Hace unos días preguntaban en una entrevista al almirante James Stavridis, antiguo jefe supremo aliado en Europa (Saceur), quién estaba ganando la guerra en Ucrania. Su respuesta, que parece obvia, es que es difícil decirlo puesto que en el momento actual la deriva de la guerra es impredecible. Stavridis introducía un factor de incertidumbre relacionado con el tiempo en que los Estados Unidos y los países europeos seguiremos apoyando a Ucrania. No ocultaba que la principal preocupación norteamericana se encuentra en la situación de China, la evolución política de Irán, y por una confrontación no territorial en el ciberespacio.
La actual guerra se está librando en tres frentes, uno de ellos es el militar, pero también se está produciendo en los planos político y económico. El frente militar es el más llamativo, puesto que nos recuerda la muerte y destrucción de toda guerra. Su evolución es ciertamente difícil de predecir, puesto que, a pesar de los limitados avances tácticos ucranianos, se ha introducido la posibilidad de una escalada nuclear de consecuencias imprevisibles, que obliga a mantener vías de negociación abiertas, y que debería llevar a la cautela en el discurso político.
La evolución de la situación en Irán y sobre todo en China, donde el Partido Comunista celebrará dentro de unos días su XX Congreso, pueden tener una significación relevante. En este último caso no está en juego sólo el tercer mandato de Xi Jinping, solo conseguido antes por el propio Mao. El problema de fondo reside en cómo los dirigentes chinos van a afrontar sus retos internos con unos niveles de crecimiento de la economía por debajo del 5% anual. Si la situación se complica en Asia, los norteamericanos podrían tener que ajustar su nivel de compromiso en Europa.
En el frente político, la unidad de la postura aliada, y en especial de la respuesta europea no parece que sea tan sólida. La Unión Europea se enfrenta a un momento crítico, con muchas incertidumbres sobre la respuesta individual de las naciones si la guerra se prolonga. En muchos ámbitos, y también en el de la defensa, las diferencias entre las visiones estratégicas de los países, especialmente entre Alemania y Francia, son bastante evidentes. Si hasta ahora en Berlín se asumía el liderazgo francés en defensa, desde hace unos meses parece que esto ha cambiado. Detrás de la creación del fondo dotado con 100.000 millones de euros, la idea del canciller Scholz puede ser convertir a la Bundeswehr en las Fuerzas Armadas convencionales más potentes de Europa, a la vista de que para frenar a Rusia hay que pasar de la dialéctica de cooperación a otra de disuasión militar efectiva. Las diferencias están afectando a la colaboración en programas conjuntos, puesto que ya no se da por sentado el papel subsidiario de la industria alemana, y de sus intereses, frente a los de Francia. Las últimas decisiones alemanas de reorientar adquisiciones de sistemas principales hacia sistemas norteamericanos, responderían no solo a una lógica operativa, pero también a un cambio de visión estratégica más global.
Quizás sea en el frente económico donde se estén produciendo los “combates” más duros y en donde resida la clave para la continuidad del apoyo a Ucrania. No se esconde que la inflación aparece como una amenaza principal a la seguridad. Según un informe presentado en septiembre por la asociación de industrias de defensa norteamericanas (NDIA), el Pentágono habría perdido entre 2021 y 2023 una capacidad adquisitiva real valorada en 110.000 millones de dólares. Se advierte de los efectos negativos que unos niveles de inflación próximos al 10% tendrán sobre la base industrial de defensa. En consecuencia, piden al Congreso que el presupuesto de defensa para 2023 se incremente en, al menos, 42.000 millones para compensar los efectos de la inflación y mantener la capacidad de soporte industrial a la Defensa.
En Europa, donde la inflación en la zona euro está en el 9,7%, ya hay analistas que comparan la situación actual a la que se vivió tras la crisis de 1929, y recuerdan que ese momento histórico tiene ciertos paralelismos con la situación actual en relación con el auge de los populismos, las rivalidades regionales o las guerras comerciales. Estas voces ¿pesimistas? añaden que el deterioro de la situación económica se venía apreciando desde mucho antes de febrero de este año, y que la guerra solo ha elevado el nivel del problema que ya se avecinaba.
La paridad euro/dólar, el problema de los costes de la energía, la crisis de abastecimientos y la reciente decisión de la OPEP de limitar la producción de petróleo son factores a considerar en una situación que la guerra ha complicado, pero que no parece que haya producido como causa única. La degradación del contexto macroeconómico podría afectar al apoyo de las opiniones públicas europeas para sostener una guerra económica que se aventura duradera y que está imponiendo sacrificios.
Una situación militar impredecible, un contexto geopolítico incierto y unas condiciones económicas muy complejas han llevado a que el presidente Macron hable de que estamos en una situación de “economía de guerra”, lo que se ha traducido en el ámbito específico de los programas de adquisiciones de defensa a plantear una revisión de las políticas y procesos que se han aplicado hasta este momento, y cuyas líneas generales se han discutido en una reunión celebrada en septiembre entre el ministro de las Fuerzas Armadas, el director general de Armamento y los CEO de las principales compañías de defensa galas.
En las condiciones actuales, la necesidad de agilizar los procesos de adquisición de sistemas de armas y de mejorar los niveles de disponibilidad de los que están en servicio es acuciante. Eso obliga no solo a revisar los procedimientos de gestión de los programas, sino también a reconsiderar el planteamiento de los requisitos y la capacidad de respuesta real que tiene la industria. No se trata de reducir niveles de ambición en cuanto a calidad de los sistemas, pero hay que proporcionar sistemas robustos y con un nivel de tecnología coherente con lo que se puede dar en tiempo y precio.
Por su parte, la industria debe ser capaz de mejorar sus procesos de producción para acortar los plazos de entrega. En paralelo, la necesidad que tienen los Ejércitos de mejorar sus niveles de stocks, obliga también a considerar las capacidades de las empresas para suministrar una amplia gama de productos de consumo. Por citar solo un ejemplo, se estima que el Ejército ucraniano habría consumido desde febrero una cantidad de munición de 155 mm equivalente a las previsiones de adquisición que tenía el Pentágono para cuatro años.
Los efectos de la situación económica se experimentan a lo largo de toda la cadena de valor. Sin embargo, son las pymes las que más lo sufren y el riesgo de que desaparezcan o cambien de actividad es importante, con efectos que pueden ser muy negativos para el conjunto de la capacidad industrial. Con los costes de componentes, energía, transporte y mano de obra disparados, para estas empresas puede ser muy difícil sostenerse.
El incremento de presupuestos de defensa que se está realizando en la mayoría de los países europeos, debe acompañarse con medidas que compensen la pérdida de capacidad adquisitiva de los respectivos ministerios por efectos de la inflación, mejorar los procedimientos de adquisición, desde la definición de requisitos hasta la contratación y ejecución de los programas, para poder proporcionar sistemas robustos, suficientemente avanzados tecnológicamente con oportunidad en tiempo y coste.
La capacidad de los europeos para resistir al desafío que tenemos por delante dependerá tanto de nuestra voluntad y capacidad para aportar recursos, como de la inteligencia con la que los utilicemos. Querer, poder y saber. Los viejos principios del arte de la guerra están nuevamente presentes.