Llegó el día. Diez años después del terrible incendio que casi lo envía al fondo del Atlántico para siempre, el ARA Almirante Irízar (Q-5) está listo para volver a ser el buque insignia de la Armada Argentina y se prepara ya para incorporarse a la próxima Campaña Antártica. Este hito, que parecía imposible de alcanzar por las condiciones en las que quedó el emblemático rompehielos, es resultado de un intenso proceso de reconstrucción iniciado en 2010 por el Complejo Industrial Naval Argentino (Cinar), dependiente del Ministerio de Defensa, y que se aceleró en el último año.
El Irízar regresó este jueves al puerto de Buenos Aires, después de superar con éxito las pruebas de hielo en la Antártida, donde realizó ruptura de bloques de distinto tamaño y profundidad y se examinó la capacidad de respuesta de sus motores.
A su llegada a Cinar -que está formado por Talleres Navales Dársena Norte (Tandanor) y el astillero Almirante Storni-, asistieron los trabajadores que han logrado sacar adelante este arduo proceso, así como autoridades militares y políticas, entre ellas, el ministro de Defensa de Argentina, Oscar Aguad.
Según manifestó la cartera en un comunicado, el Irízar es una “nave estratégica” para la misión en la Antártida y ya se encuentra “potenciado y modernizado” en “óptimas condiciones” para regresar a su labor, con el fin de “ratificar la soberanía nacional”.
Casi ocho años de reconstrucción
Desde principios de 2010, el equipo de Cinar había asumido el “compromiso” de devolverle el rompehielos al Estado argentino, a quien pertenece desde finales de 1978, tres años después de que el Gobierno firmara un contrato con el astillero finlandés OY Wärtsilä, que se encargó de construirlo.
En este tiempo, se amplió la capacidad del buque para trasladar a más tripulantes, se digitalizó su instrumental y se incorporó tecnología de última generación, se duplicó su capacidad de transporte gas oil antártico y se aumentó la cantidad de espacio dedicado específicamente a la investigación científica en un 600 %.
Hito a hito
Sólo en este 2017, el buque navegó por primera vez en diez años, un helicóptero volvió a aterrizar en su cubierta y superó con creces los exámenes de mar y hielo, todo ello bajo la supervisión de un equipo integrado por técnicos de Cinar y especialistas del Servicio de Hidrografía Naval. Todo ello ha costado alrededor de 153 millones de dólares, a los que deben sumarse los otros 137 millones que ha supuesto el alquiler de buques de reemplazo en las campañas antárticas de la última década.
La tragedia que casi consume al Almirante Irízar tuvo lugar el 22 de abril de 2007, cuando una cañería que transportaba gasoil tuvo una fuga y causó un incendio en la sala de generadores, desatando un feroz incendio que destruyó el 75% de su estructura.