidos mantienen importantes intereses. El primero ha anunciado la venta de sistemas antiaéreos S-400 a Ankara, y ha empujado al segundo, molesto con esta operación con uno de sus socios de la OTAN, a estudiar si bloquea la venta comprometida de un centenar de F-35 a ese país como represalia. Durante el último mes este desencuentro ha dado un importante giro con la autorización del Departamento de Estado de vender sistemas Patriot a Ankara sin poner condiciones sobre la adquisición de los S-400 Triumf, aunque se sospecha que su objetivo es conseguir parar la compra a Rusia.
Esta ‘mini Guerra Fría’ reeditada se ha vivido en multitud de otros episodios, principalmente desde que el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció en marzo que cuenta con armas capaces de atravesar el escudo antimisiles de Estados Unidos.
A diferencia de la época de hostilidades entre los dos bloques, ahora las relaciones entre EEUU y Europa no son las mejores. El desencuentro, o, como mínimo, enfriamiento, además de impulsar una mayor preocupación en el viejo continente por procurarse su propia defensa para no depender tanto del amigo americano, comienza a tener consecuencias en las industrias de ambos lados del Atlántico. En todo caso, la dura política del presidente Trump parece haber influido de entrada en un pronunciado aumento de las exportaciones militares norteamericanas.
Entre los conflictos directamente abiertos, el de Yemen, donde interviene Arabia Saudí, ha adquirido en Occidente mayor protagonismo que en ejercicios anteriores. En este contexto, países como Alemania han vetado sus ventas de material militar a Riad, algo que Berlín hace con cierta frecuencia, lo que indica que en la práctica suele levantar estos castigos con relativa facilidad. Canadá, por ejemplo, se ha enfrentado a la misma diatriba con algo más de transparencia, al aceptar su primer ministro, Justin Trudeau, que tiene muy complicado dejar de enviar material militar a Arabia Saudí, pese a que le gustaría poder hacerlo.
También en Oriente Medio, Irán, aunque no vive ningún conflicto directo, ha vuelto a ser noticia por sus tensiones con Estados Unidos. Tras el periodo de distensión abierto por el ex presidente Obama, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha reeditado un bloqueo a Teherán con consecuencias previsibles en el ámbito militar.
En todo caso, la gran preocupación militar para Estados Unidos a largo plazo es China, frente a la que Washington ha llegado a reconocer que teme perder su hegemonía tecnológica.
En 2018, por cierto, se han ido consolidando algunos desarrollos tecnológicos que con seguridad adquirirán mayor importancia en los próximos años. Es el caso de los sistemas directamente robóticos, que han llegado a protagonizar ejercicios militares en Reino Unido; de los convertiplanos, que presentan nuevas formas más allá del veterano V-22 Osprey; de las armas láser, como la que China dice haber diseñado para emplearse como fusil de asalto, e incluso del desarrollo de un ‘monopatín volador’ de uso militar, que presentó Francia el pasado noviembre.