Desde el año 2010, España sufre un continuo proceso de divergencia con Europa, el mayor de todos los países de la Unión Europea, proceso que se aceleró con el Covid. En 1985, cuando entramos en la Unión Europea, nuestro PIB per cápita era un 25% inferior a la media de los países Euro. Llegamos en 2005 a estar un 9% por debajo de la media. Sin embargo, en 2019 habíamos bajado a un 13% y en 2022 a un 17% de PIB inferior a la media del PIB per cápita de la zona Euro. A este ritmo, al final de la década, habremos perdido todo el camino avanzado desde que accedimos a la Unión. Es una señal de alerta sin precedentes que nos es camuflada por los buenos datos recién conocidos, pero que están claramente maquillados por la parcialidad de la información ofrecida.
Crear empleo sin aumentar la productividad es una pésima noticia; si además desconocemos el número de fijos discontinuos que computan como ocupados incluso cuando no producen, el dato es mucho peor. Repartir no es crecer y conduce necesariamente a acelerar este proceso de divergencia
Existen tres razones que explican a mi juicio este proceso. Si no se corrigen, nuestra economía y bienestar continuarán deteriorándose, mientras que muchos países del este de Europa nos superan en términos de paridad de compra. Incluso perdemos ritmo con respecto a países como Rumanía o Bulgaria, algo inconcebible.
El primer factor es el porcentaje de población que trabaja. Estamos en unos diez puntos por debajo de la media europea, es decir que nos faltan un millón y medio más de cabezas produciendo, y este es un tremendo hándicap. Si encima reducimos las horas de los que trabajan, el resultado será nefasto. La razón, debemos encontrarla en la escasa flexibilidad de nuestro mercado laboral, y todavía nos empeñamos en hacerlo más rígido para proteger supuestos derechos de los trabajadores, lo que es totalmente falso.
La segunda razón es demográfica. La combinación de gasto en pensiones y sanidad es un lastre enorme que impide dedicar recursos a otros conceptos de gasto más productivos. En 2010, el estado gastó en estos dos conceptos 190.000 millones de euros, un 18% del PIB; en 2023, asciende a 280.000 millones de Euros, un 21% del PIB. Es decir desde 2010 el PIB ha crecido un 25,5% y estos gastos un 52%. Al final de la década, con el alargamiento de la esperanza de vida y los efectos de los baby boomers, estos gastos serán un 28% del PIB, lo que reducirá de forma casi definitiva, ya que debemos reducir en 30.000 millones de Euros el déficit en tres años, la Formación Bruta de Capital del gasto público, es decir los cimientos de nuestro futuro.
La tercera clave es nuestro retroceso respecto de Europa en Innovación. España, según el último estudio del European Innovation Scoreboard, es superada en innovación por Portugal, Irlanda y Estonia, y estamos al nivel de Grecia, Polonia, o Hungría.
Entre los indicadores en los que nos encontramos en el vagón de cola europea se hallan: número de innovadores, inversiones empresariales y vínculos de colaboración. España debe mejorar y mucho en las exportaciones de servicios intensivos en conocimientos, en la innovación de procesos internos en las pymes, y en innovaciones de producto y procesos en pequeñas y medianas empresas, en gasto privado en I+D lo que tiene mucho que ver con los incentivos fiscales y nos falta emprendimiento ante una población que en alto grado aspira a ser interino en la Administración para no tener que pasar ni por la oposición.
Asimismo tenemos otros datos donde estamos claramente mal posicionados: número de grandes empresas que invierten en I+D por cada millón de habitantes; porcentaje del PIB procedente de la fabricación consecuencia del proceso paulatino de desindustrialización y el bajo valor añadido de las grandes empresas controladas por extranjeros, ante un país que se ha puesto en venta. Entre nuestros puntos débiles estructurales hallamos la dependencia de las importaciones energéticas para un país con enormes recursos y que la mayoría de nuestras exportaciones compiten en costes y no en tecnología.
Si analizamos la cuestión a nivel de las regiones europeas, la situación pinta mucho peor. El norte de Portugal y Lisboa superan en innovación a Madrid y al País Vasco, nuestros líderes nacionales. Dos regiones de España, Extremadura y Castilla La Mancha, están en los vagones de cola con datos similares a regiones de Bulgaria, Rumanía o Croacia.
Este tremendo retraso en innovación implica que nuestra productividad ( output por hora trabajada) no crece, es decir cada año somos más pobres aunque tardemos en sufrir sus efectos. Y necesitamos más innovación que la media Europea para superar el lastre de la menor tasa de actividad y el hecho de que cada día de media 1.157.000 personas no acuden a su trabajo por enfermedad u otras causas. El país con el mejor clima, la mejor sanidad y la dieta Mediterránea tiene más enfermos que la gélida Islandia.
Que hay que reformar el mercado laboral para incrementar la productividad, justo lo contrario de lo que se hace, es mandatorio; que hay que reformar las pensiones, imprescindible.
Pero lo más crítico es la innovación. Solo por esta vía podemos recuperar el terreno perdido. Nada relacionado con este concepto se resuelve rápido pero nunca se resolverá si no echamos a andar.
Los fondos Next Gen, que los españoles deberemos pagar en los próximos cuarenta años, (Europa nos anticipa el dinero pero quien lo pagará en su integridad seremos los españoles, como no podía ser de otra manera), son una gran oportunidad para acelerar este proceso de convergencia en innovación; pero encuentran un tremendo obstáculo al otro lado, no hay suficientes agentes para recibirlo adecuadamente y convertirlo en riqueza a futuro. Cuando vengan las revisiones en unos años, a muchos les van a temblar las canillas cuando tengan que devolver el dinero que no fue bien aplicado.
Comenzando por lo inmediato, los fondos Next Gen deberían dirigirse a las pymes fundamentalmente. Financiar la instalación de grandes fábricas de semiconductores o de baterías es tirar estos recursos a la basura y no van a producir un efecto acelerador. Si además, estas grandes multinacionales, nunca encontraron razones de mercado para instalar estas factorías en España, no las van a resolver con subvenciones y por tanto nada sustancial habrá cambiado.
En España, a mi juicio, hay que apostar por los sectores mejor dotados para innovar, aquellos que ya incorporan unas altas dosis de ingeniería y tecnología: la biomedicina, la biogenética, la tecnología alrededor del sector primario, la Defensa, el Espacio, la movilidad, los sistemas autónomos, la mecánica cuántica, la fotónica, chips etc. En cada uno de estos sectores tenemos empresas de tamaño mediano y grande, en términos españoles, con capacidad más que notoria y que sin embargo encuentran dificultades para acceder a fondos no reintegrables que servirían para provocar un factor multiplicador de la innovación. Estas empresas, que en Defensa las conocemos bien, son las que generan más empleo y de calidad y su capilaridad sobre el territorio es mucho mayor.
Pero todo este esfuerzo quedará en papel mojado ante la carencia de recursos humanos especializados. Las facultades de ingeniería son solares ante una cultura de escaso esfuerzo. Nos faltan miles de médicos, de ingenieros, de físicos y nos sobran decenas de miles de filólogos, sociólogos o politólogos, titulaciones que son sencillas de ofertar para la tupida red territorial de universidades. Hay que poner la formación al servicio del mercado de trabajo, porque haciéndolo como hasta ahora, al revés, el resultado es espeluznante.
Importamos mano de obra cualificada mientras persistimos en una baja tasa de actividad, lo que resulta inexplicable. Si no resolvemos este desfase, no solo nos condenaremos como país, si no que tendremos generaciones de frustrados que nos llevarán a una depresión colectiva.
Cuando se acaben los Next Gen, habrá que sacar recursos de donde sea para invertir en I+D, en educación y en infraestructuras, estos tres conceptos son claves y si hay que sacrificar pensiones, sanidad, funcionarios o subvenciones, pues habrá que hacerlo, gestionar es elegir entre recursos escasos, esta es la responsabilidad del gestor o sea del gobierno.
Solo si retornamos al camino de la convergencia podremos recuperar en el futuro lo que sacrifiquemos hoy, porque si no, llegará un día en el que el maquillaje ya no ocultará la realidad y entonces será demasiado tarde.