La aviación militar mexicana ha empezado 2018 con claroscuros. Por un lado cuenta con un equipamiento de última generación que le permiten expandir sus capacidades a nuevos límites, pero por el otro lado las inercias del pasado cobran sus facturas tal y como ocurrió con el lamentable accidente de un helicóptero UH-60M en Jamiltepec Oaxaca en febrero de este año.
Como parte de las actividades de la Fuerza Aérea Mexicana (FAM) durante el último año, destacan la materialización de diversas inspecciones de mantenimiento y de trabajos de recuperación, logrando mantener más del 80% de la operatividad de la flota de aeronaves. Para el adiestramiento de las tripulaciones, tanto en tierra como en vuelo; durante dicho último año se realizaron 32,035 operaciones aéreas en 48,540:16 horas de vuelo, con un promedio mensual de 06:16 horas de vuelo por piloto aviador.
Respecto al material, este se encuentra regido por el programa sectorial, que es muy claro respecto a las actividades que deberá realizar esta fuerza armada respecto a su equipamiento:
Para cumplir con la línea de acción del Programa Sectorial de Defensa Nacional 2013-2018, de “renovar y acrecentar el material de vuelo de la Fuerza Aérea para desarrollar operaciones aéreas y proporcionarles un mantenimiento integral”, del 1 de septiembre de 2016 al 31 de agosto de 2017 se adquirió el siguiente material de vuelo, 12 aviones T-6C+, un avión King Air 350i y tres sistemas aéreos no tripulados.
En comparación con el pasado, el programa sectorial es ambicioso y se ha estado cumpliendo al dotar a la FAM de mayores capacidades con equipo nuevo y más y mejor adiestramiento para las tripulaciones y personal de apoyo.
A pesar de lo anterior y de que este plan ya involucra términos y conceptos como la interacción entre las distintas fuerzas; el ejército, la armada y la fuerza aérea, este aun no señala el concepto de poder aéreo. Ya que, si nos remitimos únicamente al análisis de lo que hoy es la FAM, nos daremos cuenta que esta fuerza es la más pequeña en efectivos, aeronaves y desarrollo tecnológico de entre los países del G-20 del que México forma parte.
Es así que el tamaño y equipamiento de la FAM se explica por la no aplicación del concepto poder aéreo y por ende de la falta de un diseño estructural que esté acorde con las necesidades reales del país, y al poco desarrollo que ha tenido la industria aeroespacial realmente mexicana.
Si México aspira a ocupar un lugar dentro de las naciones desarrolladas, invariablemente parte de ese andamiaje tiene que pasar por el sector defensa. Un país que aspira a formar parte de los países desarrollados del planeta debe ser tener capacidades defensivas eficaces y además mantener una política que tienda hacia la autosuficiencia en esta materia, de acuerdo a las realidades geopolíticas y económicas del globo y del país, para lo cual un factor clave desde cualquier punto de vista táctico y estratégico es su poder aéreo, aunque toda la evidencia apunta a que esta realidad, es percibida por todo el orbe, excepto en México. Apenas este año se verán los frutos de los primeros desarrollos aeronáuticos hechos en México.
En la historia mundial sobran los ejemplos de desarrollos aeronáuticos civiles y militares que se materializan en la punta de lanza de una industria aeroespacial propia, como bien lo ha demostrado Brasil con la historia de éxito de Embraer. En ese sentido, México comparado con Brasil lleva un retraso de por lo menos 50 años en el desarrollo de su industria aeroespacial, el carecer de una fuerza aérea con al menos independencia de gestión, ha llevado a este gran rezago, ya que las decisiones de adquisiciones y desarrollos tecnológicos propios de una fuerza aérea moderna son detenidos por factores como los tiempos de entrega, la logística para poner en punto las aeronaves y a veces simplemente por desinterés y desconocimiento del tema.
El día de hoy existen varias cuestiones que deberían ser puestas en la mesa de discusión respecto a la política de defensa aérea mexicana. En la doctrina militar básica textualmente se aprecia que el poder aéreo requiere un cuidadoso balance de capacidades y medios, de los cuales depende la efectividad y eficiencia del mismo. La suma de aviones de combate ofensivos y defensivos, que es la principal fuerza, debe acompañarse con medios de transporte, de mando y control que permitan planificar, coordinar y dirigir las operaciones. Con estos medios se cuenta para prestar resistencia y combatir los diversos riesgos y/o ataques. Que además deben ser apoyados por sistemas de detección y de defensa antiaérea más una infraestructura y logística capaz de sostener las operaciones.
Podemos poner como ejemplo a la flota de combate, cuyo panorama es complicado porque al parecer el destino final de la flota de F-5E/F es la desactivación sin pensar siquiera en una modernización que permitiera proyectar la incorporación de nuevos aviones interceptores en un plazo más largo y mejor planeado, que trajera más beneficios al país, sin dejar de operar la defensa aérea como ocurrió cuando se dieron de baja los aviones Vampiro Mk-3 en 1967 y no fue sino hasta 1982 que se volvió a tener otra aeronave de pelea con la activación del Tigre II.
Finalmente, el aumentar el presupuesto no ayuda de mucho si este no viene acompañado de un adecuado análisis que permita potenciar ese recurso enfatizando la construcción de una fuerza militar basada en una política que permita disponer de los medios materiales y humanos más adecuados para el mejor desarrollo de sus objetivos, integrando sus componentes de aire, mar y tierra en aquellos para lo que son más aptos, así las cosas el cambio en la Política de Defensa Mexicana debería ser un hecho para los próximos años de eso depende en buena medida el futuro y viabilidad de las Fuerzas Armadas Mexicanas.