Los datos presentados por el Pentágono en la propuesta del presupuesto de defensa para el año fiscal 2019 muestran una evolución descendente en el último medio siglo en cuanto al esfuerzo realizado en relación con el PIB estadounidense. En 1955 el presupuesto del Departamento de Defensa representaba alrededor del 11% del PIB norteamericano. Los datos de 2019 presentan un porcentaje ligeramente superior al 3%. En la última década la disminución ha sido de 1,5 puntos porcentuales. Una caída similar a la producida entre 1985 y 2010, cuando se pasó del 5,7 al 4,5% sobre PIB.
En cualquier caso las cifras no son desdeñables en valores absolutos. El presupuesto solicitado asciende a 597.000 millones de dólares, a los que deben añadirse 89.000 millones para el fondo de contingencia de operaciones. Estos son los números que se solicitan. Pero no debe olvidarse que tras ellos hay un debate interesante para los europeos.
La llamada de la OTAN para que los aliados incrementen (incrementemos) nuestro esfuerzo en defensa en relación con los PIB nacionales, tiene una doble lectura: los europeos deben (debemos) hacer un mayor esfuerzo y los norteamericanos pueden reducirlo. Así todos confluiremos hacia el famoso 2%. Sin duda, en términos domésticos norteamericanos, esta interpretación es atractiva desde el punto de vista social puesto que permite ahorrar en cañones para comprar más mantequilla.
La Estrategia Nacional de Defensa promulgada recientemente por el secretario Mattis ofrece alguna idea adicional más allá de los números. Tras lo que califica como un periodo de “atrofia estratégica” se manifiesta la preocupación por la erosión que una menor disponibilidad financiera produciría sobre la competitividad militar norteamericana. Un factor preocupante en una situación de complejidad estratégica y de rápido cambio tecnológico que puede afectar a las posibilidades de victoria en los conflictos que sin duda habrá que afrontar.
En esas condiciones de competitividad reducida la Estrategia de Defensa norteamericana anuncia que, evidentemente, se vería afectada la influencia militar norteamericana a nivel global, lo que a su vez tendría repercusiones sobre la capacidad de acceso a mercados y, en consecuencia, se produciría una disminución de la prosperidad económica. Es decir, la disminución de recursos para la defensa produce efectos sobre la generación de riqueza. Algo que parece evidente. O no tanto según quién lea.
Pero no se trata solo de mantener unos niveles de esfuerzo económico razonables para mantener influencia global. Se insiste en que hay que actuar en la política de modernización del equipamiento, priorizar adecuadamente la política de preparación y potenciar el estudio de nuevos conceptos. Estos tres factores son, según Mattis, los esenciales para construir la fuerza que necesitan los Estados Unidos para mantener sus prioridades estratégicas.
En términos geográficos estas se materializan de acuerdo con las siguientes prioridades y por este orden: Asia-Pacífico, OTAN, Oriente Medio, Américas y África. En el caso que más nos afecta se cita expresamente que el fortalecimiento de la OTAN obliga a los aliados europeos a cumplir sus compromisos defensivos con el consiguiente esfuerzo para hacer frente a las amenazas comunes. Para mayor abundamiento la imposición de aranceles sobre el acero o el aluminio recientemente anunciada se condiciona a contrapartidas comerciales en función de los presupuestos de defensa que tengan los países afectados. Una relación comercial transatlántica que estará por tanto condicionada por la política de defensa. La lectura del discurso debe hacerse con atención desde este lado del Atlántico.