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Cuadernos de Hiroshima (Kenzaburo Oé, Anagrama)

ISBN: 978-84-339-6329-1
Año de publicación: 2012-01-04 00:00:00
Introducción del libro:

 

En este momento donde el “valor” de la bomba atómica parece “revalorizarse” en la esfera internacional –aquí los intentos de Irán por obtenerla o de Estados Unidos por modernízalas-, es muy recomendable la decisión de Anagrama de recuperar en español y para la memoria presente el relato de las tremendas consecuencias humanas de la primera vez que el hombre  se utilizó este artefacto malévolo. La bomba atómica que se lanzó el 6 de agosto de 1945 sobre Hiroshima se calcula que causó 140.000 muertos y otras 80.000 personas dejaron de existir cuando una segunda bomba  explotó sobre Nagasaki. Sin embargo, las víctimas fueron muchas más. Cuadernos de Hiroshima, del premio Nobel japonés Kanzaburo Oé, es el recuerdo de lo que se sufrió después. El reportaje apresurado que el entonces joven Oé –escasamente tenía 28 años- escribió en agosto de 1963 y en viajes en años posteriores con los testimonios de todas las víctimas. Tanto aquellas que sufrieron los efectos del arma atómica como de todas las personas que tuvieron que vivir sus resultados. Especialmente los médicos y doctores. Escrito para ser publicado en la revista japonesa Sekai (Mundo), los breves ensayos explicar la realidad de ancianos condenados a la soledad, mujeres desfiguradas y, sobre todo, los doctores que lucharon contra el sufrimiento de los efectos tóxicos de la radiación. Oé vio en su heroísmo cotidiano, en su rechazo a sucumbir a la tentación del suicidio, la imagen misma de la dignidad. ¿Cómo otorgar sentido a una vida destruida? ¿Qué nos ha quedado de la catástrofe nuclear? ¿Quién podrá acabar con aquella parte de Hiroshima que todos llevamos dentro? Oé no da respuesta a ninguna de estas preguntas. Él sólo se interroga, y nos interroga. Y es así como su “reportaje” adquiere la dimensión de un tratado de humanismo de alcance universal. El libro hay que leerse como artículos periodísticos, una crónica detallista y testimonial, escrita hace ya más de cuarenta años pero que cuya actualidad es aún vigente porque, en muchos casos, sigue siendo muy desconocida. Me ha sorprendido la reivindicación del silencio que reclaman sus víctimas. Lo recoge en su prólogo. Oé incluye un fragmento de una carta que le escrito tras la publicación del libro, Yoshitaka Matsusaka, hijo de Yoshima Marsusaka, uno de los entregados médicos que cita: “La gente en Hiroshima prefiere guardar silencio hasta el momento de enfrentarse a la muerte. Quiere sentirse dueña de su propia vida y de su propia muerte. Evitar que su tragedia personal se convierta en un dato o excusa para luchas políticas, como las que se producen en torno al movimiento por la prohibición de las nomas atómicas y de hidrógeno. No quieren dar la imagen de que mendigan por el hecho de ser víctimas”.

Sin estridencia ni sobreexposición, el relato de las consecuencias y sufrimientos de las víctimas convierte la lectura en un experimento duro e incluso triste. A menudo, uno tiene la tentación de dejar de leer y sólo el deseo de conocer la verdad mantiene la determinación de concluir hasta la última línea para, por no menor, poder decir que uno conoce las consecuencias de la bomba atómica: “Vi un bebé tumbado sobre las rodillas de alguien. La piel le colgaba de la espalda, como si se hubiera podrido … Aparté la vista instintivamente. Todos estaban inmóviles y en extraño silencio. Parecía como si la cuestión de la vida o la muerte estuviera en suspenso para ellos. Me estremecí al pensar que me iban a subir a un camión con esa gente” (…) “Una chica de diecinueve años se sucedió y dejó una nota: “He causado muchas molestias, así que moriré como había previsto”. Estuvo expuesta a la bomba cuando aún no había salido del vientre de su madre, que murió tres años después del bombardeo. Ella padecía varias enfermedades derivadas de la radiación: tenía el hígado y los ojos afectados desde su más tierna infancia”. Oé se pregunta si los líderes militares norteamericanos responsables de la decisión de arrojar las bombas atómicas no se tomaron demasiado a la ligera la calamidad que iban a provocar.