Entre 1792 y 1815 se formaron siete coaliciones para combatir primero a la Francia revolucionaria y luego a Napoleón. Esas guerras napoleónicas se conocen así también como guerras de coalición.
España, bajo el reinado de Carlos IV y con el gobierno de Godoy, formó parte de la primera coalición que curiosamente finalizó con una alianza franco-española sellada en la paz de Basilea. A Godoy le sirvió recibir el título de Príncipe de la Paz. Para España, las consecuencias nos llevarían primero a Trafalgar y luego a la invasión francesa en 1808. Años después, nuestra participación en la sexta coalición entre 1812 y 1814, fue para nosotros prácticamente una alianza bilateral con Reino Unido, y se centró en la expulsión de nuestras fronteras de las tropas francesas, sin objetivos de mayor alcance hacia Europa.
En una primera parte de ese periodo histórico estuvimos demasiado inmersos en luchas políticas internas que desembocaron en la guerra de la independencia. Al finalizar esta nos volvimos a recluir en nuestros asuntos domésticos. Aunque España participó en el congreso de Viena lo hizo como mero invitado, sin que tuviéramos peso en la conformación del orden internacional europeo posterior a Napoleón. Estábamos demasiado centrados en resolver la disgregación del imperio en Iberoamérica pero sobre todo en encontrar nuestro propio ser.
Esta digresión histórica nos permite hacer una comparación aventurada con la situación actual en materia de política de seguridad y defensa europeas, y particularmente en lo que respecta a política industrial. Francia ocupa un papel central mientras que España busca su identidad, demasiado centrada en cuestiones internas, con el riesgo de perder el paso hacia el futuro.
El anuncio de creación de Naviris entre Naval Group y Fincantieri es un paso más en el camino francés de jugar un papel central en diferentes sectores industriales a nivel global. El acuerdo no esconde la vocación de contribuir a conformar una industria naval militar a nivel europeo. Es una medida todavía incipiente y sus resultados se verán, pero sigue la lógica de la cooperación francoitaliana en material naval iniciada hace unos años, y la misma idea estratégica que el acuerdo entre Nexter y KMW para el sector de plataformas de combate terrestres.
Francia juega con Alemania e Italia en esos dos sectores. En otros ya cuenta con líderes sólidos, tras una política con visión a largo plazo iniciada hace más de medio siglo y que ha llevado a la conformación de grandes consorcios en espacio, electrónica o misiles.
Por otro lado, Francia mantiene también una especial relación bilateral con el Reino Unido, desde la firma de los acuerdos de Lancaster hace una década. El Brexit, cuando llegue, afectará de alguna manera a esa relación pero los lazos entre las industrias de defensa francesa y británica son lo suficientemente fuertes como para garantizar una relación bilateral estable de cara al futuro, bajo la forma que sea.
En el ámbito de la industria aeronáutica Francia y Alemania controlan el principal consorcio de referencia, donde el peso estratégico español es casi testimonial. En el ámbito de aviación de combate Francia está liderando el futuro programa estrella europeo, a nivel político con Alemania, y a nivel industrial aportando capacidades propias conformadas progresivamente, desde finales de la década de 1950, que han permitido alcanzar importantes éxitos a la industria de aviones de combate francesa. El programa FCAS/NGWS que está naciendo es solo una de las alianzas actuales para desarrollar aviones de combate para mediados de siglo XXI y afronta lógicas incertidumbres de partida. España está presente en la “coalición” franco-germana en una posición teórica de igualdad, pero que en la realidad está condicionada por nuestras rencillas domésticas, que no por nuestra capacidad real de contribuir a los objetivos industriales u operativos del programa que es mucha y buena.
Como en tiempos de Napoleón Francia ocupa una posición estratégica central. Sus capacidades, construidas durante décadas, y con visión política estratégica han permitido construir, primero internamente y luego hacia el exterior, una serie de “coaliciones” para liderar, o al menos intentarlo, el futuro de una industria europea de defensa que se encuentra en una encrucijada.
Los pasos que se están dando en la actualidad condicionaran muy posiblemente el futuro de la defensa europea. En el caso de España nuestro papel dependerá, en buena parte, de que nos encontremos con nosotros mismos para que no nos ocurra como en el congreso de Viena.