ISBN: 978-84-16142-24-8
Año de publicación: 2015-05-23 00:00:00
Introducción del libro:
La máscara del mando (Editorial Turner) es un excelente estudio sobre liderazgo que explica su evolución en el tiempo a través del análisis y comparación de cuarto referentes de la historia bélica mundial: Alejandro Magno, el duque de Wellington, el general Grant y Adolf Hitler.
John Keegan, historiador militar británico fallecido en 2012, hace un recorrido por el liderazgo militar. Sus modificaciones responden a los cambios en el tipo y las relaciones de mando, los modos de comunicarse y los avances tecnológicos. Las reglas bélicas de antaño no tenían aplicación en un mundo con numerosos avances como la pólvora, las armas de largo alcance, el tren y las telecomunicaciones. Por eso habrá una evolución desde Alejandro Magno hasta Hitler, mediante un análisis de sus habilidades y proezas, sin olvidar las batallas que marcaron sus vidas.
Además del recorrido histórico, probablemente lo más relevante del libro es la reflexión sobre el líder que requiere el futuro. Keegan intenta esbozar lo que denomina líder en la era nuclear. El mando ha derivado del general al centro del poder político. Ahora, los líderes políticos ostentan la responsabilidad última. Sin embargo, serán los que más lejos estén del peligro, esto es, de las consecuencias físicas. El mundo nuclear necesita un jefe inactivo, prudente, modesto y racional. Aunque suene poco a jefe.
“Ser un general consiste en mucho más que en mandar ejércitos en un campo de batalla”.
Respecto a las figuras históricas que analizar. Lo más significativo de su reflexión sobre estos líderes sería:
Alejandro Magno: desde el monte Olimpo hasta el Himalaya
Hijo de Filipo II de Macedonia y de su mujer Olimpia, su carácter, aspecto y cualidades lo hicieron un hombre único, prototipo de héroe adorado por líderes posteriores. Con una proeza extraordinaria, Alejandro se adueñó del mundo griego. Llegó a Egipto, joya de la corona del Imperio persa y fundó Alejandría. Y atraído por la conquista de nuevos mundos, se lanzó a Asia.
Inteligente, audaz, con un encanto especial y aventajado en la oratoria, tenía un buen dominio de las armas y confiaba en sí mismo. Keegan destaca en él su manera de gestionar los asuntos políticos, sus habilidades diplomáticas, su capacidad como estratega y su dominio en la logística. Destrezas que fueron trasladadas de forma magistral al mando de sus soldados y al sometimiento del enemigo.
¿Cómo se comportaba este líder nato en el frente de batalla? Como máximo jefe militar, además de rey, siempre estaba al frente, asumiendo los mayores riesgos. Exponía su vida junto a sus hombres, predicando con su ejemplo. El mandaba en solitario, aunque era ayudado por un sequito de consultores. Un liderazgo absoluto que le ha elevado a ser un modelo de héroe a seguir. No se daba por vencido a pesar de las dificultades, lo que le llevó a conseguir victorias arrolladoras. “Alejandro se la jugó al todo y ganó”.
Duque de Wellington: el gentleman estratega
A pesar de sus dieciséis batallas y ocho asedios como comandante, Arthur Wellesley siempre será recordado por la batalla de Waterloo, aunque su vida empezaba cuando se embarcó a la India. Regresó como un caballero y general, dispuesto a retomar su actividad política. Pero pronto fue enviado a la Península Ibérica, donde empezaría su gesta. Sus victorias le valieron muchos honores, y se convirtió en una “celebridad europea”.
El autor hace múltiples comparaciones entre Wellington y Alejandro. Ambos se situaban a una corta distancia del enemigo, para ver lo que ocurría a tiempo real. Aunque con el aumento del alcance de las armas y los cambios en la composición de los ejércitos, Wellington fue reduciendo su exposición, manteniéndose en constante movimiento a una distancia más prudente del enemigo. Los dos militares eran meticulosos trazando planes y comparten éxito en la logística de abastecimiento de sus tropas. Sin embargo, sus metas eran diferentes. Wellington no buscaba ejercer poder, sino derrotar la tiranía napoleónica.
Era una persona muy analítica, estaba al tanto del avance de cada batalla. Su alta capacidad para conocer el terreno y construir mapas mentales fue clave para vencer al enemigo; que junto a su método de organización y a la exposición consciente al riesgo, llevaron a Wellington a derrotar a los franceses. A pesar de su imagen de gentleman, Wellington cumplió con su deber, y para ello “arriesgó su vida en treinta batallas”.
Grant: el héroe modesto
Ulysses S. Grant sabía cómo combatir y ganar una batalla. En la Guerra de Secesión, Grant aportó instrucción, autoconfianza y disciplina para lograr la victoria. Su liderazgo en esta guerra le dio fama internacional. Cuando asumió el mando, mostró su faceta más autoritaria, al igual que Wellington. Era el hombre más fuerte de la Unión, quien se ocupaba del mando sin delegar en nadie.
Para él, la victoria no se lograba con estrategias teóricas, sino combatiendo. Pero su manera de luchar no era igual a la de Alejandro o Wellington. Aunque había ocasiones en las que no podía mantenerse fuera de peligro, no sentía la necesidad de correr los mismos riesgos que los soldados. Pero no era por pánico. Grant no tenía miedo a nada. Fueron los avances tecnológicos en las armas y en las comunicaciones los que le permitieron alejarse del frente de batalla, observando desde la distancia.
Sus cualidades, como la modestia, le llevaron a ser un gran líder; héroe militar en el norte, y después presidente de la Unión reconstruida. “Su toque populista lo convirtió en un maestro de la guerra popular”.
Hitler: la guerra en un búnker
Soldado, político y artista. Así se consideraba Hitler a sí mismo. Pero realmente era un joven frustrado por no haber tenido reconocimiento en su juventud y acomplejado por sus orígenes humildes. Sus primeros honores llegarían tras su participación en la primera línea de batalla durante la Primera Guerra mundial. Después, su carrera política le permitiría alcanzar el poder en 1936 y formar parte de la élite.
Tras la guerra suicida, el partido nazi se vio como un salvavidas para evitar el ahogamiento del pueblo alemán. Sus discursos estaban cargados de rencor, inseguridades y utopías, pero supo cómo articular determinados valores sociales hacia su objetivo político: librar una nueva guerra mundial que le diese la victoria a Alemania. Y para lograrlo, adoptó la estética y dinámica del fascismo.
La Gran Guerra estaba muy presente en la Segunda Guerra mundial. Alemania estuvo cerca de ganarla en 1918, lo que alentaría al führer vencer finalmente. Era el sino de Reich, una cuenta pendiente. Pero Alemania no estaba preparada para una guerra larga. Por eso Hitler buscaba una blitzkrieg (guerra relámpago).
¿Pero dónde estaba Hitler durante la Segunda Guerra mundial? A diferencia de Alejandro, situó su cuartel general lejos del peligro. La radio y las reuniones con sus generales le permitieron llegar a dirigir desde su búnker. La toma de decisiones y la supervisión de la guerra estaban, por tanto, alejadas del frente. Intentaba combinar la seguridad personal con una relativa proximidad a la batalla, y dirigir el sector militar y el civil de manera simultánea. Unos planes demasiado ambiciosos. “Hitler se empeñaba con lo imposible”.
Gran orador y conocedor de la guerra, dominaba los detalles técnicos y tenía una excelente memoria. Su experiencia en las trincheras le aportaba la práctica que no aparecía en los libros. A pesar de esto, subestimaba importantes aspectos como las dificultades del terreno, el clima o el abastecimiento. Su vanidad propició una autoridad absoluta, no escuchaba a sus subordinados, ni aceptaba consejos de sus generales. Esta inflexibilidad pudo acelerar la derrota en la guerra.
Cuando el fracaso era inminente, quienes le conocían esperaban su suicidio. La rendición y la huída no eran opciones. Pero su muerte no fue heroica. “Los héroes mueren al frente de sus soldados, y tienen una sepultura honorable”.
Importante ha sido a lo largo de la historia militar dónde estaba el líder y cuánto conocía el desarrollo de las batallas, el terreno, la logística y los factores del enemigo. Aunque con el tiempo pierde importancia la presencia del líder en el frente, el autor sigue considerándolo una característica importante. Para él, y como se ve a lo largo de la lectura, “el mando es una tarea solitaria”.